Rincón de la Poesía 

Juan Mena
San Fernando (Cádiz)





FABLA EL CABALLERO A LA MUERTE ANTES DE SU INVOLUNTARIA ENTREGA
 

Se va apriessa como un sueño.
J. Manrique  


Corceles incoloros con sus bridas de anécdotas
los días, emborronan horizontes de olvido.
Monótonos jinetes de unas viejas costumbres
las horas, espolean sus menudas historias,
y el círculo del tiempo disimula sus giros
dando a sus arcaduces variedad de rumores.

Detener nuestro vuelo y asentar nuestras alas
como las mariposas sobre los girasoles.
Paladear demoras, tardanzas y abandonos
con esmero de abejas elaborando mieles.

Caminar minuciosos igual que las hormigas
merodean avaras sus densos termiteros.
Licuar nuestros instantes con el pasmo lentísimo
que hace espesa y tardía la gota de la breva.

Como si los relojes fueran precipitados
de pronto en un abismo de eterno mediodía.
Mas no basta tampoco que la tierra se pare,
arda su perihelio de gozos veraniegos,
o embellezca los yermos con invernales nieves,
dance la primavera con su coro de vírgenes,
o el otoño convierta en laúdes los álamos.

Ni el caballo enjaezado con dorados arneses
desbaratando los arabescos fingidos
del rocío en mañanas de titilantes prados
persiguiendo mesnadas del Marqués de Villena,
o entre los alborotos de los cercos de Uclés;
ni el paje con atuendos de la rica Florencia
escanciando Burdeos a prelados y damas,
donde, dulce y señero de amables artificios,
un trovador (¿de origen provenzal o romano?)
florea con preludios de música y escolios
las cuitas de Petrarca cuando a la tarde anima
un cortejo de nimbos suntuosos de Poniente
a la hora olvidada (¿por qué no si es la última?)
de austeros parteluces y de esbeltas vidrieras,
de cánticos sombríos, responsorios e incienso.

No baste que recuerde la paz del scriptorium
guardado por los gruesos, confidenciales muros
donde crece una planta de tristeza secreta
que he regado mil veces con mi propio silencio
en la ausencia oportuna de Guiomar. 

No, no basta
pensarme revolviendo antiguos manuscritos,
pergeñando la esgrima, o errante por el patio,
o en un grave coloquio con mi padre, el Maestre,
mientras la amanecida incendia las almenas
y trompas y timbales pregonan la batalla.

A pesar de que invaden mi memoria los hechos,
nada llena este pozo que me cava la muerte
con su atroz picotazo de implacable cuervo.
Granada apedreada mi cabeza, sostiene
una ya frágil cristalería de afanes
que el golpe del instante postrero me hará trizas.

Como un tigre excitado mi cuerpo, manantío
de una sangre aturdida por óxidos de penas,
se adelanta al envite del cruel desenlace
y forcejea contra su red de desaliento.

No es la zarpa de un odio contra Garci-Muñoz,
sino un garfio impotente lo que extiendo al vacío
que se llena de todo mi pasado en tumulto.
Pero nada me basta, y es que ansío la vida
como una hiedra trepa por contornos inhábiles.
Vivir, vivir ahora cuando el aire se enturbia
con el humo pesado del fatal vaticinio,
ensucia y rompe mis gavillas de esperanza
y presagia epidemia de adioses en mi boca.

Mas no serán arreos ni pendones ni escudos,
ni títulos ni emblemas ni campos ni apellidos,
ni el murmullo que aventa el paso de los días,
sino estos versos míos sangrantes que en mi pecho
aldabonean fieles y finales lo mismo
que nuestros testimonios, los que en vuestras memorias
seguirán de mí hablando después de que yo habite
el espacio piadoso que me asigne la tierra.



Premio de Poesía Alcaraván 1979, editado en el volumen Los Premios Alcaraván de Poesía (1953-1996), bajo el cuidado de Antonio y Carlos Murciano. Edición del Excmo. Ayuntamiento de Arcos de la Frontera.









volver      |      arriba

Pulse la tecla F11 para ver a pantalla completa

contador

BIOGRAFÍAS    |    CULTURALIA    |    CITAS CÉLEBRES    |    plumas selectas


Islabahia.com
Enviar E-mail  |  Aviso legal  |  Privacidad  | Condiciones del servicio