Rincón de la Poesía
Juan Mena
San Fernando (Cádiz)
JUNTO A LAS OLAS DE LA MAR ERRANTE
I. MARINERO
A bordo de los nimbos encendidos
navega con temblor un avefría.
El alba poda su jardinería
sobre los oleajes emergidos.
Están los litorales aún dormidos,
pero en faena la marinería.
Va desplegada la cabuyería
mar adentro de rumbos aprendidos.
Ciudadano del mar y transeúnte,
novio de la menguante o del repunte,
de lontananzas y de marejadas,
marinero, habitante de los mares,
tienes tu corazón entre ensenadas
y en la bonanza azul están tus lares.
II. LA NOSTALGIA EN ALTA MAR
Atardecer del mar. Ved la amapola
de los marullos, fuego y despedida.
Barca de cobre viejo, vaga hundida
la historia de este día en cada ola.
Con rumor a cercana caracola
y olor de alga en una brisa huida
surcas la pleamar atardecida,
la pleamar en su costumbre, sola.
Mientras tanto, desgranas meses, días.
Te pone triste el encadenamiento
de recuerdos con hilos de añoranza.
Cartas, objetos y fotografías,
y una sonrisa acude en el momento
a encenderte por dentro la esperanza.
III. BAR DEL MUELLE
Lenguados, meros, róbalos, dentones,
caballas, doradillas, bogas, lisas
huelen a esteros, a salitre, a brisas
y danzan vivos en los esportones.
El vino aturde ya los corazones
y adormece el latido de las prisas.
Relucen como brecas las sonrisas
y el buen humor se enjoya de pregones.
Atestado del humo y la fritura
el bar, es como un barco en zarandeo
que se va a pique en su embriaguez de altura;
que ya flota en sopor y balanceo,
y esa fatiga en ese mar se cura
con unas palmas, vino y cantiñeo.
IV. EL MAR VIVO
¿Sabéis que un dios impuso al mar destierro
por competir con árboles y brisa
en sus anhelos de verdor y risa
y ahora en lágrima amarga paga el yerro?
Mirad qué brinco y jadear de perro
lleva por playas.
Aunque el sol lo irisa
y hermosea las crines de su prisa,
¿por qué aquel dios lo condenó a ese encierro?
Lo oigo llorar como en un pozo oscuro
cuando la noche tapia su garganta
con la mordaza de su negro muro;
pero un pezón de luna lo amamanta
y lo acuna en su pecho y lo abrillanta,
y se duerme en un dócil claroscuro...
V. MUELLE
Se desciende por una escalinata
y un bosque de columnas te marea.
Cuidado: la pecina que chorrea
y el verdín que hasta el agua se dilata.
Subid. Mirad el agua de hojalata
que a candrais y jábegas ondea;
se empina con el aire la marea
y el sol le enciende un cúmulo escarlata.
Un fuera-borda fatigado suena.
¿Esportones de peces o de arena?
Hierven voces, ruidos y saludos.
Los pescadores, como los de antaño.
Vedlos reír en la mitad del caño
dispuestos a atracar medio desnudos.
VI. A UN CANDRAI A MEDIO CUBRIR...
Con la cerviz ya hundida y castigada
por el peso de soles y de brumas,
ofreces todavía a las espumas
el honor de tu vértebra empinada.
Que mostraste tu proa abarrotada
de peces, lo recuerdas y te abrumas;
pero, a pesar, de que hedor te inhumas,
resistes, sin embargo, a la bajada.
Ni el colmillo del agua compañera,
ni el verdín que a tu proa la adornara
perdonan a tu sucia calavera;
igual que el pescador que te embarcara
hoy su vejez lo abate y desampara
y se muere, mirándote, a tu vera.
PREMIO “MUJERES DEL MAR” DE CÁDIZ, 1997