No sé si continúa leyéndose el “Poema Pedagógico” de Antón
Makárenko. Es un libro que hizo época y que al autor le llevó
diez años terminar. Trata de una colonia de jóvenes sin hogar,
delincuentes o en camino de serlo, recuperados de la calle.
Makárenko, con escasos medios, fue su fundador y la dirigió
cuando los fervorosos años veinte de la sociedad soviética, más
tarde echados al olvido en la propia URSS y, ni qué hablar, en
la Rusia de hoy.
Makárenko tuvo que batirse en dos frentes, contra la vieja
sociedad y contra burócratas que nada entendían de su obra y la
obstaculizaban. Quizá, a los ojos de hoy, aparezca como una
suerte de Supermán socialista. Sin contar que la empresa
pedagógica, considerada ejemplar, se proyectó falsamente: nos
hizo pensar que bajo el estalinismo todo continuaba como en los
años pioneros, forjando al hombre nuevo. Debo confesar a mi vez
que los lectores de ayer éramos menos críticos que el mismo
autor (y protagonista) del “Poema Pedagógico”. Y así, pasábamos
por alto el punto oscuro que éste admitía francamente como un
fracaso, tal vez el único, pero que cuestionaba globalmente la
experiencia pedagógica: el suicidio de uno de los jóvenes
colonos, Chóbot.
Era la fiesta del primero de mayo y todos marchaban bajo la
lluvia coreando consignas, entre ellas la de “¡no gemir!” En las
filas se contaba el joven Chóbot, un gemido viviente. Ante él se
abría el vacío dejado por el rechazo de su amada Natasha. Chóbot
no marchaba al cumplimiento de los planes colectivos de la
colonia sino a su propio funeral.
Los compañeros tomaron su decisión final como conducta
antisocial tachándolo de imbécil, de no haber sabido sacudir su
pasado de alma esclava, de haber suplantado la figura del señor
por la de Natasha y así creado una nueva dependencia.
Makárenko reacciona de manera más cauta y asume las
responsabilidades. Ya retirado como maestro escribe años después
sus experiencias, entre ellas el Poema pedagógico; recibe las
visitas de los antiguos alumnos o tiene noticias de ellos. Unos
ingenieros, otros tractoristas o pilotos de aviación, han sido
ganados para la causa del trabajo socialista. Entonces el
fantasma de Chóbot regresa a la mente del maestro: estuvo al
tanto de la crisis emocional vivida por el joven quien así se lo
había confesado y, admite, "no pude hacer nada".
Y las reflexiones del educador vuelan lejos. ¿ Cómo se había
colado el hecho más negativo, la autodestrucción? o, si se
quiere: ¿cómo la vieja sociedad se había cobrado ese triunfo? El
antiguo director de la colonia va más allá de lo personal, de un
asunto que pudiera considerarse como aislado y burocráticamente
archivarse. No, Makárenko advierte en el hecho un síntoma de
muerte para el conjunto de la colonia.
"Sí -constata-, habíamos permanecido casi dos años en el mismo
sitio: los mismos campos, parterres, talleres, el mismo ciclo
anual". Y la conclusión: "Todo consistía en el estancamiento.
(...) La forma de existencia de una colectividad libre es el
movimiento hacia delante; la forma de su muerte es el
estancamiento".
Algo tan conocido como el “renovarse es vivir” o, dicho de otra
manera, “no renovarse es morir”, los golpeaba desde su
experiencia pedagógica. Alcanzar un objetivo trae la alegría del
logro pero, a la vez, deja un vacío que sólo podrá llenarse
cuando en su lugar se formule otro objetivo, que necesariamente
será más ambicioso.
Eso se había olvidado. Y así, las reflexiones del educador nos
llevan inevitablemente a otro plano, a pensar en su país, donde
tantas cosas han pasado, donde el fervor de los años veinte y el
empeño heroico de los cuarenta, cuando la guerra, se empañaron
con el estalinismo y más tarde se fueron deslizando gradualmente
hasta caer en el estancamiento de los años setenta. La colonia
anticipaba un fenómeno que décadas después se experimentará a
escala nacional en la URSS.
Y precisamente, el suicidio de Chóbot se asocia al estancamiento
vivido por la colonia, es decir: los alicientes externos
amortiguados, el joven no encontró cómo neutralizar su
interioridad devastada por el “no” de Natasha. El resto de su
vida consistía -al igual que todos- en sacar adelante la
colonia. ¿ Y qué ocurrió? También su mundo le daba un “no”: la
subvaloración de los compas, jueces severos al grado de
inhumanos: primero, respecto de su amor no correspondido; y de
su suicidio, después. Y el director de la colonia, al tanto de
todo, respondió con cautela pero las circunstancias exigían más
que eso. Así, para Chóbot, Eros se borra en una de las dos caras
de la medalla, y, roto el equilibrio, sólo brilla Tánatos.
Por lo demás, a pesar de los años transcurridos, el hecho no
resulta radicalmente distinto al dado entre los jóvenes de hoy,
cuando el amor no correspondido sigue obrando como catalizador
de otras frustraciones. Una chava o un chavo te corta, y
entonces una de dos, según tu programación emocional: sales a
tomarte un par de cervezas y ya piensas en quién podrá ser la
nueva novia o novio, o bien te pones una soga al cuello. Que
ocurra una u otra cosa ¿de qué depende?
Un primer comentario, vía comparación, es algo como esto: de dos
personas conviviendo en el mismo ambiente, sólo una cae con
gripe porque sólo una tiene las defensas bajas, así ocurre con
quien va por la soga. Pero ¿dónde descansa la mano que lleva a
la soga? ¿En la química de la sangre, en la conducta, en ambas?
¿De qué manera interactúan, el análisis de la personalidad puede
llevar al diseño de tipologías suicidas?
Todavía hoy, como en tiempos de Chóbot, casi todo son preguntas.
El fervor puesto en las causas sociales resulta un buen tónico
para la salud mental, más que tomarse un frasco entero de prosac.
Pero, en un momento de baja, el fervor no fue capaz de salvar la
vida del joven colono. Y tal vez ya ni cuente para el siglo XXI,
heredero de marginaciones y de agostamiento del mercado de
trabajo en especial para los jóvenes, heredero de descreimientos
y entierro de las utopías de sus papás y de sus abuelos. Casi un
siglo después nos quedamos asombrados ante la pervivencia y
multiplicación de los chóbots. Descubrirse sin objetivo, sin
cosas que valga la pena hacer, sin causas para abrazar, es
descubrirse sin futuro. Y quizá sea ésa la enfermedad de
nuestros tiempos.
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