_Señor Juez, acá estoy, he venido a decirle que yo la maté.
_No, no, escúcheme por favor, luego haga lo que quiera, pero como usted verá ésta ya no es una vida, esto que ve acá no es ni siquiera la sombra de lo que fui, y menos aún de lo que seré, porque sin ella,
Señor Juez, mi vida ya no tiene sentido.
_Dedíqueme un ratito de su tiempo por favor.
_Sí, yo se que está ocupado, que tiene muchos casos que resolver, pero éste ya está resuelto, ya es cosa juzgada. Así que apiádese de mí y sólo escuche lo que le cuento. Luego de esto le prometo no hablar
más.
_Un día apareció en mi vida. Era joven, fresca, alegre… fue verla y Enamorarme, ¡ y usted sabe que creo que a ella también le gusté!, ¡no podía creerlo!, ¡que se fijara en mí!, en este triste soñador
de ilusiones, hacedor de fantasías y divagues, ya de vuelta de mil y un atajos; con el cabello cano, el andar cansino por cada golpe que la vida le fue dando.
_No lo quise creer, no aguanté que mi corazón latiera como hacía años no lo sentía, me asustó el cosquilleo de la sangre por mis venas, me asombró los vericuetos que tomaba mi mente en viaje rápido donde
ella era la brújula que me guiaba, entonces me fui, huí, ya no soportaría ilusiones estériles ni delirios
absurdos.
_Pasaron varios días, y cuando la vi nuevamente, se acercó y me dijo con toda su candidez y dulzura…. ¡hola!, ¡que suerte que viniste!, ¡tenía muchas ganas de verte!
_Y eso fue el detonante, no nos separamos más, cada día era un nuevo día para el amor, para la pasión, para el compañerismo
_Me hizo sentir joven, audaz, apasionado, importante.
_Descubrí que tenía nuevos límites, que los que yo creía tener ya no existían, pues éstos eran poderosos, invencibles, únicos.
_Pero los celos comenzaron a carcomer mi alma, y cada vez se fueron haciendo tan fuertes y punzantes que me lastimaban, me herían.
_Mi mente elaboraba situaciones donde ella era la protagonista de amores volcánicos, colosales, pero no conmigo… y la veía señor Juez, ¡le juro que la veía en brazos de otro!, y era tan grande mi vivencia
que empecé a maltratarla, a desconfiar de sus dichos.
_Y mi vida se fue convirtiendo en un infierno donde estuve ardiendo casi un año.
_Pero también la puse a ella en ese infierno, cada vez que se acercaba a mí, la rechazaba, porque pensaba que venía sólo para limpiar culpas; ella lloraba, suplicaba, me daba muestras fehacientes de su
amor por mí, pero yo, Señor Juez, estaba ciego y sordo ante todo razonamiento normal.
_Y de a poco se fue alejando.
_Pero yo, tan autómata y enfermo estaba que tampoco de esto me daba cuenta.
_Y recién Señor Juez, esta mañana al levantarme, encontré esta carta… ella se fue, me abandonó, se cansó de amarme inútilmente, fueron vanos todos sus intentos de llegar a mí.
_Ahora entiendo todo, ¡sólo ahora, cuando ya no hay tiempo!, ¡sólo ahora cuando lo maté!
_Porque yo soy el culpable. Yo maté al amor, y con él, maté todas las ilusiones, las expectativas, el futuro.
_Soy el único culpable Señor Juez, haga Ud. de mí, lo que quiera.
_¿Pero qué está diciendo?, ¿qué puedo irme?...
_Si, si, lo escucho, Usted me dice que cada uno recoge lo que siembra y que somos los únicos responsables de malograr al amor por nuestras propias inseguridades y limitaciones.
_ Entiendo también ahora que amar es confiar, disfrutar, creer, y que eso es precisamente todo lo que no hice. Por eso que le pregunto, ¿y mi condena?
_Si, si, tiene usted razón, ya he sido condenado.
_ Condenado a este destierro sin futuro, a este vida sin amor, a esta culpa sin retorno, a esta herida sin cicatriz.
_Sí, Señor Juez, tiene usted razón, esto ya es “cosa juzgada”.
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