Si nos fijamos en los descomunales sueldos que cobran los dirigentes, jefes, directores, ejecutivos, y hasta empleaduchos de escaso nivel, en la empresa privada, por mucho que nos rompamos las neuronas no conseguimos entender cómo todo este personal de la clase política que tenemos ostentando cargos, tanto en el Gobierno como en la oposición, se mantienen en sus puestos cobrando sus -en comparación- "míseros" sueldos. Las diferencias son abismales. Pongamos unos ejemplos:

José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno, recibe un sueldo bruto anual de 89.303 euros, o lo que es lo mismo, poco más de 7.000 euros al mes.

Francisco González Cabañas, presidente del BBVA, cobró (en 2006) 1,74 millones de sueldo fijo, 2,744 millones de paga variable y 5,294 millones de incentivo trianual. En total, 9,78 millones de euros al año, lo que supone algo más de 800.000 euros al mes.

María Teresa Fernández de la Vega, vicepresidenta del Gobierno, cobra un salario anual de 83.936 euros, lo que se traduce en 6.995 euros al mes.

Alfredo Sáez, vicepresidente del Banco Santander, se embolsó (en 2008) 9,3 millones de euros, lo que viene a ser casi 800.000 euros al mes.

Sí, además de sus sueldos, los responsables del Gobierno tienen coche oficial, escoltas y otras medidas de seguridad, y, caso del Presidente, los ministros y otros altos cargos, también residencia oficial. Pero, por su parte, los altos cargos de la gran empresa, además de gozar de contratos blindados, reciben complementos por retribución variable, pensiones, dietas, primas por beneficios, objetivos, etc.

Ciertamente, esta comparación la hemos hecho con altos directivos de la Banca (los que más cobran), pero -y aunque a partir de un determinado nivel profesional, resulta difícil saber cuánto ingresa cada año un directivo-, podríamos hacerla con otros sectores de la empresa privada -salud, energía, tecnología, etc.- donde obtendríamos casi lo mismo, porque nos consta que los sueldos, bastante más "modestos", pueden superar el medio millón de euros cada año.

Con sueldos así, no es de extrañar que nuestros políticos gobernantes tengan un patrimonio como los declarados recientemente en el B.O.E. Pongamos por caso al pobre de Manolo Chávez, que, con 50 años militando en la política, varias veces Ministro y 20 años como Presidente de la Junta de Andalucía, declara tener un patrimonio total de 60.000 euros, algo más de la mitad en bienes inmuebles y el resto en ahorros o cuenta corriente.

Ni tampoco puede extrañarnos que las planas de los periódicos se llenen cada día de grandes titulares anunciando la detención del alcalde y concejales de tal pueblo o ciudad, u otros altos cargos dentro de la bien nutrida esfera política, que, hartos ya de sus sueldos de miseria, metieron la mano en el cajón y rebañaron todo lo que pudieron. Y más...

Pero a lo que íbamos. Digo yo: ¿cómo es posible que esta gente, que mantienen auténticas peleas y se ensañan entre ellos con el único objetivo de perpetuarse en el cargo, no dediquen todos esos esfuerzos, luchas y sacrificios a obtener un puesto en la empresa privada, cuando la remuneración por su trabajo va a ser bastante más alta -y más cómoda- que la que obtienen en la política? ¿Acaso personas que ejercen el altísimo cargo de presidente del gobierno o ministro de cualquier ramo no tienen preparación suficiente como para ejercer un cargo de director en tal o cual empresa ganando veinte veces más?

Por otro lado, está lo de que cualquier cargo político tiene una vida muy efímera y puede que no les dure más allá de cuatro años, mientras que en la privada, un cargo en una empresa sólida, a menos que el tío sea un auténtico papanatas, puede durarle toda la vida.

Se mire por donde se mire, llegamos a la conclusión de que aquí falla algo... Todos tenemos una perfecta conciencia de que la ambición, el poseer riquezas y bienestar -cuanta más mejor-, es consustancial con el ser humano. Y es eso, la ambición, el motor que proporciona la energía para la lucha cotidiana, el ímpetu para superar obstáculos, el afán por prosperar, las ganas de trabajar aún cuando ello implique sacrificios, la voluntad y el ahínco para estar cada día en el tajo y vencer todo cuanto se ponga por delante... Quizás podríamos decir que hay personas cuya única ambición es el poder. Cierto, pero se quiere el poder, sabedores de que siempre es efímero, para llegar a tenerlo todo, es decir, para adquirir el único bien que te puede proporcionar el mayor, más estable y más duradero estado de bienestar, o sea, la riqueza.

Por lo tanto, llegamos a una conclusión: o bien nuestros políticos -dando por sentado de que no son jilipoyas- tienen un patrimonio mucho más sustancioso que lo que declaran -y guardan sus numeritos secretos de los paraísos fiscales-, o bien, carecen de ambición y, por ende, de afán, de ímpetu, de coraje, de ganas de trabajar, de voluntad, de ahínco, de espíritu de sacrificio y de toda virtud consustancial con la misma. Y en este caso, tendríamos como gobernantes -y pretendientes a serlo- a gente apática, desidiosa, desganada, indolente, sin nada que los mueva al esfuerzo y al continuado afán de superación que creemos imprescindible en la ostentación de tan altos cargos.

¿Altruistas y faltos de ambición o pillos redomados? ¿Tontos de remate o listos como los zorros? ¿Pobres sin riquezas ni patrimonio o mentirosos hasta el descaro?

¿Ustedes qué creen?







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