Sergio Castelló (la "elle" pronunciada como "ele", a lo catalán) verificó la posición del nudo de su corbata azul antes de golpear en la puerta de la oficina del señor Duiff, abogado de gran reputación
internacional.
También se limpió la nariz con los dedos índice y pulgar de la mano derecha y a su vez se secó la mano en el interior del bolsillo de su impecable pantalón inglés.
Respiró profundamente un par de veces, se acomodó los anteojos Lacoste, golpeó tres veces y entró al recinto sin esperar la autorización correspondiente.
La hermosa secretaria de Duiff lo observó alarmada desde su escritorio. Castelló se aproximó enérgicamente hacia ella y sacando una pequeña tarjeta rosada del bolsillo externo de su chaqueta, se la
entregó pronunciando las siguientes palabras con un tono absurdamente solemne:
"Mi nombre es Castelló, como usted bien puede leer en mi tarjeta de presentación. El señor abogado me espera a las cinco de la tarde. Ya sé que es aún muy temprano, pero más vale llegar temprano que
tarde, ¿no le parece?
La secretaria revisó su agenda de compromisos y encontró la cita en cuestión.
"Son apenas las dos, señor Castelló. Su cita es, como usted muy correctamente lo señala, a las cinco. Concuerdo plenamente con el hecho de que llegar adelantado a un compromiso es más prudente que llegar
atrasado. Pero en éste caso específico no puedo dejar de señalar que su prudencia es un tanto desproporcionada. Tendrá usted que esperar cinco horas y como bien puede apreciar, mi oficina de recepción no
ofrece las condiciones necesarias para una espera de tal magnitud"
Castelló miró a su alrededor comprobando que efectivamente no había donde tomar asiento. Una maceta gigantesca con un cactus igualmente desproporcionado ocupaban gran parte de la oficina. Un archivo de
metal oscuro afirmado en una pared, algunos cuadros con pinturas incomprensibles colgaban en los muros y en el centro el impecablemente ordenado escritorio de la secretaria. Ni un sofá, ni siquiera una
silla.
"Tiene usted toda la razón, señorita secretaria"
"Señor Castelló, no me trate de señorita. Soy casada y tengo ya tres hijas".
"Disculpe, señora, pero aquí ni siquiera hay una revista para hojear. Usted se imaginará lo agotador que sería para mí esperar tres horas de pie. Podría sentarme en el suelo, es verdad. Pero resultaría
una posición bastante indecorosa tratándose de la oficina de un abogado tan prestigioso y afamado. Y además mis piernas y mi espalda no resistirían el tormento de semejante postura"
"Sí, sí, lo comprendo -dijo la secretaria sinceramente preocupada-. Sin embargo no encuentro solución ni alternativa a esta situación tan engorrosa".
"Existe una alternativa" Dijo Castelló inclinando la cabeza hacia su hombro derecho y sacudiendo un dedo índice.
"Y cual es?"
"Le propongo que usted me ceda su silla de trabajo".
Ella abrió los ojos desmesuradamente y una mueca de consternación apareció en su rostro.
"Eso es totalmente imposible señor! Vea usted; mi silla no le sería solución alguna ya que si se fija con mayor detención podrá usted observar que no tengo silla de trabajo. Sólo estoy fingiendo una
posición que corresponde a la de estar sentada. Mire, aquí no hay silla alguna!
Castelló comprobó que efectivamente que la secretaria estaba semi encuclillada tras su escritorio.
"Ya, ya. Así lo veo. Pero qué bien lo hace usted! Si me tenía totalmente convencido.
La secretaria se sonrojó e inclinó su cabeza en un gesto de humildad.
"Me halaga usted, señor Castelló".
No, no, si lo digo muy en serio!"
"Bueno, son muchos años de práctica", contestó levantándose y encuclillándose varias veces para mostrale a Castelló su asombrosa habilidad.
Hubo un silencio corto durante el cual ambos se miraron a los ojos tímidamente, sonriendo, pero obviamente muy preocupados por el problema.
"Mire, ya son las dos y diez minutos" dijo él finalmente observando su Rolex. "Al menos la espera no será tan larga. Tan sólo dos horas y cincuenta minutos. Tal vez me convendría dar un
paseíto por el
centro de la ciudad y volver prudentemente por supuesto, a las dos y media. no le parece?
La secretaria entornó los ojos evaluando la proposición.
"No lo creo prudente, señor. Tantas cosas imprevistas pueden ocurrirle a uno en el centro. Piense por ejemplo si lo atropellara un coche. o si se quedara atrapado en una puerta giratoria o un ascensor...
podría correr el riesgo de llegar atrasado a la reunión y eso sería muy muy lamentable!"
"Tiene usted tanta razón. Qué ocurrencia la mía! No entiendo como pude pensar en semejante tontería! ya que estoy aquí en la oficina del gran abogado Duiff, es mejor ser precavido y esperar aquí hasta
las cinco de la tarde sin correr riesgos innecesarios... Sin embargo aún persiste el problema: dónde, pero dónde puedo sentarme?"
"Me alegra sobremanera que haya considerado mi advertencia señor Castelló. Y estoy totalmente de acuerdo con usted en el sentido de que su problema en torno a donde sentarse no ha sido solucionado.
Lamento mucho comunicarle que a mi no se me ocurre solución alguna" dijo finalmente la secretaria, las lágrimas asomándose sutilmente en sus bellos ojos y la voz a punto de quebrarse...
"Sí, es lamentable. A mi tampoco..."
En silencio, Castelló dio algunos pasos por la estrecha oficina secándose el sudor de frente con su pañuelo Dior. Los sollozos entrecortados de la secretaria le llegan como dardos a su corazón.
"Qué hacer, Dios mío, qué hacer!"
Miró su reloj: las dos y cuarto...
Y de pronto una ola de inspiración sacudió todo su ser. Una idea genial lo sorprendió ahí de pie en la pequeña oficina.
Castelló se dirigió sigilosamente hacia el único rincón desocupado del lugar, puso su espalda contra la pared y comenzó muy lentamente a deslizarse hacia el piso doblando cuidadosamente sus rodillas y con
una expresión de éxtasis en su otrora preocupado rostro.
La secretaria interrumpió su llanto sonriendo incrédula y secándose las lágrimas con la fina palma de su mano izquierda.
Cuando Castelló alcanzó una posición semejante a la de estar sentado, se detuvo y mirando triunfante a la secretaria gritó eufórico "Es sólo cuestión de práctica!"
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