Difícilmente se pueda encontrar hoy un escenario político tan
complejo como el de Estados Unidos, escenario por donde van y
vienen los presidentes y los candidatos a suplantarlos. Y desde
luego no están solos, por el mismo escenario van y vienen el
trabajador desempleado, el deudor de un préstamo hipotecario
amenazado de desalojo de su casa por falta de pago, el
inmigrante ilegal devuelto a su país de origen. Son millones, la
sociedad del sueño americano no los quiere pero reclama su voto
en las elecciones, donde el republicano representa lo
conservador, el demócrata el cambio, aunque hay cuestiones en
que ambos candidatos sostienen propuestas similares.
Por su parte, los analistas intentan develar la incidencia de
distintos factores sobre este escenario de crisis, sea el
aumento en los precios del petróleo y de otras materias primas
destinadas a sustituirlo, sea la inflación aceptada como
medicina dolorosa (o bien recombinada como estanflación) sea la
caída del dólar, la concentración de capitales, y la lista no se
agota. Hay quien asegura que la crisis económica tiene para
largo, otros la reducen a financiera, hay quien constata
evidentes signos de recesión. Hay quien culpa a los bancos. Hay
quien es optimista, y afirma “que lo peor ya pasó” y que se
están tomando las medidas adecuadas, hay quien es pesimista y
sostiene “que lo peor está por venir”. Más allá de los nombres y
de los pronósticos, un fenómeno se destaca: el desempleo cuya
tasa ha alcanzado el 10.5 %. El desempleo evoca aquel fantasma
de los años treinta, las colas para recibir un plato de sopa. Y
se conecta con otro factor en juego dentro del escenario
complejo: la guerra de Irak, ese pantano de arenas, hoy
combinado con un nuevo conflicto militar, la guerra de
Afghanistán, sin olvidar los aprestos nucleares de Irán. Ahora
bien, veo los conflictos bélicos tanto contra el enemigo externo
como contra el enemigo interno, todo el peso de la destrucción y
muerte, todo el terrorismo, y la propaganda van contra el
enemigo externo pero el verdadero objetivo reside dentro.
La guerra de Irak fue declarada “por error” creyendo que había
armas de destrucción masiva en territorio irakí, guerra
proseguida a lo largo de varios años “por estrategia”, es decir,
perseverando en el error. Tan reñida está la guerra de Irak con
la lógica, que muchos se preguntan si no habrá algo más. Y sí,
lo hay, desde luego se trata del control del petróleo de Medio
Oriente. Pero no es todo, hay más todavía: la conexión de guerra
con desempleo. Fue la II Guerra Mundial, asevera el general
Eisenhower en sus memorias de la Casa Blanca, la que acabó de
pagar las facturas de la crisis de los años treinta, en especial
el desempleo. No lo dice Fidel Castro sino Ike Eisenhower, el
victorioso comandante en jefe de las tropas aliadas de Occidente
en la II Guerra Mundial y más tarde presidente de Estados Unidos
por el Partido Republicano.
La cifra estimada de bajas de los Estados Unidos en aquella
guerra, es de cuatrocientos mil. Y aquí viene la relación con el
empleo. Cada una de las bajas se corresponde con un puesto de
trabajo que queda vacante, sea en fábricas, sea en tareas
agropecuarias, y será cubierto si se trata de producción
destinada a abastecer a las tropas en combate. La guerra tiene
prioridad absoluta. De modo que las cosas han cambiado. ¡Y de
qué manera! Lo que antes sobraba, la mano de obra, ahora
escasea, tanto para hacer de la tela un uniforme de combate,
tanto para fabricar aviones cazas en lugar de automóviles. La
mujer se incorpora a la producción, el triunfo lo dará la
velocidad con que se logre remplazar la flota diezmada en Pearl
Harbor, y mientras tanto, silenciosamente, el desempleo será
derrotado… ¿por cuánto tiempo?
La II Guerra Mundial en los años cuarenta, el conflicto armado
de Corea en los cincuenta y, ni qué hablar, la guerra de Vietnam
de los años sesenta a los setenta poseen el mismo efecto
curativo, Estados Unidos llega a movilizar medio millón de
hombres con motivo de Vietnam. En fin, la crisis capitalista en
su efecto desempleo se va paliando de década en década. Todos
estos años esperando la bendición de una buena guerrita, una
guerrita en serio, no como la Tormenta del Desierto, que nada
duró. No ocurre, muy bien, habrá que inventarla lanzando al aire
la versión de las armas de destrucción masiva en poder de Irak,
e interviniendo militarmente antes que pidan cuentas. ¡Y el
ejército enemigo que se nos rinde a las puertas de Bagdad sin
pelear! Por suerte, se armó de inmediato una resistencia
clandestina contra nosotros, y aquí estamos, amarrados a la
necesidad iraquí de mantenerse en pie de guerra y a la nuestra
frente al crecimiento del otro ejército, el industrial de
reserva, formado por los desocupados. ¿Se imaginan lo que sería
el regreso de golpe de los ciento cincuenta mil asignados al
frente más los que cumplen el apoyo logístico? Cualquier cosa
menos un trabajador desocupado y rabioso contra el sistema, mil
veces preferible un soldado en el frente que no discute las
órdenes al punto de rendir la vida. Y que, cuando comienza a
manifestar su descontento incluso en las filas, se acuerda la
paz… ¿por cuánto tiempo? Es una pregunta que había comenzado a
ser contestada por el terrorismo con múltiples atentados contra
las bases militares estadounidenses en todo el mundo, culminando
al abatir las torres gemelas aquel 11 de septiembre que da en el
corazón de New York y del orgullo americano, al descubrirse EU
vulnerable en su propio territorio.
El terrorismo. Enseguida la gente comprendió. Ésta es una guerra
y no va a durar semanas, sino meses, se dijo aquel 12 de
septiembre, y la gente pensó: entonces esto va para años.
Precisamente, se dijo días después, y la gente pensó: bueno,
bueno, mejor será ir acostumbrándose a convivir con el
terrorismo. ¿Se acuerdan de la película “Brazil”? La recomiendo.
En un escenario situado en un futuro próximo, un terrorista pone
una bomba en un restaurante volándolo al 50%, sector donde
quedan cadáveres destripados y sanguinolentos, mientras que en
el otro 50% la gente sigue comiendo y platicando como si nada,
el gerente coloca un biombo para evitarles la vista
desagradable. ¿A eso vamos? Tal vez. “cosas veredes, Sancho…”
Pero, hay que reconocerlo, la guerra de Irak ha decepcionado.
Lleva varios años y, a diferencia de la II Guerra Mundial, la de
Corea o de Vietnam, otras son las cifras. En Irak, los muertos
estadounidenses no pasan de cinco mil. Así no vamos a ninguna
parte, el grueso de los soldados desmovilizados se reintegrará
al ejército industrial de reserva o se pondrá a limpiar la
basura de las calles. No los mandamos a Irak para eso, qué
caray.
En fin, desde el comienzo previne sobre lo complejo de la
coyuntura, el escenario político. No sólo en Estados Unidos,
sino en el mundo entero, el hambre y la guerra están a las
puertas, no, más que eso: ya entraron, convivimos con ellos, y
hay una noticia que agregar: se ha ampliado una fuente de
trabajo, a saber: los fabricantes de armamentos atienden
puntualmente los pedidos y sugieren, como al cepillo de dientes,
renovarlo cada tres meses.
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