Querida Eugenia:
Te escribo desde lo más hondo de mi alma. Lo hago porque nunca
antes me tomé el tiempo para ello. Tú sabes, uno va por la vida
simplemente viviendo, o pensando que se vive mientras ella pasa
de largo. Al final del camino uno descubre que finalmente no
vive, sino que sobrevive. ¡Vaya lío!
A mi me pasó al contrario, sobreviví todo el tiempo tratando de
conquistar la cima para poder vivir como quería: contigo. Te
tuve junto a mi tanto tiempo. Descubrí mi rostro reflejado en
tus ojos, bebí de tus labios para mitigar la sed, que por
cierto, jamás se mitigó, por el contrario, se hizo más intensa.
Te besé hasta que tus labios quedaron marcados con mis labios a
fuerza de tanto sentirlos. Fui tu amor de colegiala, disfruté
cada día viéndote correr hacia mi con las mejillas encendidas
iluminando ese rostro de niña cándida y preciosa que tanto me
cautivo. Aprendí que de niña solo tenías la apariencia porque en
la intimidad eras toda una mujer, nos amamos con pasión
infinita, fuiste mi mejor amante. Recorriste mi cuerpo con ardor
y permitiste que yo explorara el tuyo. Fui el primer y el último
hombre en tu vida, y cómo lo valoré.
Nos casamos meses después pese a la oposición de tus padres.
Dejaste de disfrutar tu juventud para dedicarte a ser ama de
casa, esa labor callada, sacrificada y tan poco remunerada que
hacen muchas mujeres. Pero no quisiste escucharlos, estabas
decidida a entregarme vida, ilusiones, futuro y corazón. Alguna
vez te arrepentiste de no haber esperado un poco, nunca me lo
dijiste, hubieras sido incapaz, pero yo lo notaba porque te
conocí más que a mi mismo. Sabía de tu tesón, de esas ganas por
ser más, saber más y salir más. Tenías unos deseos supremos de
superación que siempre se vieron frenados por cumplir los
deberes de casa cuando yo no estaba y los de mujer cuando
llegaba del trabajo.
Tanto que soñé con llegar a la posición que tengo ahora.
¿Recuerdas? Siempre hacíamos planes para cuando me ascendieran,
de cómo disfrutaríamos más el tiempo, tendríamos una mejor vida,
dedicaríamos un espacio a nosotros, nos iríamos de viaje…Hace un
mes logré conquistar el puesto tan deseado ¿y te digo algo? Ya
no me importa, lo único que deseo hacer ahora es internarme en
las sombras de la noche para siempre, desaparecer…morir si es
posible. Porque ya no quiero ser, ni recordar, ni amar, ni nada.
Me siento como un espíritu que vaga sin rumbo ni sentido. A
veces quisiera gritar hasta que me estallara la garganta, llorar
hasta secarme por dentro, enfermar de amnesia para olvidarlo
todo, para no verte más en medio de la noche como un espectro
fantasmal que solamente me deja sumido en la depresión más
profunda porque no puedo tocarte, ni besarte, ni abrazarte, ni
tenerte.
Miro tus fotografías una y otra vez. Observo los ojos llenos de
vida, los labios entregados, tus piernas hospitalarias, las
manos generosas y justas, el vientre que jamás recuperó su
estética después de los embarazos pero que al contrario de lo
que siempre pensaste, me hacía admirarte más.
Te amo tanto Eugenia. Amo a la niña que me regaló su inocencia,
a la mujer que me acompañó y luchó brazo con brazo día a día por
sacar a la familia adelante, a la amiga que me escuchó en esas
noches en que las tristezas me agobiaban impidiéndome dormir, a
la amante entregada y libre de inhibiciones que me hizo explotar
de gozo y emoción tantas veces, a la madre tierna y cariñosa que
sacrificó sus ideales en pro de quedarse en casa a cuidar a los
niños para que crecieran como hombres de bien mientras los
atendías y llenabas de amor.
Por cierto, nuestro Luis va a ser papá ¿te das cuenta? Nuestro
primer nieto. Estamos muy contentos, pero a mi se me borra la
felicidad cuando pienso que no estás aquí para verlo. A Mario le
han ofrecido un trabajo estupendo, solo que fuera de nuestra
ciudad. Es lo mejor, que se realice lejos de estas paredes en
donde las lágrimas cuelgan de los candelabros y las luces no
encienden, ni la chimenea arde, porque nos has abandonado.
Son buenos muchachos, debes sentirte satisfecha, valió la pena
tu entrega. Y a mi me hiciste el más feliz y orgulloso de
tenerte, aún cuando ahora me sienta devastado por tu ausencia.
El otro día, Mario hizo algo tan gracioso que sin pensarlo solté
la carcajada, en cuanto me di cuenta me tapé la boca avergonzado
y corrí a la recámara a llorar. Sí Eugenia, a llorar ¿Cómo puedo
reír si te he perdido? ¿Cómo vivir si tú has muerto?
Uno se hace a la idea de que la vida es eterna y las personas
también. Cuando te observé inerte sobre esa cama de hospital fue
que me di cuenta que no lograría seguir respirando, que eres mi
espíritu, mi motor, mi alegría. Me perdí tantos momentos
valiosos por dedicarme a trabajar, a escalar puestos, a viajar
para quedar bien con los jefes logrando contratos excelentes,
mientras que cada día que pasaba era un día menos para nosotros.
No supe verlo así y te dejaba largas temporadas sola en casa,
claro, con los niños, pero sola.
No fue con mala intención, no lo hice por egoísmo. Créeme.
Quería lo mejor para ti, aunque ahora de nada sirve lo que
hicimos. La casa se va a quedar tan sola cuando el chico se
marche. Son demasiadas habitaciones para mi, muchos espacios
vacíos, la frialdad de los rincones tan espantosa y nuestra cama
vacía una tortura. Y pensar que en esa misma cama dormiste tú
tantas noches igual de sola que yo ahora.
En fin, que se acaba la hoja y la tinta y los recuerdos me han
comenzado a invadir. Ya siento las lágrimas otra vez cegándome
los ojos. Dejo esta carta hasta aquí, te la llevaré al
cementerio mañana cuando vaya como todos los días a dejarte tus
margaritas. Era necesario escribirla porque nunca te escribí una
carta, nunca te dije cuánto te amaba, nunca te di las gracias.
Solo me dediqué a tenerte y a disfrutarte. Donde quiera que te
hayas ido recuerda que te amé y te amo.
JACINTO
P.d. Si fuera posible, intercede allá arriba por mí. Recuérdales
que me han dejado olvidado. Exígeles que me lleven contigo
porque no puedo más.
Ver Curriculum
