• Juan R. Mena

    Contraluz

    Las poéticas (1)

    por Juan R. Mena


En dos ocasiones he tenido que escribir una poética. La primera vez fue para la Antología primera de la colección Ángaro, de Sevilla (1972), incluido por ser Premio de Poesía del mismo nombre en el año 1972. La segunda fue porque figuraba también en la nómina de la Antología de la Poesía Andaluza Consultada de Manuel Urbano, editada en 1980.

Es lo que ocurre siempre. Pasados unos años, ya no estamos de acuerdo con lo que hemos dicho, a veces corriendo el riesgo del absolutismo en la expresión y la pedantería en el argumento.

La sucesión de experiencias elaboradas de manera consciente o inconsciente a tenor de lecturas, coloquios y reflexiones, nos llevan a desdecirnos de principios que otrora definían nuestra posición ante lo que significa escribir poesía, que no versos aislados con guiño de consignas tácitas según la moda del momento.

Hemos de asumir lo siguiente: Lo que se ha escrito hasta ahora ha sido gramática ataviada de figuras literarias y la palabra no ha dejado de ser pretenciosa en sus afanes obsesivos de comunicación, de desear que lo que yo digo le interese a otro, normalmente poeta, que también quiere hacer lo mismo con lo que escribe.

En una época de crisis de valores humanos en que el relativismo no deja títere en pie con ínfulas de absolutismo y, como viene a decir Montale en su libro En nuestro tiempo, todo está dicho y ya el poeta que lo sabe no pretende decirnos nada, sino jugar con la lengua; mas tenemos un reto que no se soluciona tampoco con la habilidad lúdica traducida a signos icónicos, aunque sean geniales, ni a jitanjáforas asombrosas.

He dicho relativismo porque en el cruce de poéticas todas valen, puesto que cada cual tiene su criterio y éste le sirve de cañón para lanzar su andanada al campo de batalla de la guerra literaria.

Ahora bien, si entramos en el juego poético con la norma aceptada de que existe la literaturidad y que ésta busca por todos los medios la función poética, hemos de hacer justicia al significante, al que con tanto abuso se ha puesto desde los comienzos de la poesía como siervo del significado, como si fuese la comunicación su único cometido, y para tal finalidad tenemos el periódico, el ensayo, la filosofía, las epístolas que sirven de desahogo... El poeta ha de tener fe en que la palabra puede traducir, aunque sea a modo de flashes, intuiciones de “otros mundos aunque estén en éste”, como dijo Paul Eluard. Lo que no sigue esa opción es repetir el pasado entre la poesía intimista y la poesía narrativa. Pero no deja de ser aceptable si está escrita con dignidad.

Todos los textos que se enseñan con la asignatura de Lengua en el curso preuniversitario tienen todavía la función de comunicar. Dentro del texto literario la poesía está para algo más, como dice este poema de Ernesto López-Parra, poeta ultraísta (1895 -1941). Subrayo las imágenes.


CASA VACÍA

Toda la casa está llena de ausencia.
La telaraña del recuerdo
pende de todos los techos.

En la urna de las vitrinas
están presos los ruiseñores del silencio.

Hay preludios dormidos
que esperan la hora del regreso.

El polvo de la sombra
se pega a los vestidos de los muros.
En el reloj parado
se suicidaron los minutos.


“En este duelo a muerte por la virgen poesía, / duelo de rosa y verso, de número y locura”, como dice Federico García Lorca, significado y significante se ayudan para crear buscando la función poética, por la que el texto se diferencia de otros textos literarios. Cada estrofa o grupo de versos luce una imagen que saca al lenguaje de su servidumbre lógica y realista al servicio de un contenido que nada tiene que ver con la imaginación estrictamente poética.

Más que al conocimiento, la poesía ha de estimular la imaginación, la capacidad de sorprender del lector. Eso me parece a mí. Abundaremos en esta idea.

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