La boda entre la princesa Victoria de Suecia y el empresario
Daniel Westling, se llevará a cabo en pleno verano europeo, más
exactamente el 19 de junio, en la Gran Catedral de Estocolmo,
cuando supuestamente las banderas suecas flameen en la suave
briza y las campanas suenen como símbolo de una alianza
conyugal. Los preparativos van viento en popa, y será una gran
fiesta nacional. Cada día anuncian los periódicos noticias al
respecto, y más de 17 empresas presentaron artículos de consumo
relacionados con este enlace matrimonial. Los flamantes novios
han dado su visto bueno para la venta de varias mercancías:
cajas de chocolates, tortas, pasteles, vasos de champagne,
platos, servilletas, medallas, pulseras etc.
La historia de Daniel Westling, que recibirá el título de
príncipe y Duque de Västergötland, es similar a la de cualquier
muchacho sueco de su época. No tiene ni una pizca de sangre
azul.
Nació en la pequeña ciudad de Ockelbo en el seno de una familia
de clase media. Su madre trabajaba, medio tiempo, en el correo y
su padre es jefe de una de las secciones de la comuna de
Sandviken. Pasó su adolescencia sin mayores acontecimientos y
fue un amante del deporte. Sus pasatiempos favoritos eran el
hockey y motocross. Se educó para ser instructor de gimnasio,
pero como su ciudad natal no le brindaba muchas oportunidades de
trabajo, decidió mudarse a Estocolmo donde trabajó en diferentes
gimnasios.
Daniel Westling habilidoso para los negocios abrió, en enero de
2000 junto a un amigo, un gimnasio de lujo: “Master Training”.
Un gimnasio para la clase burguesa sueca. Entre los clientes
habituales estaba, nada más y nada menos, que la princesa
Victoria. Daniel Westling se convirtió en su entrenador
personal. Es ahí donde empezó una relación amorosa entre ellos.
Al principio fueron muy discretos para despejar comentarios y
malentendidos. Tres años más tarde, presenciaron en el
matrimonio de una de las amigas de Westling. Pero el día que
realmente se mostraron ante el pueblo sueco fue cuando
asisitieron, con toda la Familia Real sueca, a un concierto del
grupo “GES”. Parecía entonces que Daniel Westling era aceptado
por los reyes, pero no fue así. El reciente novio tuvo que pasar
verdaderas odiseas para ser admitido por los reyes. Tuvo que
aprender nuevos modales, tuvo que ganarse la voluntad de sus
suegros, tuvo que ocultarse de la prensa cuando la princesa
Victoria cumplía años o andaba de viaje, tuvo que someterse a
las exigencias de la Casa Real, cambiar de vestimenta etc, etc.
En realidad, el rey Carlos Gustavo y la reina Silvia siempre se
opusieron a la relación de su hija mayor con Westling. En primer
lugar, por no ser de la nobleza, y en segundo lugar porque no se
ha desarrollado intelectualmente. Se dice incluso que no habla
bien inglés, ni es un hombre interesado por saber de otras
culturas. El rey Carlos Gustavo, acérrimo conservador de la
nobleza, no permitía que Victoria festejara sus cumpleaños junto
a su pareja, ni tampoco pasaban la Noche Buena juntos en el
Castillo de Drottningholm, no obstante a que viven juntos desde
hace años. La prensa sueca especulaba estos hechos y los
titulares eran desalentadores: “La princesa Victoria fue
obligada, una vez más, a festejar su cumpleaños sin su novio”
(periódico Aftonbladet). “ El rey no permite la entrada de
Daniel al Castillo. No es bienvenido a festejar la Noche Buena
con su novia” (periódico Expressen). Según los reyes, deberían
estar comprometidos o casados para celebrar la Noche Buena junto
a ellos.
Y así continuaron las peripecias para el joven aspirante a ser
miembro de la Casa Real sueca.
Daniel Westling, en cierta medida, fue rechazado por la nobleza
sueca y por sectores conservadores de la burguesía. En tal
circunstancia, no le quedaba otra cosa que educarse, en muchos
aspectos, para ser el compañero de la princesa heredera al trono
de Suecia. Pero como todos sabemos que una formación sólida no
se hace de la noche a la mañana, el futuro príncipe sigue
recibiendo críticas. Magdalena Ribbing, experta en estos temas
dice: “Daniel Westling es de rango bajo y, por lo tanto, no
puede llevarla a su novia, Victoria de Suecia, hacia el altar”,
(periódico Aftonbladet). Este paseo corto hacia el altar, ha
creado un debate entre la Casa Real y la Iglesia luterana sueca.
La princesa Victoria desea que su padre, el rey Carlos Gustavo,
sea quien la lleve hasta ese inmaculado lugar. Allí le estará
esperando su novio para decir un “si” a la nobleza que nunca lo
tuvo en los mejores puestos.
Según la tradición sueca, como en muchos países del mundo, el
hombre y la mujer son del mismo linaje y entran juntos hacia el
altar. Es precisamente este hecho que se está violando, señala
la Iglesia. Helle Klein, ex jefa de la redacción de asuntos
políticos del periódico Aftonbladet comenta: “... es una
tontería lo que quiere la Casa Real, el mismo rey Carlos Gustavo
y la reina Silvia (que no es de sangre azul) entraron lado a
lado hacia el altar. Lo mismo Charles y Diana. Yo creo más bien
que la princesa Victoria quiere casarse al estilo de la
burguesía norteamericana”.
Lo que hace algunos años parecía impensable, hoy tomó un camino
más certero y muy costoso. Los diarios suecos indican que esta
boda costará al rededor de 100 millones de coronas suecas
(equivalente a 13 millones de USD), entre arreglos de la
Iglesia, del Castillo de Haga (donve vivirán Victoria y Daniel),
seguridad, atención a los periodistas de todo el mundo etc, etc.
La boda en sí costará 25 millones de coronas suecas (equivalente
a 3 millones de USD), de los cuales el Estado contribuye con 15
millones de coronas y “dice el rey” que pagará 10 millones de
coronas de su propio bolsillo (!). Y aquí viene la pregunta
clave: ¿Quién paga, en realidad, esta boda? La respuesta es muy
sencilla: Nosotros los que trabajamos en Suecia y pagamos
impuesto al Estado. El rey Carlos Gustavo recibe del Estado 100
millones de coronas suecas cada año. Los informes indican que 50
millones de coronas son utilizados para la mantención del
Castillo y los 50 millones de coronas restantes, el famoso “apanaget”,
(donación “para los hijos de los reyes” (!)) van directamente al
bolsillo del rey. Y nadie, absolutamente nadie tiene derecho a
investigar que es lo que hace el rey con ese dinero; ya que goza
de inmunidad de una posible demanda judicial. Entonces, si
hacemos cálculos matemáticos muy sencillos, es muy fácil darse
cuenta que el rey, Carlos Gustavo, contribuye a la boda de su
hija con 0 coronas (!). Este hecho es, sin el menor género de
dudas, un insulto a la democracia y a los trabajadores de este
país que creemos que no son tiempos de monarquías.
Los gastos astronómicos de esta boda, que tanto suena por todas
partes, han indignado a un segmento de la población sueca.
Existen dos grupos: los que desean conservar la monarquía y los
que quieren abolir este régimen político, en donde el rey es el
jefe de Estado y el traspaso de su autoridad se da en forma
hereditaria. O sea, de padre a hijo o, como en el caso de
Suecia, de padre a hija. En el Facebook existe un grupo de al
menos 57 000 personas llamado “Niégate a pagar la boda de
Victoria”. Otro grupo de 2200 personas dicen: “Si nosotros vamos
a pagar la boda de Victoria, entonces también deberíamos estar
invitados a la boda”. Y así por el estilo protesta la gente que
tiene dos dedos de frente. El líder del partido de izquierda,
Lars Ohly, es el único líder político que rechazó, muy
inteligentemente, la invitación de la princesa a su boda. Lars
Ohly dijo: “no me siento cerca de la Familia Real y soy opositor
a la monarquía como Institución y, por consiguiente, sería un
error de parte mia asistir a la boda, pero les deseo felicidad a
los novios”. Buen acto de Ohly y lejos del oportunismo y la
hipocresía.
En fin, todas las personas tienen derecho a casarse y a una
“relativa felicidad”, pero es una vergüenza, de gran calibre,
usufructuar el dinero de un pueblo para costear una boda de dos
seres humanos que, como tú y yo, tienen la sangre bien roja.
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