La reforma de la Ley sanitaria conseguida por Barack Obama en
EE.UU. -país capitalista por excelencia-, aunque para muchos
pase desapercibido, o como un titular más con visos
electoralistas, es un logro social de tal magnitud que, por la
extraordinaria importancia de los derechos que otorga a las
clases menos favorecidas, rescatándolos de una inadmisible
opresión de corte feudalista, podría compararse con la abolición
de la esclavitud, hecho social sin precedentes que comenzara a
gestarse en Francia durante la Revolución Francesa (1789) y en
el Reino Unido (entre 1807 y 1834) para ser acabada
definitivamente por la Sociedad de Naciones (antecesora de la
ONU) con su firma en 1926.
Ahí es nada. Nada menos que conseguir que 32 millones de
estadounidenses de escasas rentas o menos favorecidos tengan
asistencia sanitaria en los programas de salud estatales y dejen
de ser un filón para las aseguradoras privadas, o lo que es lo
mismo, para el capital, para el poderoso caballero dueño y señor
de todo lo habido y por haber, opresor de todo lo que se mueva
desde sus suelas para abajo, abusador sin límites ni escrúpulos
y cáncer ancestral e inamovible desde el principio de los
tiempos de la Humanidad.
Si tenemos en cuenta que la sanidad en EE.UU. es carísima, que
cualquier acto sanitario cuesta varias veces lo que costaría en
la mayoría de los países desarrollados, cualquier patología
simple que requiera de asistencia médica podía significar para
cualquier persona un inasumible desbarajuste en su presupuesto
(la letra pequeña de los seguros médicos se guarda para sí los
cuatro ases de la baraja ...y el comodín). No digamos si la
enfermedad es de mayor envergadura y requiere hospitalización,
cirugía y otros servicios complementarios, porque entonces el
pobre contribuyente no tendría más remedio que endeudarse hasta
los ojos o, caso de la mayoría, vender su casa, coche y toda
propiedad producto de sus ahorros durante toda su vida de
trabajo.
Esta ausencia de protección sanitaria ha sido hasta ahora un
inmenso chollo para las diversas compañías de seguros médicos y
sus propietarios, Banca, Financieras y entidades o personas con
gran capacidad de inversión. Que Barack Obama haya conseguido la
proeza de quitarles el chollo, un imposible por el que han
luchado varios presidentes estadounidenses durante más de un
siglo, nos demuestra en este hombre, además de una filosofía
poco corriente en estos tiempos, su poderoso espíritu de
luchador contra la opresión de los menos favorecidos, su clara
visión de futuro sobre la necesidad de un mejor y más equitativo
reparto de los bienes, su convencimiento de la necesidad de
establecer una mejor justicia en la sociedad y que se reconozcan
los derechos y la dignidad de las personas.
Y no sólo eso. Su acción nos demuestra con hechos comprobables
aquellas palabras que dijo el pasado mes de enero y que -a mí
como a todos- me movió a la incredulidad más absoluta por cuanto
suponía una clara y nunca conocida rebelión contra el poderoso
dios Dinero. Lo escribí en mi artículo de febrero, con el título
"Obama, Hijo de la Aurora", pero, como palabras tan extrañas
jamás fueron escuchadas en boca de un Jefe de Gobierno,
Presidente o dignatario con capacidad de hacer y deshacer, no me
privo de recrearme en ellas y reproducirlas de nuevo. Así dijo:
"No voy a consentir más que los ciudadanos sean rehenes de los
Bancos. No consentiré más que sean los ciudadanos quienes paguen
sus errores. No consentiré más que sus ambiciones destrocen la
vida de mi país y la de mis conciudadanos. Exigiré que paguen el
dinero recibido hasta el último dólar. No habrá más manga ancha
y no les dejaré crecer más allá de lo que alcance mi mano... Y
si quieren guerra, la tendrán, aquí estaré, aquí me
encontrarán..."
Una rebelión en toda regla que ya comparaba en dicho artículo
con el único evento -verdad o ficción- comparable en toda la
historia de la Humanidad -si bien, mirando su rebelión como la
de un adalid salvador- "...el presidente Obama rebelado contra
su dios, convertido en un Luzbel redivivo, en el Portador de la
Luz para los hombres, en el Lucero de la Mañana para las
conciencias de los humanos, en el Hijo de la Aurora para las
esperanzas perdidas..."
Por edad y experiencias -como a muchos de ustedes- me resulta
terriblemente complicado creer que esta historia sea verdad y
que esté ocurriendo ahí a dos pasos, al otro lado del charco,
justo ahora, en los postreros días de la primera década del
primer siglo del tercer milenio. Difícil de creer porque, de ser
cierta -y aunque lo conseguido pertenecería a la segunda
generación de los Derechos Humanos-, quizás estaríamos
asistiendo a los comienzos de una nueva era de derechos, a una
cuarta generación que engloba y perfecciona las anteriores, a un
tiempo en que la verdadera igualdad social, concebida desde la
libertad y construida en la fraternidad, comienza su despegue
para dejar de ser una utopía, un sueño irrealizable y una eterna
aspiración de los humanos, para convertirse en una realidad
tangible.
Sin duda, la cosa requerirá de mucho tiempo, muchos años, siglos
quizás, pero es muy posible que estos hechos y estas personas se
repitan, que al actual presidente estadounidense, el siempre
esperado Hijo de la Aurora, le sigan otros hombres, blancos o
negros, cuarterones o mestizos, hombres sin color ni raza, sin
ascendientes de linaje ni recuerdos de abolengos, personas
nacidas pegadas a la tierra, llevando en la sangre recuerdos de
esclavitud y opresión, que usarán el poder otorgado por los
humanos para dignificar normas y leyes y crear la Nueva
Humanidad.
Si todo esto es verdad, si lo que está ocurriendo es cierto, si
Barack Obama continúa vivo y llevando a la práctica sus
afirmaciones y su filosofía, aunque sólo sea en sus
prolegómenos, estamos asistiendo a ello.
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