Pocas cosas te dan gratis en esta vida tan materialista como
una piedra rodada que choca contra el muro de las
lamentaciones. Nadie da nada por nada, o eso parece. Quizás
de entre el maremágnum de gente desconocida, exista alguien
que se salve del egoísmo. Yo no le conozco. Me incluyo
dentro del saco, aunque pienso que soy buena gente y que de
vez en cuando hago lo correcto sin pensar en un beneficio
concreto.
Pero el ser humano es egoísta por naturaleza. Al fin y al
cabo, somos animales. Por desgracia uno de los seres más
animales que conozco es mi jefe, mejor dicho, el tesorero,
el portador del anillo, como Frodo. Reconozco que tiene
buenas ideas, pero se acaban difuminando como castillos en
el aire por su egoísmo y su mal hacer. No le culpo, tiene
dinero, y con él las cosas cuestan mucho menos que si no
tienes un simple cacho de pan que echarte a la boca… Eso sí
que es triste. Mi abuela decía que hambre que espera comer,
no se le puede llamar hambre. Este tesorero sentirá
necesidad a diario de engullir alimentos, pero no sabe lo
que es el HAMBRE, ése por el que seríamos capaces de matar
para comernos al difunto. Es lo que se llama instinto de
supervivencia.
Por eso es tan altanero, ridículo, ignorando lo que pensamos
–tampoco es que le importen demasiado nuestras opiniones de
proletario- se pasea por una oficina desierta en la que la
gente se deja la vida porque fuera no es que se esté mejor,
es que no hay nada en absoluto. Y te envuelve como una
cobra, como el encantador a las serpientes. No hay nada
mejor que esto, pese a las deudas -aunque vendería nuestras
almas si fuese necesario-. Somos unos hipócritas, estoy
rodeada de miseria y yo soy la primera que sonrío mientras
me muero de ansia y de pena.
Engullida por este escenario de teclas, gestiones e
impresoras sin tinta, sueño. Porque es gratis. Soñar, ¡Qué
bonito verbo! No cuesta dinero, lo haces sin querer pero por
necesidad. No tienes que pagar peaje mientras viajas por
diferentes trabajos con más alicientes que éste. Sueño que
estoy en otro país, en otro continente, rodeada de gente que
odia a las cobras parlantes. De momento, al sueño no le
afecta la subida del IVA, ni el IRPF. No hay que pagar a la
Seguridad Social ni hay que rascarse el bolsillo para
hacerse con un billete con destino al infinito. Por eso
imagino, imagino, cierro los ojos y sueño que estoy lejos de
Frodo y su anillo. Mientras él, que nació para destrozar lo
creado, sigue haciendo castillos en el aire.
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