Rincón de la Poesía
Juan Mena
San Fernando (Cádiz)
ESPLENDOR Y SOMBRA DE MEDINA AZAHARA
Cubre el débil verdín de las evocaciones los paneles ajados
de los bajorrelieves,
yacen emborronadas la agilidad, la gracia
de los supervivientes animales de bronce
y restos de azulejos despedazan sus lazos en la garra insensible
del cruel abandono.
¿No están petrificadas tus lágrimas en estos montones desolados
de antiguos arabescos
de esmerados roleos con sus finas volutas de ilustres capiteles,
sus follajes, sus cintas,
sus arduas tracerías, combinadas delicias de frisos ordenados,
de zócalos maestros y cuidadas cenefas,
inolvidables frescos con patos y avutardas y raras taraceas?
¿Dónde lucen ahora sus gráciles caderas
las columnas de mármol impoluto o de jaspe
traídas desde Roma, desde Constantinopla,
desde el país altivo de los fogosos Francos,
los estucos de Siria y los incomparables mosaicos de Bizancio,
de cuyo emperador
una perla de enorme tamaño recibimos, que pendía del techo califal,
memorables tableros de ataurique sobre arenisca y yeso,
bóvedas peraltadas de cañón, pavimentos
de mármol y alabastro por los que puso Azahara sus pies
de perseguida gacela coreada
por hermosas esclavas que presumir pudieron
de aderezos y aljófares de valiosa ataujía
camino del estanque de azogue y raro pórfido
en la amarilla y roja sala de los Califas
en la que el sol brillaba como arqueta radiante
de esparcidos dinares lanzados al voleo
por alcobas, tabiques, alfombras, ajimeces,
zaguanes, alfarjías, por las puertas de ébano y marfil del alcázar,
por altos alminares cuya hermosa mezquita competir puede a gusto
con aquellas de Córdoba?
Las delicadas manos de la brisa no tocan cortinas y visillos, tapices
y almohadones
de tiraz o fustán que venían de Egipto, de la lejana China,
y recamaban dedos de hábiles movimientos como los de alfareros,
como los de alcalleres
labrando las alhajas, las jarras y las tazas con almagre, albayalde,
azufre y cornalina;
ni en los regios salones ni en los amplios harenes constantes pebeteros
perfuman con almizcle el vigilado espacio,
ni el aroma traspasa las graves celosías bajando por arriates,
siguiendo las acequias,
buscando en los jardines a garridos mancebos
que tañen sus laúdes,
a los bellos coperos, a esclavos con ajorcas
que cuidan silenciosos
los medidos parterres,
o preparan alcándaras, acarician neblíes, alcotanes y sacres,
mientras que con la guzla traída de Damasco
Abderramán dedica
sus ocios a la Amada,
y en la ausencia de alfanjes, adargas, adalides, almófares y aljabas
Azahra desenvuelve su cabellera azul por el dulce descanso
de su cantor insomne.
El alborozo puebla corazones, gargantas; por un instante toda
la corte se ennoblece
con el auge exquisito de un momento seguro, fugaz e irrepetible,
pero vendrán un día los violentos beréberes de Suleimán mezquino
que colmarán los celos
de ambiciosos y estériles que olfatean desgracias,
que desgarran poderes,
y arrasarán las puertas, las columnas, las salas, los placados,
las fuentes,
gemirán de tristeza los viejos surtidores, correrán como un llanto
de temor y de fuga
las asustadas víboras del agua en las acequias; en los frescos aljibes,
en las norias en calma, y almunias, alquerías, almiares, alfolíes,
aceñas
y tahonas
serán tristes residuos de una lección insólita
que aprender no supimos
y que para vergüenza de nuestra impune suerte
servirá de lamento
y futura elegía,
pero aún tendrá gloria para encender el canto
con los viejos rescoldos,
y levantar vestigios, señales, garantía
de una fiel remembranza tenaz y alucinada,
de una invicta nostalgia que alimenta de gozo
el ascua de una estirpe, el ardor de un linaje, la invencible memoria.
NOSTALGIA Y PRESENCIA DE MEDINA AZAHARA.
Diputación Provincial de Córdoba, 1980