¿Hemos de plantearnos el tema como una verdadera dicotomía?
Aclaremos bien los términos.
Por belleza entendemos un concepto que atañe exclusivamente a un
deleite sensorial (no hay que olvidar la llamada “belleza de los
sentimientos”). Por belleza generalmente consideramos una idea
vinculada a la no-finalidad, la no-intencionalidad. La poesía
esteticista se pierde maravillosamente en su laberinto de
visualizaciones, arrancadas todas ellas de las manos de un
realismo que se complace obstinadamente en lo temático, en el
discurso directo en el que se pretende “decir algo”. Esta
diferencia no es gratuita y tiene, por lo contrario, un
referente en la historia literaria de a finales de siglos.
Recordemos la frase de Juan Ramón Jiménez refiriéndose al
modernismo y que venia a decir que ese movimiento era “el
encuentro de nuevo con la belleza sepultada durante el siglo XIX
por un tono general de poesía burguesa”.
Pero mi intención no es interpretar esa bipolaridad poética por
medio del modernismo versus realismo. Sin embargo, el estudio
comparado de ambos “La belleza” se nos presenta siempre como un
tema por sí mismo, o sea, no necesita de argumento para componer
un poema o un libro en general. Recurre, es cierto a la
descripción, a la evasión por medio del colorido y musicalidad.
Pero esa belleza tan tipificada no es precisamente toda la
belleza, sino una parte de ella. Lo bello, como viene a decir
Teófilo Gautier, no tiene utilidad: “No hay nada verdaderamente
bello, sin la condición de que no sirva para nada, todo lo que
sirve de alguna utilidad es feo, porque es la expresión de
alguna necesidad y las del hombre son innobles y repelentes como
su pobre y enferma naturaleza”.
Si excluimos de la poesía bella o decorativa la más mínima
intención argumentativa o expositiva, entonces tendríamos que
hablar de una poesía creacionista o bien de impronta surrealista
si incluimos elementos oníricos. Pero, ¿se puede excluir del
poema la mera y nuda intencionalidad? Creo que no. El poeta que
quiere evitar un signo de mensaje, cae en una posición de
rechazo y ello se nota visiblemente. La poesía del esteticismo
puro no es posible. Esto no avala la necesidad de una poesía del
discurso lógico o de la intención temática sino que mezcla
inevitablemente poesía y realidad. Siempre se quiere decir algo.
Lo que se ha de evitar es la obsesión de lo narrativo en la
poesía, la «utilización» de ésta para unos fines discursivos. No
se olvide que la poesía española, al contrario que la de otros
países europeos, ha estado cerca siempre de la realidad. Por
ejemplo, la épica castellana es menos dada a la fantasía que la
francesa o la germánica.
Puede que la poesía, como estructura formal, naciera de dísticos
jurídicos, pero la poesía como actividad autónoma se realizó y
se consolidó tras una ruptura con lo manido y vulgar, una lucha
imaginativa o un guiño para obviar el excesivo “realismo de cada
día. Frente a la tesis de Celaya: “La poesía es un arma cargada
de futuro”, la actitud de los Novísimos, convencidos de que la
poesía no iba a cambiar el mundo. En todo caso, dejémoslo en
cuestión de gustos.