Alex no tenía mucho dinero, pero como seductor no tenía precio.
Si se vendieran seductores, el habría tenido que ir a subasta.
Sabía perfectamente el plan de actuación, en función de la mujer
que tuviera delante. Sabía de arte, de literatura, de moda, de
cine y de sentimientos, que son temas que ellas manejan con
soltura. Tenía un problema: no hacía distinciones. Consecuencia
de ello, había tenido algunos altercados, como la vez que se
retiró de la aglomeración del Casino, con la hija del
Gobernador, que estaba prometida con uno de los Montesquinza de
Figueroa, y fueron a por el los escoltas.
Acompáñenos, deje a la señorita. O aquella ocasión en que puso
todas sus dotes de conquistador en la actriz Marta Santana, y
los reporteros gráficos captaron una acometida en toda regla a
la intérprete de Los Viajes de Laura, y Alex pasó su etapa
depresiva, porque el ni era famoso, ni era de la farándula, ni
tenía porque salir en la prensa. Pero ahí salió en la portada de
Bye. Luego anduvo liado con una del arrabal, Lucía, a la que
llamaba la princesa cheli del colorete, y los chicos malos del
suburbio fueron a buscarle y le dejaron el recuerdo de una ceja
partida y una cicatriz en el pecho. Son medallas, me dijo la
última vez que le vi.
Después se enamoró. Esta vez de verdad, sin ficciones. Se
llamaba María, y era el rostro que siempre había estado
buscando, los ojos de miel, la mirada racial y la piel de
terciopelo. Ella le dijo que sí. Se casaron en una ermita de
Trujillo, y se fueron de viaje de novios a Sicilia. En una
terraza de Taormina, ella inició la historia de sus relaciones y
avatares en el terreno del amor, pues Alex ya le había contado
demasiadas cosas de su habilidades en el flirteo.
El no lo pudo soportar. Por primera vez en su vida, le visitaba
la terrible enfermedad de los celos. Nadie sabía que la tenía
oculta y aparecería con la mujer de su vida. Nadie sospechó que
su rostro se iría apagando, y con ello se desvanecerían sus
artes seductoras.
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