Es una expresión gritada a sus ídolos por el público argentino
en los conciertos populares, es la admiración llevada al límite:
desearles la inmortalidad.
De esto nos da cuenta Fito Páez -la estrella del rock de las
pampas, quien con frecuencia está de visita por México- en una
entrevista concedida hace unos años al diario Clarín de Buenos
Aires y titulada “La música es lo que me hace sentir bien y no
pensar en la muerte.”
Fito Páez, entonces 25, "delgado, de rasgos afilados,
permanentes movimientos nerviosos, fuma, se viste con la moda
del desaliño". Así se presenta al entrevistado, quien da su
opinión:
- Cuando oigo ¡Fito, no te mueras nunca!, "me da risa pero es
violento. Están afirmando la muerte. Es como si dijeran: no te
mueras nunca, vos, que te vas a morir. A veces la masa se pone a
la altura de un nene bobo. En nombre del cariño, la gente dice
cosas repesadas".
Y eso no quiere decir que esa expresión de deseos, tan
originalmente voceada, deje indiferente a Fito:
- "¿Sabés lo que no puedo? Vivir eternamente. Antes creía que
podía y uno en el fondo no pierde las esperanzas de encontrar
alguna vez la fórmula".
La muerte -insiste el rockero de entonces 25- "es un tema que me
obsesiona". Y es paradójico. La música le hace olvidar la muerte
y la música se la trae de regreso cuando el público se la
recuerda, más: se la arroja a la cara en nombre de la
admiración. Luego, Fito pasa a confesarse:
- "Yo creí que se podía cambiar el mundo. Luego vino la etapa de
las preguntas: por qué, para qué, para quién. Ninguna tuvo
respuesta. Veo que la civilización nuestra está bastante perdida
de respuestas".
Y vuelta a la obsesión:
- "La muerte de los demás es la de uno, te confirma la tuya".
Y vuelta al desengaño:
- "Lo que rescato de algunos pibes es que vienen con un sentido
del mundo menos ingenuo del que, por ejemplo, yo tenía; y ya de
temprano se dan cuenta que todos estamos destinados a la
chifladura".
Y la experiencia de la adicción:
- "El alcohol estuvo de acompañante de la angustia, como un
ladero para la marcha sorda, ahora quiero salir de eso".
Fito, un joven-viejo, se dice en la entrevista de Clarín, Fito
de Buenos Aires, la ciudad de pobres corazones, así la rotuló en
uno de sus discos. Criado por una abuela y una tía, sus dos
madres, en esa ciudad lo alcanzó la tragedia: ambas fueron
asesinadas por maleantes en 1986.
"Es exactamente lo que me estoy comiendo -reflexiona Fito-.
Haber creído que todo era de una manera y en realidad es de
otra. Me sentí mal parado. Yo leía a Lautréamont, una cosa es
leerlo y otra cosa es vivir con él. Tuve que aceptar que mi vida
no podía ser tan equilibrada. Que existía un desorden en el
mundo y había que asumirlo. Todo un mismo caos: el universo y mi
casa".
¿Desearemos a Fito que no muera nunca? Claro que no. Ni tampoco
una larga vida. Le desearemos que, mientras le den las fuerzas,
siga escribiendo sus canciones: “quién dijo que todo está
perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón.”