Permítame el lector especular por puro juego con estas teorías a
las que somos tan amantes quienes nos preocupamos de ellas.
Hemos de empezar diciendo que la poesía no es filosofía; ni
siquiera es literatura en cuanto a narración novelesca.
Aceptemos, por tanto, que los géneros obedecen a actitudes del
escritor ante la vida.
Las actitudes del poeta ante el hecho de la creación siguen
siendo las mismas de siempre. El poeta se estremece ante lo
intuitivo, lo relampagueante, lo misterioso, lo íntimo, lo
ingenioso, lo sorprendente, lo trágico...
Los pensamientos han de pasar por los sentidos (recuerde el
adagio de la Escolástica: “Nada hay en el entendimiento que
primero no haya pasado por los sentidos”). Para ello se necesita
la sinestesia y la metáfora, teniendo en cuenta previamente la
personificación. Pero en poesía, que no tiene fines
informativos, la expresión ha de valerse de elementos
sorprendentes para transportar al lector a intuiciones
reveladoras de honduras interiores, cuando no se opta por una
línea de compromiso, tan del gusto de la poesía social ni por la
poesía lúdica y vanguardista.
Así, pues, se necesita el factor “extrañeza” para seducir al que
lee; si, además, se rompe con la sintaxis lógica, se consigue
liberar a la poesía de ese discurso previsto por su tema y su
lenguaje cuando pretende narrar exclusivamente, connotada de
realismo, aunque tenga un viso sentimental, divagador,
seudofilosófico o semipolítico.
Lo contrario de la extrañeza (según Víctor Sklovski, para quien
la literalidad residía en la dosis de tal extrañeza) es el verso
desgastado y escrito sin esfuerzo por parte del poeta, que cree
que lo importante es decir algo y no crear lingüísticamente, que
es su misión como creador.
En una época de libertad y, después de una larga andadura desde
las vanguardias, escribir para contar experiencias personales y
con un lenguaje redicho y obsesionado con el tema, es ir contra
la trayectoria evolutiva de la ley del estilo, ¿o es que
Garcilaso escribía como los poetas de los Cancioneros del siglo
XV, o Bécquer como los Moratín, o Pedro Salinas como Rubén
Darío?
¿Qué han hecho tantísimos y reconocidos poetas por el lenguaje
poético, que no el literario, que ya está estandarizado?
Realmente no ha sido auctores de augeo ´añadir´, o sea, no han
añadido nada al lenguaje del que se han servido invariablemente.
Han querido decir, comunicar, vaciar sus ideas en el papel, pero
no se han acordado de que todo oficio requiere una voluntad de
superación, una “voluntad de poder”, que aquí es voluntad de
estilo sobre el lenguaje más allá de las combinaciones
convencionales que ya no atraen a quienes están saturados de
contenidos y esperan un comportamiento lingüístico que alimente
su interés de lector consumado en textos poéticos. ¿De qué sirve
la historia de la Estilística? Remito al lector al libro de
Alicia Illera, Estilística, poética y semiótica literaria.
Alianza editorial.
A esas alturas de la evolución del lenguaje poético ya no
interesa el qué, sino el cómo. ¿Qué nuevo drama íntimo nos van a
contar un poeta o una poetisa? Invito al lector a que lea En
nuestro tiempo de Giovanni Montale. Su visión del hecho
literario y de la mentalidad contemporánea es estremecedora y
motiva a un replanteamiento de la tarea de escribir poesía
cuando ésta mira hacia el mañana de su emoción artística. Si a
ello le añadimos la teoría de la desautomatización de Víxtor
Sklovski, ¿qué hemos de pensar de la poesía consecuente y
“responsable del reto estilístico” de cara a otras generaciones
venideras?
Un amigo mío de cultura media, pero lector inteligente, dice que
la poesía es una retahíla de ñoñeces que escribe un señor que se
aburre o se afana en ganar premios. El lenguaje literario usual
en la poesía le fastidia y le parece juvenil, ingenuo y fuera de
época. Sólo se detiene -y le merece respeto- ante lo que le
extraña y le llama la atención, o sea, el desvío imprevisible y
sugerente que realza el papel de la lengua y la dignifica. La
poesía es, por tanto, creación y no solamente confesión o
descripción.
A pesar de todo lo dicho, que cada uno escriba como le dé su
intransferible e insobornable gana. El autor de todo esto no
hace otra cosa que rellenar un espacio virtual al que
amablemente le invita el director de la web
Arena y Cal, Revista Literaria y
Cultural Divulgativa.
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