La puerta se abrió de golpe, sorpresa, habíamos olvidado ponerle llave. Y una voz de niño de seis años.
- Mamá ¿puedo ir a...?
Atinamos a manotear las sábanas, pero ya era tarde.
En la penumbra del cuarto no se veía demasiado pero, entre las conversaciones con los cuates, las clases de sexología y la última película vista, el niño completó el cuadro.
- ¿Están... desnudos?
- Sí -contestó su madre.
- ¿Estaban... haciendo el amor?
- Sí -contestó su madre.
- ¿Se hace a escondidas?
- Es como si un día te llevaras a tu cuarto un pastel muy grande, para comértelo tú solo.
- ¿Tiene que ser a escondidas?
- Para que sepa mejor, no porque esté mal.
El niño pareció conforme con la explicación, se levantó del borde de la cama y, ya en la puerta, dijo:
- Ah, mamá ¿me das permiso para ir a la casa de mi amigo?
- Sí, pero no vuelvas tarde. Y cualquier cosa me avisas por teléfono. Y todavía tienes que hacer la tarea y bañarte.
- Sííí... mamá.
Y el niño, tras una vacilación.
- ¿Puedo contarle a mi amigo...?
- ¿Qué cosa?
- Esto.
- Si quieres...
Y todavía, a manera de despedida, el niño:
- Disculpen la interrupción.
Y suavemente cerró la puerta.
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