LIBROS RECUPERADOS

Dice Florencio Martínez Ruiz en La nueva poesía española (1971),
que hacia 1955 empezaron a surgir una serie de poetas
“diferentes” que rompen el usual servicio de la poesía “senior”,
o sea, garcilasismo, poesía social, tremendismo y escuela
neorromántica con una viva sustancia humana y una remoción
estética de efectos espontáneos y liberadores.
Pues bien, entre los poetas de esa poesía “senior” hemos de
situar la del poeta bilbaíno Javier de Bengoechea, nacido en
1919, premio Adonais 1955 por su libro Hombre en forma de
elegía. Una obra anterior suya, Habitada claridad, había sido
accésit del mismo premio en 1950.
La obra que tenemos entre las manos se inserta dentro de un
orden clásico, tanto en la forma como en el tema. Precedidos de
unas redondillas, se suceden treinta y un sonetos, divididos en
tres partes. El amor en forma elegíaca y la muerte imperan en la
totalidad del poemario, en el que no faltan simbolismos que se
orientan a la finalidad neorromántica del libro en el cauce de
un garcilasismo, en este caso no precisamente sosegado y
latréutico; sosiego y exaltación religiosa que fueron divisas de
la poesía de los cuarenta frente al impacto revulsivo de la
revista “Españada” (nacida precisamente en el mismo año que
“Cántico”, de signo estético).
Como se ha dejado entrever, en este conjunto de sonetos de buena
ejecutoria, el espíritu religioso de Bengoechea no se duerme en
una paz espiritual propagandística de la época; su tono dolorido
campea en la primera parte, culminando su queja en “Muchacha”
que “En un principio fue lo que se acaba”, en un oxímoron
escalofriante, y ”A una mejilla blanca”, en la “que ya no está
una rosa donde estaba”, en imagen elocuente; como la existencia
humana en evocación de Quevedo le parece que “la vida es larga
para ser tan corta”. La sombra de la muerte planea por todo el
libro, así como la soledad, ”que limita con el pecho” del poeta.
Podríamos establecer prudentemente un paralelismo entre el
desencanto de Bengoechea con la agitación de su paisano Blas de
Otero en su libro Ancia, si bien esta obra está más vinculada a
su entorno histórico que la de aquél.
Visión pesimista del mundo que no es de extrañar si incardinamos
a ese hombre en forma de desolación en un tiempo de zozobra
ambiental entretejida con lo político que el poeta no puede
ignorar; de ahí que este poemario tenga acento de poesía social,
si bien no del todo alineado en la famosa antología de Leopoldo
de Luis y sí circunscrito a lo íntimo.
La médula del libro es una mezcla de dolor de lo que existe
junto a la precariedad de la belleza y el amor, y Dios como
presencia obsesiva. Vaya como síntesis de la atmósfera del libro
este soneto de gran fuerza lírica, que no debería faltar en
ninguna antología del soneto en español.
ISLA
Mala es mi sombra, mala. ¿Me convino
nacer? Pero nací. O así lo cuentan.
Y si me busco en mí, mis manos tientan
una pared al fondo de un camino.
Yo soy un ser nacido a contra sino.
Los hombres formidables me lamentan.
Aumentan segurísimos y aumentan
mis posibilidades de asesino.
Soy una solución que siempre yerra.
(Siguen en pie la muerte y sus baluartes.)
Un hospital en medio de una guerra.
Me llamo trece, y me apellido martes.
Pero sé lo que soy: algo de tierra
rodeada de Dios por todas partes.