LA VOZ DE LA POESÍA CON PALPITACIONES SOCIALES
“Y conoció el dolor de la palabra pobre,
mordida en soledad, abandonada
a sí misma; y entendió que hambre
no es solamente otra palabra, que se dice;
ni justicia un altísimo refugio
para el desamparo; ni tristeza
un dulce y melancólico rincón
para morir en él tranquilamente.”
Victoriano Crémer

El
Tacto sonoro -primer libro de Victoriano Crémer- no era de linotipia como creyeron algunos de los que hacían versos en la España de 1944, sino de manos que componían tipos móviles sobre el artesano y
silencioso chibalete. Pero ese tacto menestral sabía de sonoridades estelares y de sonoridades del corazón que terminaron por construir la revista Espadaña, de León, réplica parcial de la madrileña Garcilaso. “Lo que queríamos –decía Victoriano Crémer- era convertir en cierto modo la revista Espadaña, que por algo se decía la revista de poesía y crítica, en un elemento crítico de una situación que
no nos gustaba”.
La aparición en 1944 de una nueva revista independiente, modestamente provinciana, Espadaña, dirigida por poetas que pocos después empezarán a llamarse sociales, es un obvio reto al garcilasismo escapista. Los poetas son Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, cuya obra ansiosa de huir del formalismo hueco y retórico caerá a veces en extremismos tremendistas y existencialistas, de los que irá depurándose lentamente. Una poesía cuya función, según Crémer, no es otra que “comunicarse con los hombres” , y según Nora, “crear conciencia”.
Victoriano Crémer nace en Burgos el 18 de diciembre de 1906. Hijo de un trabajador de la Compañía de Ferrocarriles del Norte de España, su infancia transcurrió entre Bilbao y León. Estudia en los Hermanos
Maristas de esta última ciudad, y desde muy pequeño tiene que simultanear los estudios con pequeños trabajos como vendedor de periódicos o labores en el campo. Se traslada con su familia a León, donde
tras completar sus estudios comienza a trabajar de mancebo de botica y de tipógrafo. Apoyó el movimiento anarco-sindicalista y estuvo encarcelado en la época de la guerra civil. Ejerce periodismo, en
radio y periódico, de crítica local, lo que es una manera de no perder el pulso, la tensión humana, la incomodidad creadora, el sentimiento comunitario y la ensoñación en ciudad tan bella como León. Fue
redactor de El Correo Español-El Pueblo Vasco, de Bilbao, Las Provincias, de Valencia, Diario de León, Informaciones, de Madrid y de El Norte de Castilla, de Valladolid. Obtuvo en 1951, el Premio Boscán
de Poesía, concedido en Barcelona, por su obra Nuevos cantos de vida y esperanza y ha sido galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1962; el Premio de Poesía Castellana Ciudad de Barcelona en
1971, con el Premio Castilla y León de las Letras en 1994, con la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo en 2007, el Premio Gil de Biedma en 2008 por su poemario El último jinete y con la Medalla de Oro al
Mérito en Bellas Artes en 2009. Victoriano Crémer falleció en León el 27 de junio de 2009, a los 102 años.
A
Tacto sonoro (1944), de violenta sonoridad, siguió
Caminos de mi sangre (1946),
La espada en la pared (1949),
Las horas perdidas (1949)
Nuevos cantos de vida y esperanza (1952-1953, 2 vols.),
Libro de
Santiago (1954),
Furia y paloma (1956), cuyo título refleja exactamente la tensión y la distensión -todo tensiones líricas- de la actitud poética de Victoriano Crémer. En 1959, publica
Con la paz al
hombro, y, tres años más tarde,
Tiempo de soledad. Entre sus obras más recientes destacan
Poesía total (1944-1966) (1967),
Lejos de esta lluvia tan amarga (1974),
Los cercos (1976),
El fulgor en la
memoria (1996) y
La resistencia de la espiga (1997). En 1984 apareció una recopilación de su producción en dos volúmenes.
Poesía (1944-1972) y
Poesía (1972-1984). En 2008 publicó su poemario
El último
jinete. Es autor, además, de las novelas
Libro de Caín (1958),
Historias de Chu-Ma-Chuco (1970),
Libro de San Marcos (1981),
Los trenes no dejan huella. Historia secreta de una ciudad
(1986) y
La casona
(2001).
Victoriano Crémer ha seguido siendo el mismo poeta de siempre. Todas las revistas poéticas de España y de más allá han seguido recibiendo con frecuencia poemas de Crémer. Este poeta que nunca terminó de
hacerse enteramente, unívocamente, para la incomodidad de la clasificación, y que nunca dejó de sorprender por su gran humanismo y por su puro lirismo. “En ningún momento -escribía Crémer- he
predeterminado la implicación de mi poesía en ninguna de las clasificaciones al uso”. Su nombre y su obra constituyen en la poesía de todos estos año, para quien sepa ver más que clasificar, un
espectáculo emocionante. En él se hace más desnudamente patente y ejemplar la situación de los poetas surgidos después de la guerra y que continuarán precisamente en el proceso de rehumanización de la
poesía iniciada antes de ella. “La poesía es siempre, siempre, siempre una forma de biografía -nos decía Victoriano Crémer-. Quien es fiel a sí mismo, hará aquella poesía que responda a su más
insobornable latido vital, a sus recuerdos más entrañados, a sus demandas más fecundas”.
No ha mucho, Crémer se preguntaba: “¿Dónde está el hombre, dónde está el hombre que piensa, que dice aquellas cosas que decíamos nosotros de una manera sencilla, sin que se le vea que tiene un interés
personal?” Pero el poeta de Espadaña sabe “que el hombre es una tarea larga” y que “solamente lo verdadero permanecerá”.
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