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    Milagros en Valby

    Anna

    por Ian Welden (Dinamarca)


Maritza Álvarez

Ilustración de Maritza Álvarez
Villa Alemana, Chile


Este país en el que vivo es muy peculiar.

No tiene montañas ni cerros sino llanuras y praderas y colinas muy hermosas. Tiene una reina de verdad y la gente por ley no puede morirse de hambre. Los muy ancianos son depositados por sus hijos, cual ositos de felpa, en empresas especializadas en soledades. Y sin son afortunados recibirán visitas de los nietos en navidad. 

De sus simpáticos y agradables cinco millones de habitantes, tan sólo diez mil son drogadictos y ciento sesenta mil son alcohólicos registrados. Dos mil viven en las calles porque quieren y todos tienen acceso a médicos y hospitales gratuitamente. Los estudiantes estudian sin tener que pagar y no usan uniformes. Las mujeres son doradas como el sol y los hombres también. Y los bebés son rosaditos y calvos y de inmensos ojos azules. Las familias son típicamente pequeñas; dos padres y a lo más dos niños que se van de casa a los diecisiete años de edad. Los divorcios son una tradición nacional. La cantidad de personas que viven solas es abrumante. Especialmente los viejos.

Pero Anna vive ajena a todo esto. 

En su fabulosa casona en la Colina del Cielo, en el pueblo Castillo de Skande, apartada de otras grandes ciudades, contaminaciones atmosféricas, coches enloquecidos y asaltos armados, despierta con las madrugadas cargadas de rocío y aire puro. Fresca como un tomate italiano, se lava y viste elegantemente y asienta sus cabellos canosos como todos los días, elegantes y sobrios. Y con la ayuda de sus jóvenes ex compañeros y compañeras de colegio, baja la escala riendo cual adolescente enamorada. En la planta baja la esperan sus padres ya muy viejitos y sus hijos e hijas con sus nietos y los bebés. 

"Buenos días mamá! Cómo amaneció?"
"Abuelita, abuelita! deme un besito aquí en la rodilla... me caí y me duele..."
"Siéntate Anna, tu café con leche se va a helar".
"Anna, como de costumbre te ves muy linda, cómo lo haces?"
"Hija, cuales son tu planes para hoy?"
"Voy a salir a pasear por la ciudad como siempre, mamá".
"Abuelita! Puedo ir con Usted, por favor!"
"Por supuesto mi amorcito, pueden ir todos los que quieran, también los gatos".
"Ja! Los gatos abuelita? Pero si no tenemos gatos...!
"La abuelita está loca!"
"No le hables así a Anna! No le faltes el respeto!"
"Ya! Vamos al Mercado Central a comprar flores!"
"Anna, no exageres; ayer te sentiste muy cansada..."
"Estoy bien amiguita querida. Tu cuida tu juventud que yo cuidaré mi vejez..."

Y salen todos a caminar por las pintorescas calles de Castillo de Skande. Los vecinos y paseantes están acostumbrados a verla pasar altiva y orgullosa con su enorme escolta de seres queridos.

"Buenos días Señora Anna! Como está Usted hoy?"
"Dios la bendiga Señora Anna..."
"Señora Anna, que gusto de verla tan hermosa!"

Y así, con Señora Anna por aquí y Señora Anna por allá entran al Burger In a tomar desayuno. Ella da órdenes a los jóvenes para que organicen la merienda de helados y tortas y dulces para los niños, sandwiches y botellas de vino chileno para los grandes y sopas para los viejos. Los demás clientes y el personal miran el hermoso espectáculo con admiración y Anna se siente inmensamente feliz y orgullosa.

Luego van a comprar play stations, guitarras eléctricas y libros electrónicos. Ropa de Saint Lorenz y zapatos Nike para todos. Anna hace relucir sus tarjetas de crédito como si fueran diamantes o rubíes. Los bebés sonríen regocijados desde sus cochecitos y los jóvenes bailan en las calles al son de viejas melodías de Elvis. Qué vejez tan deliciosa la de Anna. "Qué afortunada y maravillosa vejez!"

"Dejad que este momento dure para siempre" piensa, aferrándose de los brazos de sus queridos mientras que la imagen de su adorado esposo le sonríe desde el cielo.

Los días transcurren plácidos y perfectos. Por las noches se reúnen todos ante la tradicional fogata en el jardín. Cantan y cuentan cuentos y Anna ríe y reparte mamaderas entre los bebés y coñac entre los viejos. Los jóvenes no beben pero fuman cigarrillos de tabaco rubio. 

Anna siente como unas heladísimas gotas de lluvia le calan la piel. Tirita. Que extraño. El cielo está cubierto de estrellas y la luna está llena. Y hay una brisa agradable.

A medianoche todos duermen el sueño de los inocentes. Su mejor amiga, Terese, la joven adolescente que fue su mejor amiga en los tiempos de estudiantes, la ayuda a desvestirse y a acostarse no sin antes escobillarle el pelo y limpiarle la cara de cremas y pinturas. Rezan juntas el Padre Nuestro y Anna se va quedando profundamente dormida. Sueña con caballos alados blancos y mansos que la llevan desde La Colina del Cielo hasta el país de su infancia dónde todo era frío y gris y dónde su tío Albert la miraba fijamente y le murmuraba obscenidades al oído. 

Anna se revuelca en su cama y ahora se encuentra en una calle de la ciudad de Valby, amenazada por carros veloces y agresivos que la persiguen por pasajes llenos de vitrinas sin luz exhibiendo prostitutas anoréxicas muy jóvenes y heroinómanos esqueléticos inyectándose substancias transparentes en los brazos desnudos.

Pero llega nuevamente el maravilloso amanecer a la pequeña Colina del Cielo. 

Los niños ya andan por ahí corriendo y gritando y los viejos padres de Anna son atendidos por los alegres estudiantes. Llegan tías y tíos repartiendo besos y abrazos y preguntando por Anna. Anna extrañamente está atrasada hoy y Terese sube la escala a dos saltos para encontrarla llorando a mares ante su espejo.

"Pero Annita por Dios, que te pasa mi amor?"
"No sé Teresita. No dormí bien. Me siento tan cansada y me veo tan demacrada!"
"Te ves linda mi amorcito, ven, yo te voy a ayudar..."

Terese hace milagros y al fin Anna baja las escalas irradiando belleza y alegría. Se sientan todos a la gran mesa a comer panqueques con mermelada de frutillas y a hacer planes para el día mientras que los viejos hablan del pasado.

Todos quieren ir a El Castillo de Skande, una hermosa construcción del año 1171 levantada en el medio del lago de Skande por el rey Valdemar el Grande. Anna titubea, no quiere ir.

"Pero Anna! Si es tan tan maravilloso; a ti siempre te ha gustado..."
"No te entiendo Anna! quieres quedarte aquí sola todo el día?"
"En realidad sí! Necesito estar sola un rato. Estoy cansada. No dormí bien anoche!"
"Estás enferma abuelita?
"Te ves un poco pálida hijita, necesitas aire fresco. Te haría bien ir con nosotros..."
"Déjenme en paz! Váyanse! Necesito estar sola! No entienden?"

Silencio. A Anna le parece que Terese la observa fijamente, así como lo hacía el tío Albert.

Queda sola en su casona y se acuesta en el sofá cerrando los ojos durmiéndose profundamente. Es despertada por un violento remezón. Un policía la levanta bruscamente del pavimento mojado y la pone de pie contra un muro. Otro le grita salvajemente.

"Vieja de porquería! Que estás haciendo aquí durmiendo en la calle!"
"Identifícate! O te llevamos a la estación!"
"Donde vives? O eres una callejera?"
"Alcohólica o drogadicta? O puta? Te debería dar vergüenza a tu edad!"
"Ya! Camina!"

Un policía la empuja y finalmente la dejan ir. Anna va desorientada y llena de pánico entre grupos de sombras que se balancean y sujetan entre ellas para no caer. La calle la conduce hasta un portal donde hay gente durmiendo. La noche es negra y helada y un constante sonido de música estridente le paraliza los oídos. Una camioneta se detiene a su lado y se bajan rápidamente dos hombres de uniformes blancos. La levantan como a una pluma y la acuestan en el asiento trasero. Lucha por despertar y grita por Terese. 

"Me van a violar, por Dios! No debería haberme quedado sola. Quisiera estar con ellos en el Castillo de Skande..."

El coche se detiene. Llegan dos camilleros y la transportan a un edificio impecable y bien iluminado. Una enfermera llamada Terese le toma la mano y le acaricia su pelo desaseado.

"Pero Annita! Por Thor! Te arrancaste de nuevo... Ya Ya, cálmate no más. Tu sabes que te queremos mucho. Todos te hemos echado tanto de menos. Hemos estado tan preocupados por ti. No te gusta estar aquí con nosotros?"

Y la despoja de sus trapos inmundos, la baña, le lava el pelo, la viste con ropa limpia y fragante y la deposita en la sala de estar cual osito de felpa.

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