
Hay más de un estilo de narrar. No podemos entrar aquí en
pormenores estilísticos, pero sí podríamos, a grandes líneas,
separar la posición objetivista de otra posición en la que se
maneja el lenguaje con unas miras enriquecedoras de la
expresividad. ¿Está ello en razón de las observaciones que hace
el autor de sus personajes? En este caso puede que sí. Lejos de
perspectivas barrocas, José Carlos Fernández Moreno nos va
presentando a esos hijos de su fantasía, pero sacados de
realidades cotidianas, que nos sitúan en un denominador común:
el drama del vivir de cada día. El autor narra y cuenta
deteniéndose en algunos casos con cierta morosidad, como quería
Ortega en sus observaciones en Ideas sobre la novela, libro que
no debe faltar, a mi parecer, entre las lecturas de ningún
narrador.
Los relatos se suceden formando un tejido variado en motivos y
extensión.
En Los milicianos y las costureras de Dios tenemos un relato de
predominio narrativo, En principio, de planeamiento tópico por
su ambiente de guerra civil y enfrentamiento ideológico de los
personajes, sin embargo, está bien llevado y su desenlace es
sorprendente.
En la Lluvia en el patinillo se nos narra un relato que se apoya
en lo descriptivo, pero con imágenes vinculadas a la vida del
observador.
En Aquel niño que miraba al mar la narración se apoya en la
nostalgia y hace revivir la infancia.
En Concha la morenita se recuerda a la madre sacrificada que se
ve sola en la postrimería de su vida, abandonada por sus hijos.
En Los amantes de la Isla nos hallamos ante la especulación de
los dos esqueletos de dos amantes en el subsuelo de la Isla. El
narrador da rienda suelta a su imaginación de lo que pudo ser el
amor de aquella pareja, sus vivencias impregnadas del entorno.
En Uvedobleausencia@puntoes nos encontramos ante la historia de
un hombre en tres momentos de su vida: Santi, Santiago y don
Santiago, como la simbología de los cambios de los tiempos,
desde la España de la posguerra hasta la complicación de la
técnica, que le da al relato un final de ciencia ficción.
En Cuentos así de breves vemos bosquejos de relatos en los que
se traza como un aguafuerte una idea que parece sugerirle o
insinuarle al lector, más que definir el tema.
En La esfinge de la adelfa asistimos a las reflexiones en sus
últimos días de una actriz entre pequeños éxitos y muchas
zozobras, cuyo triste fin sorprende al final entre la miseria y
el suicidio.
En Las manos de mi madre hay una evocación con sucesivos
recuerdos de las manos de la madre por las de las distintas
figuras de la Virgen de un nacimiento navideño.
¿A quién le parto el higo? son las circunstancias aleatorias de
un adulterio con calaverada y la necesidad de guardar las
apariencias y triunfo de la hipocresía.
El homenaje en que se cuenta el sueño premonitorio de un pintor
acerca de su muerte y las circunstancias devenidas de ella
quedan desmentidos después por una realidad totalmente distinta
a la entrevista en dicho sueño.
En Estrella sublime se cuenta la historia de un parado que se
refugia en una iglesia junto a otros compañeros en señal de
protesta, se arriesga, durante la procesión de la Patrona, a
salvar la imagen de un incendio. Muere a consecuencia de las
quemaduras y la mujer obtiene como compensación un trabajo fijo.
Finalmente, en La cuerda en el aire nos hallamos ante la
historia sentimental de un costurero a cuya restauración se
renuncia ya que en ese estado, unido a escritos antiguos
hallados en él, conserva las esencias de su nostalgia.
Con un tratamiento sobrio en las descripciones y un moderado
compás de narración, sin concesiones a argumentos abstractos, el
autor nos introduce en las vidas de unos personajes que nos
avisan de que en el tinglado de las peripecias cotidianas
ocurren cosas que se nos pasan desapercibidas, pero que están
ahí constantes y sonantes y que nos llegan por la línea de una
narrativa con ribetes realistas en los que podrían estar
guiñándonos algunos toques de Galdós, Baroja y Camilo José Cela,
grandes marcadores de la narrativa española tradicional, que
arranca en el Lazarillo y toma un punto de partida universal en
el Quijote.
Si yo tuviera que definir las intenciones narrativas de José
Carlos Fernández, diría que su realismo se libra de cualquier
tentación decorativa y que la finalidad de su escritura está en
la psicología de los personajes.