PRÓXIMO A SU MUERTE, EL POETA JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
RECUERDA EL DESPERTAR DE SU VOCACIÓN POÉTICA
Descansa, buey echado el mar del sur
y es tensa, azul su vibración redonda.
Como yelmos de cinc es la marisma,
soldados muertos boca arriba lucen
brillantes pechos de aluminio ardiente.
Polvorientos, se duermen los olivos
en esta hora cenital del día,
reinado en plenitud de un sol severo.
En almohadón de una sutil calima
Moguer duerme. Los patios, en silencio.
Acaso algún canario en sombra canta,
cansino y fatigado su gorjeo.
En su fiebre de muerte, aquella niña llama:
–“¡Platero, Platerillo, Platerucho…!
¿Dónde está el niño tonto con su madre
en su puerta en la calle san José,
dónde la niña tísica que espera
a la muerte y riendo, blancos dientes,
dónde Darbón disimulando el llanto
si recuerda a su niña cuando mira
al cementerio, dónde el gitanillo
que grita: “Si ese burro fuera mío…”,
y la loca Aguedilla que me trae
hasta mi puerta moras y claveles…!”
Desperdiga una brisa sus cabellos
y golpea las láminas del aire.
Los élitros son dueños de la siesta.
Todo está dentro de una red dorada,
pero mayo es doncella de hermosura
y me lleva del brazo a mi escritorio
y en él contemplo mis primeros libros,
y luego hacia el exilio me encamina
con Zenobia y los versos posteriores.
Mi soledad sonora* se agiganta.
Soy, entre piedra y cielo*, un mirlo amado.
Soy un dios deseado y deseante*
Es ya celebración todo el recuerdo.
para esta hora última y cimera:
Tiene el alma un descanso de caminos
que han llegado a su único final.*
*Alusión a títulos de obras de J.R.J.
* Versos finales del poema “Su sitio fiel”,
del libro La estación total de J. R. J.
Finalista en “Certámenes Literarios de la Universidad P.r de Alcorcón”
2004-2006, editado en volumen.