"Y justo cuando te decides a decirle
Que no tienes amor para darle
Te atrapa con sus propios pensamientos
Y deja que el río responda
Que tu siempre has sido su amante".
Leonard Cohen
Suzzane
1
María murió de cirrosis y pulmonía hace ya tantos años.
Nació en el pueblito alemán de Studsstad, y vivía con su padre,
su madre y una hermana menor, un bebé llamada Angelic.
Era la época del nazismo en Alemania, y el padre era el alcalde.
Era un hombre tranquilo y sereno como un pan recién horneado.
Pero las circunstancias requerían que fuera miembro de Partido
Nacionalsocialista para mantener su trabajo. Cuando Stusstad fue
invadido por las tropas rusas, fue ejecutado, la madre violada
ante los ojos horrorizados de María y también fusilada. Los
soldados sacaron delicadamente a Angelic de su cuna, le cantaron
tiernamente arrulladoras canciones rusas y la volvieron a dejar
tranquila y durmiendo en su pequeño lecho. A María, que en esos
tiempos tenía diez años de edad, no la tocaron. Y habiendo
quedado totalmente sola con su hermana, fueron cuidadas y
alimentadas por los vecinos. María en su soledad y angustia iba
con el bebé al lago del pueblo. Ahí se sentaba durante horas
todos los días a mirar a los jóvenes del pueblo y a los soldados
patinar sobre el hielo.
Un comandante ruso, ahora el representante de la autoridad en la
región, se fijó en ella. Le llamó la atención aquella pequeña
niña silenciosa y tímida y su hermanita menor, apenas un bebé
recién nacido, sentadas siempre solas en la ribera del pequeño
lago congelado.
Ambas estaban estigmatizadas por ser las hijas de un funcionario
nazi. Pero en realidad los vecinos que las habían conocido a
ellas y a su familia y a sus ancestros durante generaciones les
tenían cariño y compasión.
En el pequeño pueblo de Stusstad nadie lo comentaba. Todos
habían sido nazis antes y durante la guerra. Ahora eran
comunistas. "Hay que mantenerse vivos" decían los comerciantes y
viejos taberneros sacudiéndose de hombros.
Pero María por su status especial corría un grave peligro.
Cuando llegara el general ruso a relevar al comandante sería con
toda seguridad encarcelada o ejecutada a pesar de su joven edad.
El comandante se compadeció de ella. La llevó rápidamente a
Berlín y a través de la embajada Danesa allí logró que fuera
enviada a vivir en una institución para huérfanos en Copenhague.
María perdió así a su hermanita. Angelic quedo a cargo de una
familia en Stusstad y jamás la volvió a ver. Desapareció tragada
para siempre por las formidables y monstruosas ruinas físicas y
humanas de la posguerra.
2
La conocí en un café en Copenhague. Yo estaba solo bebiendo
litros de café y escribiendo mi eterno relato sin final acerca
de la segunda guerra mundial en Alemania, que debería haber
entregado a mi redactor hacía ya aproximadamente un año, cuando
una mujer rubia, pálida como una sábana de hospital y con ojos
azules como el cielo se sentó frente a mi y me dijo "Qué estas
haciendo extranjero! Enseñándole a tus recuerdos a mantenerse
despiertos en una taza de café?"
Se veía sucia y hedía a alcohol y sudor. Hablaba danés
ininterrumpidamente con un leve acento alemán y esto hizo que me
interesara en ella. En pocas horas me contó la dramática y
peculiar historia de su vida y eventualmente nació entre
nosotros algo parecido a la amistad.
María estudió medicina y trabajó en el Hospital del Reino de
Copenhague. Siendo cirujana jefa tenia por supuesto acceso a
drogas, especialmente morfina y heroína. Comenzó a robar
pequeñas dosis para consumo personal y se trasformó rápidamente
en adicta. Fue sorprendida y perdió su derecho a practicar
medicina, y en la cárcel, además de ser violada por los
guardias, se convirtió en alcohólica.
Nos juntábamos a caminar lentamente por los canales melancólicos
de Copenhague o a conversar en su pequeño departamentito oscuro
y frío como una tumba. Siempre muy borracha, me contaba de sus
padres y de su nostalgia por su pueblito alemán, pero sobre todo
lloraba amargamente por la pérdida de su hermanita, su Angelic.
"Dónde estará! Estará viva? La volveré a ver algún día?" me
preguntaba hasta el cansancio, golpeándose violentamente el
pecho como si estuviera tratando de cumplir una penitencia a
algún dios sordo y lejano.
Me mostraba huesos humanos y cráneos que guardaba en un enorme
ropero desde los tiempos en que era estudiante. Me enseñó a
acariciar con mis propias manos ese material más ingenioso que
el plástico, la textura suavísima y el diseño genial de esas
sorprendentes osamentas intemporales. "Quién las habrá
diseñado?" se preguntaba quedándose finalmente dormida en su
viejo sofá cubierto de polvo histórico.
Yo la abrigaba con una manta todas las noches antes de volver
apesadumbrado y conmovido en lo más profundo de mi ser a mi
casa. Me producía una ternura muy especial con sus historias
ilógicas, sus sorpresas casi infantiles, su vida tan insólita y
especialmente tan solitaria.
Una de esas noches me besó. Yo no le respondí su beso ya que a
pesar de ser una mujer hermosa me producía repugnancia. Olía a
muerte y descomposición. No insistió pero me rogó que durmiera
con ella en su cama una sola vez. Que la dejara poner su cabeza
en mi hombro y que le cantara una canción de cuna hasta que se
durmiera. Y yo lo hice. Estaba feliz y sonreía como la niñita de
diez años que en realidad aún era, aferrándose a mí como si yo
fuera su hermanita perdida. Se durmió en mis brazos y al
amanecer salí silenciosamente para no despertarla de su
felicidad.
María murió sola la noche siguiente en que no la fuí a ver. La
policía me contactó por ser yo el único nombre y dirección que
aparecía en una libreta que guardaba en un cajón de su mesita de
noche.
Acompañé su miserable ataúd de tosca madera de pino al
cementerio una triste mañana azul como sus ojos.
Las primeras semanas después de su muerte me sentí como un
hombre liberado. Pero dejé de ir al café y evité visitar los
puentes de lo canales donde solíamos caminar juntos por las
noches. Volví a releer mis anotaciones y borradores y me encerré
varios meses en mi estudio intentando terminar lo interminable;
el infinito relato histórico que llevaba un año escribiendo.
Pero las palabras resonaban huecas en mi mente, muertas, porque
la vida y las palabras, me di cuenta una noche crucial, se las
había llevado María para siempre a su modesta tumba.
Comencé a visitar nuevamente el café con la absurda esperanza de
que apareciera ante mi mesa y me dijera con su borracho acento
alemán "Qué estás haciendo, extranjero! Enseñándole a tu soledad
a mantenerse dormida con una botella de vodka?"
Una porfiada obsesión comenzó a desarrollarse en mi alma como un
virus poderoso e inmune a la razón. Por las noche entraba
calladamente a su departamento aún abandonado y me acostaba en
su sofá hilachento bebiendo su cerveza y quedándome dormido
hasta las madrugadas con su perfume a existencia abortada por un
destino cruel e indiferente.
Ese acto compulsivo me abrió definitivamente una profunda grieta
de dolor y desesperanza en mi corazón. Finalmente un día caminé
borracho y tambaleándome hasta el cementerio donde lloré cual
bebé abandonado sobre su lápida dándome cuenta de que por fin
había terminado mi relato.
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