
Cuando los Novísimos dieron la espalda a la lírica de los poetas de los cincuenta-sesenta para buscar aires nuevos, sabían bien que la puerta no se quedaba del todo cerrada al intimismo, porque la
experiencia íntima es la principal fuente de la expresión poética, al margen de las novedades culturalistas y/o ambientales: el cine, los comics, la televisión...
Realmente, ese grupo bautizado sin querer por Castellet, guardaba las esencias de poetas del pasado inmediato que no han perdido vigencia todavía, tales como Cernuda o Gil de Biedma, por ejemplo.
Este libro de poemas que me llega del autor gaditano Luis García Gil (Cádiz, 1974), podría trazar una línea desde el poeta sevillano hasta la vuelta al intimismo de los poetas de una generación posterior
que podríamos situar, según el criterio generacional de Petersen, de los quince años, en 1985, y la siguiente en 2000.
Es cierto que esta dos últimas hornadas de poetas han cuidado parcialmente las formas como un regreso a cierta disciplina clásica más o menos mitigada. En Al cerrar los ojos, observamos formalmente una
estructura abierta en la que se combinan versos medidos con otros libres, todos ellos blancos, y su temática es de variada índole lírica en la que el poeta va desde una crítica a determinados aspectos de
la realidad (“Imposición y látigo implacable, / miseria de la fe inquisidora, / dogma bajo palio, cruzada / en la agonía de los muertos. / ¿Qué dios os ampara?”), pasando por la evocación de Miguel Hernández en
el ámbito de la experiencia docente (“Llueve en el patio del colegio. / Es viernes. La profesora, resuelta en luna, / está también lejos del poema, / está viajando muy lejos / de aquella cárcel de Torrijos...”
hasta desembocar en la confesión intimista de un Ubi sunt?, por poner un ejemplo de lírica solitaria como en contemplación del devenir de lo vivido con los ojos cerrados.”¿Dónde fueron los días con sus
noches? / Resbala y se muere esta pregunta / en un cristal empapado de lluvia. / Todo se ha perdido, viejo amigo, / la caricia innumerable, el verbo / sonoro, el ruiseñor de las tardes.../ {...} Resuena el
tiempo como un lamento, / como un acorde triste y sin memoria... ¿Dónde fueron los días con sus noches?”; angustia vital moderada donde no falta la vieja conclusión senequista, conjugada también por nuestro
Quevedo: “Al nacer ya empezamos a morir / y ya preparamos la honda elegía / a las cosas amadas y perdidas.”
Al cerrar los ojos el poeta ha analizado su mundo y lo ha interpretado con esa maquinaria engrasada por el alma humana, que es la palabra. Elegíaco y multilírico por su visión prismática de la vida, este
libro está en la línea de una poesía de vuelta del culturalismo y lo “camp”, así como de influencias europeas, rasgos éstos que definieron a los Novísimos. Poesía en un fin de siglo XX en el que el
“dolorido sentir” garcilasiano -sin soneto aquí- vuelve a campear en lo que ha sido siempre la poesía: una mirada sobre el entorno, que tiene conciencia de sí cuando los ojos se cierran hacia fuera y se
abren al balance de las experiencias.