El sillón hamaca se mecía suavemente mientras mi mente, en
blanco, relajada y tranquila permitía que mis ojos se regodearan
de placer mirando cómo la lluvia mojaba los cristales de la
ventana.
El ruido que producían las gotas hacían que mis oídos lo
transformara en una deliciosa y cadenciosa melodía.
Mi alma estaba en paz, miraba fijamente sin ver, se había
evadido del mundanal ruido para incorporarse al exquisito mundo
del interior, donde uno navega mansamente y sin apuros, sin
prejuicios, sin ataduras y sin enmiendas, libre como el águila
por el alcance de su vista y el vuelo rápido de su imaginación.
El golpetear de la lluvia se hacía cada vez más intenso, y ese
sonido me alejaba más y más de esa realidad diaria y obsecuente
que inconscientemente estaba soslayando.
Los relámpagos enceguecían mis ojos, pero me cargaban de
adrenalina pura, esa que se te mete en las venas y hace que la
columna se tiese mientras un calor interno te recorre toda hasta
hacer explotar ese fuego sagrado que se apodera de tus mejillas.
Los truenos ronroneaban afinando la perfecta melodía en esta
noche llena de brillantes huellas en el cielo.
Tomé fuertemente el libro que ya no leía entre mis brazos,
seguía meciéndome suavemente y de pronto lo vi, estaba ahí tras
los cristales; los relámpagos marcaban su contorno.
Corrí hacia la puerta y lo llamé para darle albergue y cobijarlo
de semejante noche. Entró en la sala y sus ojos de un color
negro como el carbón, se prendieron en los míos.
Mi corazón latía locamente. Su mano tomó la mía y sólo dijo...
¡gracias!
No podía seguir así mojado, entonces le ofrecí ropa limpia y
seca.
Cuando volvió al salón, iluminado sólo por la claridad que
producían los relámpagos, se sentó a mi lado; sólo nos
mirábamos, el entorno era perfecto, romántico, misterioso.
Como si no lo hubiéramos pensado, y dejándonos llevar por el
deseo que nos consumía, comenzamos el juego del amor.
Sus hábiles manos recorrían mi cuerpo estremecido del placer que
iba sintiendo; sus labios cálidos, húmedos, abrazaron los míos
abriendo mi boca de manera exigente y apremiada.
Lentamente me fue recostando en el sillón, mis brazos se
extendieron para atraerlo hacia mí... de pronto, un ruido fuerte
y seco hizo que saltara por el susto.
El libro había caído de mi regazo retumbando en el piso. El
corazón me latía fuerte, miré rápidamente en derredor, todo
estaba en su lugar, yo seguía sola, la lluvia azotaba aún más
los cristales.
¡Me había vencido el sueño! Aún así me levanté lentamente y con
mi frente pegada al vidrio busqué inútilmente entre las
sombras….
No estaba, ¡lo había soñado! más aún, creo que mi inconsciente
lo abrió a mí para producirme ese nuevo renacer a la vida.
Me dí cuenta que estaba viva, que todavía podía sentir, desear,
necesitar al amor.
Pero seguía mirando, buscando inútilmente a alguien que sólo fue
fruto de mi deseo más profundo y más guardado.
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