LIBROS RECUPERADOS

Buscando un libro entre los que forman el conjunto del estante,
encuentro uno que no esperaba darme con él. Se trata de TIERRA
DE SECANOS de Julio Mariscal Montes, editado por La Venencia,
Jerez de la Frontera, 1962, comprado en una librería gaditana.
Todos sabemos que este poeta arcense no salió jamás de Andalucía
y vivió en los contornos de su tierra natal, exceptuando el
cumplimiento del servicio militar en Cádiz. Maestro nacional de
profesión, Julio Mariscal conjugaba su quehacer diario con la
poesía, a la que amaba entrañablemente. Puede que este adverbio
sorprenda, pero con ello he querido decir que no era grafómano,
sino que se deleitaba en la reunión de las palabras, las
hermanaba con un sentido estilístico innato dentro de la
tendencia que se llevaba en su época: la poesía social.
Nacido en 1922 y fallecido en 1977, su sensibilidad poética está
entretejida por hilos de una conciencia sensible a los problemas
de los jornaleros del campo, del amor, la soledad y la
meditación religiosa.
Tal vez no se le tuvo en cuenta porque carecía de esos resortes
que se necesita en este país para salir adelante, incluso hoy. A
esta postergación hemos de añadir su capacidad admirable para
manejar el lenguaje cuando otros poetas triunfaban utilizando
una cobertura lingüística en la que estaba ausente el instinto
poético de la creatividad.
Sin embargo, el poeta Antonio Hernández, paisano suyo, tuvo la
valentía de incluirlo en una antología, con estudio previo, de
los poetas de la segunda generación de posguerra, como a
Fernando Quiñones. Merece una especial mención la Antología
poética con estudio, introducción y selección de Juan de Dios
Ruiz Copete, editado por la Universidad de Sevilla.
Tierra de secanos, como otros libros de Mariscal, encierra el
drama del día a día de aquellos hombres de mediados del siglo
XX, en pueblos pequeños donde la vida social estaba programada
por las costumbres inalteradas, de ahí que su poesía sea un acta
notarial de esos avatares monocordes pero llenos de emoción para
un poeta que reúne, a mi entender, dos cualidades literarias
imprescindibles para escribir una poesía auténtica, lejos de las
consignas centralizantes: hondura y colorido. Me explico. Lo del
colorido no es banal ni frívolo, sino que, conforme a la teoría
de la literaturidad del ruso Jakobson, el idiolecto poético ha
de alejarse del de la narración y, más aún, del periodismo. La
capacidad metafórica de Mariscal es un recurso para
sensorializar el concepto y el sentimiento. A veces, es cierto,
roza lo coloquial, lo pintoresco, pero ello da idea de que sus
intenciones poéticas iban más allá de lo literariamente
académico. Un poeta no es un filósofo ni un novelista ni un
periodista; es un poeta, un creador de situaciones
empírico-lingüísticas. Lo demás, creo honestamente, es una
tentativa respetable, pero tanteo nada más, aunque los jurados
lo premien y la crítica lo bendiga.
Seguiremos otro día estudiando a este poeta (yo diría que
desenterrándolo), pero hoy concluiremos nuestro recuerdo de
homenaje con este poema.
LA TIERRA
La tierra elemental, partida, sola,
cansada de parir, de acomodarse
con duros agujeros, con cansinos arados;
la tierra horizontal, hembra y desnuda
para el afán del buey y la pisada;
la pobrecita tierra de estameña
con cilicios de agostos y aceituna.
Cruza la tarde el agua viajera
del río violador de naranjales,
el perro perdiguero; lento, el carro;
las cuadradas pezuñas de las vacas...
Hay un nogal achaparrado, un vivo
cabrillear de fuente entre las peñas;
todo se agita y viene y va, y se pierde
en el claro horizonte de un deseo.
Pero la tierra no. La tierra tiene
ese destino de achatarse siempre,
de ser espalda, yunque de galopes,
surco para el maíz y la saliva.