La naturaleza del amor cortés en la literatura medieval y renacentista en España se debe, en su mayor parte, al sistema feudal en que los vasallos servían a sus señores con una lealtad incondicional,
comparable al servicio amoroso que el amante prestaba a la amada. Era un amor cuyo mando, a primera vista, se encontraba rigurosamente controlado por la dama, una especie de inversión sociocultural en que
la mujer predominaba y el hombre se encontraba bajo su servidumbre.
Este cambio de papeles era raro para una época dominada por la sociedad patriarcal, pero en las representaciones literarias de este género el hombre se muestra dispuesto a hacer lo que sea para alcanzar
los favores de la dama, aunque a largo plazo la relación sea controlada por él, visto que el poder de la mujer en esta situación sea temporal. Es verdad que ella decide cómo y cuándo le dará los “favores”
al caballero, pero tarde o temprano, cuando se entrega por completo, ella pierde este control, además de lo que comprometiera para estar con el caballero. Creo que, a pesar de la temporalidad de este
control, los poderes otorgados a la dama son transcendentales para su época.
Vemos esta inversión de papeles en otros textos importantes de la época. En
Cárcel de amor y
La Celestina, por ejemplo, este cambio entre hombre y mujer existe. En el primero, la mujer no se entrega al
amant désespéré ni por la huelga de hambre a la que el amante se ha condenado, y éste muere por miedo a menoscabar su honor. Lo mismo vemos en La Celestina: Melibea manipula las acciones del torpe
Calisto, un “anti-caballero” que vive patéticamente para sólo morir precozmente cuando cae de una tapia al intentar mostrar su valentía. Estos extremos por lo general no se ven en los libros de
caballerías, pero muestran cómo la mujer puede aprovecharse del código de la caballería (por la lealtad incondicional a la dama) para sacar provecho de la situación.
Un obstáculo principal que desdibuja el reconocimiento de la mujer en este género es el interés personal del caballero (su ambición) que él pone por encima de todo. Los motivos del caballero se disimulan
con una máscara de galantería y auto-interés. Dice que hace todo en nombre de la dama, pero en realidad ella es el chivo expiatorio. El impulso de ganar batallas, vencer al enemigo y lograr una reputación
a todo coste, monopoliza su atención y la del lector. Las damas y sus doncellas son retratadas como pasivas, anhelando nada más que la vuelta de su caballero de tierras lejanas. Estas damas con sus ricas
vestiduras son meras palancas sociales para los hombres. No es que todo hombre someta a la mujer a una condena perpetua de espera, ni que sean todos misóginos, pero el valor innato de la mujer en estos
textos permanece desatendido entre las barbas y las espadas.
En los libros de caballerías la mujer aparece como una sombra, una consecuencia de la voluntad y orgullo masculinos. Los intereses del caballero no están basados en el amor que profesa por la dama, sino
en la garantía de su propio éxito. El “sacrificio” del caballero y el agasajo a la dama son una máscara detrás de la cual se disimulan los intereses creados del caballero. El arte de su elogio es el
antifaz que muestra que hay otros gatos encerrados.
Amadís de Gaula, uno de los héroes e inspiraciones de Don Quijote, también luce como el más leal amante y el que más amor tiene a su dama. Cuando jura lealtad a la orden de la caballería, se hace
consciente de la necesidad de ser no sólo el mejor en el combate, sino el que mejor ama a su amada. El amor de Oriana (el objeto de su amor), sin embargo, no se presenta con la misma “rectitud” que el de Amadís, lo cual implica una inferioridad de su parte. Ella muchas veces se siente celosa, enfadada y triste, emociones que se atribuían en aquella época como características femeninas. Estas emociones,
sean el resultado de la congoja experimentada por la ausencia del caballero, los mensajes malentendidos, o de otros factores en el libro, establecen una clara separación entre la valentía del caballero y
el desequilibrio de esta “flaca mujer”.
Si miramos este aparente menosprecio con más detenimiento, no obstante, lo que el autor presentara como defectos personales de parte de la mujer, de hecho la dotan de características humanas que el héroe
masculino no tiene. Al hacerle el superlativo que es, carece de la profundidad humana que hoy día caracteriza a los personajes de verdadero interés literario. Básicamente Amadís es un Superhombre sin el
Kryptonite. No está retratado con los atributos de un ser humano. No tiene apenas celos, no vacila ante la muerte, y parece no tener interés sexual. Vive la vida de un “ermitaño amatorio”. Cualquier otro
personaje, sobre todo femenino, sin embargo, es presentado como promiscuo o infiel, tiene miedo, celos, comete errores, etc., todo lo cual le da un carácter humano carente en el perfil de Amadís.
En conclusión, en los libros de caballerías la dicotomía existe entre la mujer pasiva y la mujer que domina. Mucho tiene que ver con los poderes que se le otorgan. El poder de la mujer es el resultado de
dos cosas (
à mon avis), la extremosidad provisional de la que se aprovecha la mujer a causa de la estupidez del códice amatorio al que el caballero es obligado a acomodarse, o la perspectiva actual con la
que podemos re-evaluar las representaciones tradicionales de los personajes, las de las mujeres tanto como las de los hombres.
Al fin y al cabo, el género murió con la parodia quijotesca de Cervantes.
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