LA VOZ DE LA MEMORIA DEL VIVIR
“La Creación sigue abierta paso a paso
y tiene en ti un trasplante de alegría ,
la mano eres de Dios, Pablo Picasso,
que hace el mundo de nuevo cada día.”
Luis Rosales

Luis Rosales, poeta de la generación del 36, sólo vivió
desviviéndose. Lentamente se desvivió Rosales en su poesía.
Desde su juventud, era ya para los amigos “el poeta Rosales”. En
el se adivinaba la realización de la poesía como forma de vida.
La poesía formaba parte de su realidad. Es decir, la poesía era
su condición, su ambiente, su morada. Probablemente por esto
Rosales no abandonó nunca la poesía, ni la sacrificó a otra
cosa.
Luis Rosales nació en Granada el 31 de mayo de 1910. En su
ciudad natal cursó los estudios primarios y secundarios. Se
licenció y doctoró en la Facultad de Filosofía y Letras de
Madrid, ciudad donde residió y donde murió el 24 de octubre de
1992.
Fue secretario de la revista Escorial. Estuvo también unido al
grupo de José Bergamín, en torno a la revista Cruz y Raya. Fue
durante años director de la revista del Instituto de Cultura
Hispánica Cuadernos Hispanoamericanos y de la revista Nueva
Estafeta. En 1962 fue elegido miembro de la Real Academia
Española. Por su obra Rimas (1951), obtuvo el Premio Nacional de
Poesía, por su obra Lírica española (1973), obtuvo ex aequo con
Antonio Gallego Morell, el Premio Miguel de Unamuno y por su
obra Un rostro en cada ola (984), el Premio Ciudad de Melilla.
También obtuvo el Premio Mariano de Cavia en 1962 y el Premio de
la Crítica en 1970. Finalmente, fue galardonado con el Premio
Miguel de Cervantes en 1982.
Rosales empezó en Abril (1935), su primer libro, escribiendo
poesía amorosa: como Garcilaso, como Lope, como Espronceda, como
Bécquer, como Salinas; pero luego llegó –como Antonio Machado- a
escribir “poesía enamorada”, que no es lo mismo y es más sutil.
Algunos estudiosos recuerdan con relación a Abril, al Jorge
Guillén de Cántico. Sonetos, décimas, romances octosílabos
mostraban su preocupación formal, la búsqueda de un clasicismo
del verso y la estrofa, en los que igualmente se instalaba su
compañero de la generación del 36, Miguel Hernández. Todos los
comentaristas de Abril destacan la presencia religiosa de este
primer libro del joven poeta granadino. Religiosidad que también
aparece en los poemas juveniles de Miguel Hernández, pero que
estaba casi por completo ausente –con la excepción de Gerardo
Diego- en los poetas del 27. A este libro le siguió, después de
la guerra civil, Retablo sacro del Nacimiento del Señor (1940),
de impecable corrección formal y del que publicó en 1964, una
segunda versión aumentada.
Pero, quizá sea La casa encendida la obra más importante de
Rosales. Se publicó por primera vez en 1949, una nueva versión
algo más ampliada, apareció en 1967. La casa encendida es un
poema largo, de verso libre, en el que se aproxima a los giros
realistas y, a la vez, al superrealismo aumentando su emotividad
anterior. Rimas (1951) es más conceptual e intimista. El
contenido del corazón (1969) es un magnífico libro de poemas en
prosa. Ha escrito también un estudio sobre Cervantes y la
libertad (1960), Antología de la poesía heroica española en
colaboración con Luis Felipe Vivanco, Primavera y flor de la
literatura hispánica (1967), antología en colaboración con
Dámaso Alonso y Eulalia Galvarriato. Publicó además: Canciones
(1973), Como el corte hace sangre (1974), Diario de una
resurrección (1978), Un puñado de pájaros (1979), Un rostro en
cada ola (1981) y Oigo el silencio universal del miedo (1984).
Fue en los poetas “puros”, desde Juan Ramón Jiménez a Guillén y
a Aleixandre, donde ciertamente tuvo su aprendizaje y devoción
Luis Rosales. El buscaba la palabra limpia, la rima
absolutamente limpia, la expresión ágil para llegar con toda
pureza a la manifestación más clara, más evidente de las más
universales certezas del corazón.
“Quiero –escribe Rosales- decir una cosa tan sólo, que creo en
la poesía, y lo diré, y lo seguiré diciendo”. Y uno llega al
convencimiento de que sin la poesía, Rosales no hubiera podido
vivir. “Si es que algo queda –continúa escribiendo Rosales-, en
la ceniza de mis palabras será también poesía. Vivir es ver
volver. El tiempo pasa; las cosas que quisimos son caedizas,
fugitivas se van. Y esto es morir: borrarse de sí mismo”.
Su verso y su prosa son, a sabiendas una viva memoria de lo
verdadero, para mantener, como se pueda, “esa memoria del vivir,
que es la unidad de nuestra vida personal, la poesía, y
solamente la poesía”.
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