Enero, 2010
Se cumplen tres años desde que aquella maldita Artritis que padecí
durante los doce años anteriores se fuera por donde había
venido. Tres años ya sin dolores por todas las partes del cuerpo
y del alma, tres años sin aquellas noches y más noches sin poder
pegar ojo encadenado a las mismas puertas del infierno, tres
años sin que en la imagen que me devuelve cada día el espejo vea
la de aquel hombre con los ojos desbordados por unas esperanzas
muertas y la vida arruinada por la enfermedad. Tres años sin
crisis de ningún tipo, sin fármacos de ningún tipo, sin
pesadillas de ningún tipo, sin notar sobre mis hombros aquella
gélida mano que me empujaba lentamente hacia la muerte.
Realmente fueron doce años terribles, doce años de torturas y de
infierno. Doce años caminando por la amargura y sin ver ni la
más mínima luz al final del camino. Pero -hoy puedo decirlo-,
queda claro que no era mi sino seguir en aquella senda del dolor
y la desesperación. Aquellas palabras, tantas veces oídas en las
bocas de los médicos, de los especialistas, de todos los que
decían hablar en nombre de la muy noble y virtuosa ciencia de la
Medicina, "...no se sabe por qué se produce y, desgraciadamente,
no tiene cura.", tenían un componente erróneo. Esas palabras, a
pesar de ser dichas desde la sinceridad, de llevar una implícita
aceptación del desconocimiento y, a veces, oídas en labios de
médicos amigos, un cierto matiz de tristeza por no poder hacer
nada más, eran también una condena a un suplicio perpetuo, una
negación a las esperanzas y una abolición a cualquier
reconocimiento a esos otros mundos que están en éste.
Esas palabras -hoy puedo decirlo- no venían impuestas por una
pretensión de engaño o una simple acción desidiosa o negligente
por parte de los médicos o reumatólogos, profesionales que, en
su inmensa mayoría -me consta y puedo afirmarlo- sólo buscan la
sanación o mejoría de sus pacientes, sino -obligado es decirlo
ante la evidencia de que no se hace nada en otros campos que no
sean la fabricación y venta de paliativos-, por algo que está
mucho más allá y muy por encima de, incluso, las Facultades de
Medicina, las Instituciones y los responsables de Salud. No es,
no puede ser, otra cosa que el puro negocio, intocables
intereses económicos que mantienen las dos grandes patas donde
se sustenta este antiquísimo y lucrativo tinglado.
De un lado, la cada vez mayor fabricación y puesta en el mercado
de alimentos de todo tipo, elaborados con productos transgénicos
o modificados en sus estructuras naturales y saturados de
fitosanitarios, con multitud de aditivos químicos de los que se
ignora su interacción y resultados patogénicos a largo plazo, y,
en muchos casos, de dudosos orígenes transnacionales. Y en el
caso de los animales, con procedencia de crías masivas en
zahúrdas, establos o baterías de jaulas donde, hacinados y sin
tener en cuenta los más mínimos derechos para con un ser vivo,
se les satura de antibióticos y piensos -que nada tienen que ver
con lo que sería su alimentación natural- con el único objetivo
de un rápido engorde y mayor rendimiento. A todo ello hay que
sumar la aplicación de calor para la elaboración o conservación
de los alimentos, en muchos casos altas temperaturas que alteran
sus propiedades, desproveyéndolos de nutrientes naturales o
convirtiéndolos en elementos nuevos y desconocidos para nuestro
organismo.
Y del otro lado, la continuada fabricación de medicamentos para
paliar los efectos de la cada vez más numerosa lista de
enfermedades "de etiología desconocida" que afectan a la
población de todo el planeta. Ingentes cantidades de dinero
invertidas por los todopoderosos señores de la gran industria
farmacéutica, no en buscar los orígenes y causas de las
patologías para eliminarlas de forma definitiva, sino en la
investigación de fármacos y nuevas moléculas que atemperen y
palíen sus efectos para que no cese el río de oro de sus
beneficios.
Yo, no queriendo admitir la derrota, supliendo mis escasos
medios con gran afán e irreductible voluntad, comencé a
investigar sobre la decisiva incidencia de la alimentación en la
Artritis Reumatoide, y a poner en prácticas los resultados que
iba obteniendo. Y, poco a poco, fui descubriendo los positivos
efectos que la no ingesta o disminución de determinados
alimentos tenían sobre la misma. A medida que iba aplicando esos
resultados, los dolores comenzaron a menguar y las crisis a
espaciarse en el tiempo. Los resultados eran irrebatibles...
Pero no sería hasta conocer el Régimen Ancestral y los estudios
del Dr. Seignalet, y a seguirlos, plenamente convencido de su
bondad, que los dolores y las crisis se eliminaran por completo.
Hoy, tres años después de comenzar el Régimen Ancestral, como
sigo sin dolores ni nada que me haga sentir ni pensar que sufrí
esa maldita enfermedad, ni he realizado más pruebas que las que
ya les conté en agosto sobre la leche (de la que me recuperé
completamente), no tengo nada especial que contarles.
Únicamente, reiterarles que, si padecen Artritis Reumatoide o
cualquiera otra de las patologías que se señalan en la lista de
enfermedades tratables con el Régimen Ancestral, no pierdan el
tiempo y comiencen a seguirlo cuanto antes. Los resultados, en
la casi totalidad de los casos, suelen ser sorprendentes.
Así, pues, mientras esperamos el día que la alimentación pase a
formar parte de los textos y las clases que se imparten en las
aulas de las Facultades de Medicina -que tendrá que llegar-,
tomen conciencia de que su enfermedad puede curarse -o remitir
en buena medida- mediante el seguimiento del Régimen Ancestral,
legado impagable del sabio profesor galo Jean Seignalet.
Lean y repasen todo lo publicado y sigan el Régimen al pie de la
letra. Por favor. Yo seguiré aquí para intentar ayudarles en
todo cuanto pueda con el único objetivo de que también se curen.
Nota:
En
La Web de la Artritis Reumatoide, además de un consultorio
on line, dispone de descripciones de
otras muchas patologías comprendidas entre las reumatológicas,
neurológicas, autoinmunes en general
y de las denominadas de
ensuciamiento y
eliminación.
URL: La Web de la Artritis Reumatoide