Ha de pararse el reloj de las tristezas para que las golondrinas retomen su mítico vuelo en el silencio de las cosas.
No solo grises, no solo negros y rojos deberían acariciar las horas de los ojos atónitos. La voz oculta tendrá que salir de las mazmorras para romper en risas y futuros violetas.
Risas con olor a estiércol, miradas perdidas en horizontes vacíos, laberintos que se nublan porque el amor –el amor mayúsculo- se fue de vacaciones donde los impuestos de caricias cotizan al alza.
Relojes con péndulos inmóviles, con cucos que se esconden en el pánico, sin tic-tacs que acompasen los latidos de la vida esperanzada.
Han de pararse los relojes de las tristezas antiguas.
Han de pararse.
Han.