Uno de mis libros favoritos es Como agua para chocolate. Lo
leí cuando era aún una cría pero aún recuerdo lo que me
impresionó aquella historia que mezclaba la realidad con la
fantasía. Me encanta el realismo mágico, soy toda una
soñadora, no lo puedo remediar. Me gusta pensar que en la
vida siempre hay algo de mágico en todo aquello que no se
puede controlar. Como agua para chocolate es un cuento
precioso, tierno, sencillo, muy bien contado y, como no,
todo ello adornado con un historión de amor de esos que te
hacen llorar si te pillan en un mal día. Las protagonistas
son tres hermanas y el argumento lo narra la hermana
pequeña, aquélla que por el mero hecho de serlo tuvo desde
su nacimiento un destino marcado del cual nunca se pudo
zafar. Según su familia, la hermana pequeña no se puede
casar ni hacer su vida, ya que tiene que dedicarse por
entero a cuidar a su madre hasta que ésta muera.
Pero el ser humano tiende normalmente a querer compartir su
vida con otra persona y la pobre muchacha, como no, se
enamora del guapo del pueblo, una relación prohibida que
engancha. Yo soy también la tercera hermana, quizás por eso
me gusta tanto este libro. Cuando me lo leí por primera vez
pensé que yo querría ser ella si tuviera la suerte de sentir
un amor tan grande, aunque me hiciera sufrir, y nunca
pudiera disfrutar de ello. Tenía unos quince años, más
romántica no podía ser. Quizás en el fondo de mi corazón
quede algo de esa jovencita que soñaba todas las noches con
su príncipe azul. Sin embargo, los años te hacen ser
bastante más práctica y sobre todo más independiente,
demasiado diría yo.
Pero la marca de la hermana pequeña sigue ahí. Siempre seré
la niña de la casa aun con obligaciones, bastantes años ya a
mis espaldas y demasiadas decisiones tomadas. Antes, cuando
mi hermana vivía en casa, yo no tenía que hacer nada, de
todo se encargaba ella. Yo siempre he admirado su coraje, su
energía y lo fácil que lo hace todo siempre. Cuando se
independizó hace ya muchos años yo me quedé sola y tuve que
empezar a tomar las decisiones por mi cuenta. Seguía siendo
la niña de la casa, pero la tercera hermana es a la que
siempre más le cuesta partir. Me acostumbré a tirar para
adelante yo sola, sin la ayuda de nadie. Al principio cuando
pasaba cualquier cosa me echaba a temblar y lo único que se
me ocurría hacer era llamar a mi hermana. Pero desde hace ya
un año ni se me pasa por la cabeza hacerlo. La última vez
que tuve que afrontar un 'problemilla', como yo los llamo,
me dijo una amiga mía que ella no hubiera sido capaz de
tomar tantas decisiones seguidas sin ni siquiera pestañear.
En ese instante me di cuenta de que había madurado, que mi
amiga tenía razón y que ya no era el bichejo aquel que
siempre se escondía bajo las faldas de su hermana. Ni
siquiera es algo que me pese, lo hago rutinariamente y forma
ya parte de mi vida. A veces me molesta tener que andar
ciertos caminos sola, últimamente bastante más, lo
reconozco, pero creo que tengo demasiado asimilado el rol de
la tercera hermana. Seguramente que esto no sea nada bueno
para mí pero yo lo veo así y nadie me obliga a hacerlo... ¿o
sí?
Soy un puñetero desastre en casi todo menos en esto. No me
preocupo de nada, sólo de esto. Si tengo que dejar lo que
sea por esto, refunfuño pero siempre acabo entrando por el
aro... Esto será así hasta que yo decida cambiarlo, no
obstante, de momento mi vida seguirá siendo… como agua para
chocolate.