Adiós jornada intensiva, adiós playa, adiós piscina. Hasta luego, conciliación, eternos días, achicadas noches. El verano se acabó, calladito, esperando a que dentro de unos diez meses volvamos a
recibirlo con los brazos desnudos a 30 grados, mojito en mano, soñando sentados en una jaima.
Y se pasa volando. Junio llega con fuerza, con ilusiones, con asueto, con calor… De repente, ya es sólo un recuerdo, demasiado corto, demasiado intenso. Este año no me puedo quejar. He aprovechado cada
uno de mis 29 días en ‘Modo desconectado ON’. En otros momentos no he podido disfrutar tanto, bien por falta de compañía o de ganas, o simplemente de dinero. La crisis es lo que tiene, te preocupa tanto
soltar el billete que al final no te das cuenta que la vida son dos días. Aunque claro, vivir es caro…
Primero calor, en Mojácar (Almería). Odié sus rocas, resbalé en sus piedras, un guapo vigilante tuvo que acudir incluso a mi rescate… ¡Pero lo que es la vida!, pagaría lo que no tengo por levantarme
mañana y repetir experiencia bajo el sol, repleta de protector solar factor 20, haciendo que Bridget luciera su esplendor pleno. No hacer nada, sin más. A cambio, una jornada de 10 a 19.00 horas, letra
para arriba, sueños para abajo. Declaraciones, artículos de última hora… En definitiva: estrés y dolor de cuello. Vamos, lo de siempre.
Pero sigo recordando… Dos semanas después cambiaba a Lorenzo por las nubes y el inglés de Dublín. No he visto unas nubes con tanta personalidad como las de la capital irlandesa. Aún las guardo en mi
memoria: sus formas, su sonrisa, su llanto en forma de lluvia… Dublín es eso, austeridad, gris, claroscuro. Es enemiga del sol, curioso, sí, muy curioso.
Y entre nubes, aprendí como se escribe tomate en catalán, tomaquet, por cierto; a escribir molt bé, Adeu, truita… y varios conceptos más, que ahora mismo no me vienen a la mente. Y conocí a Paqui, a
Dolors, a Joan, a Guillermo y a Miriam; a Estefanía, a Rakel, a Cris-Tina… a un montón de gente simpática, muy parecida a mí. Compartimos geografía, pero tuvimos que coger un vuelo para poder cogernos de
la mano.
Puede ser que no vuelva a verlos, que nunca más sepa de ellos. Pero forman parte de bellos recuerdos de un verano imborrable en el que conocí un poquito más a mi estupenda amiga Carol. No aprendí inglés,
pero sí algo de catalán -que nunca viene mal-, no me solté -sigo siendo la misma-, la residencia no estaba en el centro de la ciudad -más bien en un agujero negro de nombre Ballymon-… Nunca nada es como
lo imaginamos tumbados en la cama, pero éste ha sido uno de mis mejores veranos. Diferente, irrepetible, increíble…
Por eso no me queda otra que esperar a mis nuevas vacaciones, con la esperanza de que me vuelvan a regalar más amigos, más sueños, más experiencias entre las nubes.
Ver Curriculum
