• Alfonso Estudillo

    La Voz de Arena y Cal

    El paro y sus perspectivas

    por Alfonso Estudillo


Uno de los principales problemas -posiblemente, el más grave- que nos ha reportado la actual crisis económica es el paro. Cinco millones de personas desempleadas en España; un 20 por ciento de la población activa, más del doble que la media de los países de Europa y tantos como Alemania e Italia juntos (Eurostat, Oct. 2010). Un lastre imposible de soportar por ninguna economía.

Pero... ¿qué ocasiona que cinco millones de personas estén en el paro?, ¿qué hace el Gobierno para resolver o intentar paliar está gravísima anomalía socioeconómica?

Aportar soluciones a este problema es, sin duda, complejo y harto difícil, pero las hay. La principal traba, además de la escasa o nula salida de la producción por falta de consumo, es la falta de capital en la mayoría de los sectores de producción. Falta de liquidez que tiene una sola causa y origen: los intereses particulares de los personajes que integran el selecto elenco del sector financiero. Pero, ahí se pincha en hueso. Intentar convencer a los omnipotentes señores del dinero que son ellos los que tienen y deberían aportar soluciones, renunciando a una parte de sus altas ganancias y arriesgando un poco de sus capitales, poniendo a disposición de los creadores de trabajo -autónomos y pequeña y mediana empresa- lo necesario para continuar sus actividades, es algo completamente imposible (la Banca no arriesga un duro si el consumo está estrangulado), y como nuestra actual economía de mercado no permite injerencias ni intervencionismo del Estado (es parte del férreo blindaje con que se dotaron), la solución hay que buscarla por otro lado.

Pensando un poco, y aún sabiendo que la economía de un país la compone muy diversos factores y se rige por buen número de variables que condicionan el PIB, simplificando su estructura básica al máximo, nos encontramos con un esquema elemental, tan inamovible como irrechazable, que, como Vds. saben, junto con la ley de la oferta y la demanda, se da a los estudiantes de Económicas el primer día que llegan a la Facultad. Se trata del círculo consumo / trabajo / producción / economía.

El motor fundamental de toda economía es el consumo. Si hay consumo, si el pueblo dispone de medios y hay demanda de productos y servicios, hay que poner a disposición de los consumidores alimentos, casas, coches, lavadoras, camisas, peines, lápices, bombillas, ordenadores, viajes, ocio, etc., etc. Para que todo ello esté cada día en el mercado es necesario personal que lo produzca, distribuya y venda. Si el personal está trabajando, su economía le permite comprar el lavavajillas, reponer el viejo frigorífico, comprarle aquel bolso que le gustaba tanto a la Gordi, salir a tomar unos copas de vez en cuando e, incluso, ahorrar un poco para lo del soñado crucero por las islas griegas. Sube la producción. Las empresas ganan dinero, invierten en mejoras productivas y amplían mercados. Los Bancos cobran sus préstamos y ganan sus buenos dividendos. El Estado recauda impuestos por un tubo, invierte en formación, investigación, nuevos mercados... Hay ofertas de puestos de trabajo y gran demanda de bienes y servicios. Todo marcha perfecto.

Nada puede impedir que el robusto motor que mueve toda esta maquinaria siga su curso imparable. Nada excepto una circunstancia que tendríamos que llamar imposible: que la máquina se quedara sin el combustible (dinero) que la mantiene en marcha. Esta circunstancia tan solo se podría dar en un supuesto: que alguien ajeno al sistema fuera capaz de sortear todas las previsibles medidas de seguridad, llegar a los depósitos donde se guarda el preciado "combustible" y llevárselo todo.

Si esto ocurriera -como, increíblemente, ha ocurrido con el lamentable "timo de la estampita" de los bonos basura y las acciones especulativas de unos pocos grandes granujas del mundo de la Bolsa y las finanzas-, las consecuencias son las que contemplamos: el motor renqueante y cuasi parado, la pequeña y mediana empresa teniendo que cerrar por falta de "combustible", los empleados y obreros con su carta de despido formando colas en las oficinas del paro y las familias sin ingresos ni para cubrir los gastos más imprescindibles. Cinco millones de parados y una gran parte de la población sin otros recursos que los mínimos y temporales subsidios del paro y esporádicas ayudas de familiares y amigos.

¿Soluciones? Aumento de la productividad, bajada de precios y salarios, devaluación competitiva, disminución de horas de trabajo y salarios, contrato de indemnización progresiva, mayor inversión en políticas activas de empleo... y chorrocientas más. Posiblemente, muchas de ellas tendrían efectos positivos, pero, en mi opinión, a corto plazo, la única forma objetiva de activar la economía, de crear puestos de trabajo y reducir las cifras del paro -atacando el circulo vicioso donde tenemos más posibilidades-, es activar el consumo. Si no se facilita el consumo, si no se favorece la capacidad adquisitiva de los ciudadanos, no puede crecer la producción, no se pueden fabricar y vender más coches, más lavadoras, más kilos de carne, más patatas, más camisas, más cervezas con tapa y más salidas los domingos. Y si no se puede hacer crecer la producción -y venderla-, crear puestos de trabajo, reducir el paro, es tan sólo un simple absurdo.

Las medidas tomadas por el Gobierno de nuestro país, subir los impuestos y rebajar los sueldos, pensiones y subsidios son, precisamente, todo lo contrario de la solución al paro. Y por ende, a la crisis. Estas medidas y directrices, impuestas por los capitostes de la Unión Europea (aunque formando parte de otras que podemos considerar lógicas, como la de reducir el gasto público y la enorme deuda de Banca y Gobierno), es una demostración palpable de que la UE, si la llamamos por un nombre más acorde, no es otra cosa que la Unión de Mercaderes de Europa. Banca y banqueros, economistas, políticos y especuladores unidos fraternalmente por un objetivo común: salvaguardar sus economías propias y, si se puede, una vez consolidado el primer objetivo -como necesario para la continuidad-, la de los tres o cuatro países más poderosos y sus mercados dominantes. La utópica Unión Europea, aquella unión real de los pueblos tan deseada por tantos soñadores, tendrá que esperar a que un día lleguen a sus cuarteles auténticos líderes, paladines de la justicia y la honestidad a los que no les tiemble el pulso a la hora de enfrentarse a los actuales dueños de todo lo habido y por haber y les diga cuatro verdades, entre ellas, quién trabajó, sudó y ganó ese dinero que se reparte con la antigua fórmula del "uno pa ti y veinte pa mí". Mientras tanto, habrá que esperar... Ajo y agua..., que diría el abad.

Así, pues, aquí en España, con las actuales medidas tomadas por el Gobierno, las perspectivas son más que negras. Está claro que las pequeñas empresas siguen cerrando, que las listas del paro siguen aumentando, que no hemos tocado fondo... Incluso, si me apuran, yo diría que no está muy lejana una segunda recesión. Lo saben los gobernantes, lo saben los economistas, lo saben los de la Banca... y hasta aquellos ingenuos que hace dos años hablaban de "brotes verdes" chascan la lengua y miran para otro lado. Por estos lares, la solución a la crisis, la creación de puestos de trabajo, el retorno a la estabilidad y al más que merecido estado de bienestar, está dejado al albur, al azar, a que el tiempo opere como manita de santo y cure los males, o quizás -¿quién sabe?- a que los dueños del dinero vean que su amado tesoro no crece lo suficiente con el sota, caballo y rey y decidan ponerlo a trabajar.

Y ante esta manifiesta dejadez y falta de visión de futuro, sólo caben dos posibles opciones: o aflojarse los pantalones, achantar la mirada y entonar la misma jaculatoria que el del convento, o escupir por el colmillo, unir fuerzas con los demás descamisados y decirle a Sus Excelencias que ya estamos hasta las pelotas de tanta incompetencia.

Y para el experto economista, el avezado banquero y el competente político que rechazarán esta propuesta como interpretación simplista, falacia o utopía idealista, les propongo un entretenido y sencillo juego: pónganse delante una fotografía de Alemania y su Gobierno y otra de España y su Gobierno y traten de encontrar las ocho diferencias. Recibirán como premio ocho indoloras pero jodidas puñaladas en mitad de su multidogmática razón.

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