Ella había trabajado de puta. Lo había hecho cuatro o cinco
veces, cuando enfermó su madre, entre otras cosas porque
necesitaba ingresos adicionales para los tratamientos de las
dolencias y la posible curación. Pero la pobre señora se murió
en uno de sus achaques, días antes de viajar a un hospital de
Barcelona. Malena dejó la prostitución, pero la crueldad de la
gente mala no olvidaba que había vendido su cuerpo por dinero.
En el barrio se hablaba de Malena la Puta, en incluso en algunos
grupos se comentaba que seguía en el oficio, que recorría la
calle Montera ofreciéndose e insinuándose con aires zafios de
fulana, lo cual era rotundamente falso. Y de ser cierto, a nadie
le importaba. Un día le abordaron dos tipos que acababan de
salir de la taberna, dos hombres de los arrabales, sucios y
malolientes, que desprendían olores de sudor, alcohol y tabaco
negro, y tenían la barba muy cerrada, y muy pocos dientes y
muchas cadenas de oro.
- Ya tenía yo ganas de encontrarme con la Puta – dijo uno de
ellos, que no pasaba de metro cincuenta - . Pues todos la han
probado, yo aún no caté sus carnes.
Al momento habló el otro.
- Vamos a dejarlo para otro día compadre, pues hoy con tanto
aguardiente, la podríamos matar, y además a este tipo de zorras
les gustan duras, les alegra su asquerosa vida sentirlas bien
dentro, bien duras, y nosotros con todas la copas que bebimos,
hoy no somos tan machos.
- Yo os maldigo. Vais a reventar de maldad – dijo ella,
aligerando el paso.
Ellos se dieron la vuelta, riéndose y llevándose grotescamente
las manos a los genitales.
- Lo probarás. Te juro que te lo meteré en la boca – gritó el
enano.
A los pocos segundos se oyó un ruido brutal, con todo su
estruendo dramático y mortífero. Antes hubo un chirrido intenso
de los frenos. Luego los dos volaron elevados por la fuerza del
camión y el impacto del choque. Y se estamparon sus cuerpos
contra la fachada de la taberna. Reventados.
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