Hasta ahora se ha hecho poesía con las ideas y las cosas representadas por las ideas; la poesía futura ha de hacer poesía con las mismas palabras combinándolas
y llevando a los lectores imágenes de experiencias profundas, incluso con apariencias oníricas, para ello el lenguaje ha de ser metapoético con metáforas, símiles, sinestesias y símbolos.
Esto no invalida la poesía que se ha siga haciendo con patrones clásicos en los que domina el significado, incluso con cierta lógica cartesiana. Como se ve, distinta a la anteriormente esbozada. La
variedad ha sido siempre una constante en la literatura y el arte, aun dentro de un mismo estilo y también de un mismo autor en diferentes épocas de su creación. Pongamos por ejemplo a Miguel Hernández.
Si leemos Perito en lunas, veremos más adelante en Sino sangriento que su ambición de “literaturidad” se ha ido aquilatando con rasgos más personales por su concomitancia con el surrealismo mitigado, como
en Pablo Neruda.
Siempre será de agradecer que un poema nos sorprenda con una combinación de palabras que sugieren en los lectores representaciones gratas por las imágenes, independientemente de los conceptos, que ya
asumimos como núcleos temáticos sobre la vida, el amor, los recuerdos, la soledad y la muerte.
En este poema de Federico García Lorca podemos observar cómo el autor, sin renunciar al significado y a la métrica tradicional -octosílabos y eneasílabos-, nos hace un guiño para “contrabandearnos” un
ejercicio de estilo metafórico y sinestésico, que es gallardete de honor en el velamen del buque del 27. Como hablamos de poéticas, diremos que este poema es en sí una poética de maravilloso equilibrio
entre lo viejo -la necesidad de comunicar algo- y lo nuevo -la renovación de las imágenes-.
La hoguera pone al campo de la tarde,
unas astas de ciervo enfurecido.
Todo el valle se tiende. Por sus lomos,
caracolea el vientecillo.
El aire cristaliza bajo el humo.
¿Ojo de gato triste y amarillo?
Yo en mis ojos, paseo por las ramas.
Las ramas se pasean por el río.
Llegan mis cosas esenciales.
Son estribillos de estribillos.
Entre los juncos y la baja tarde,
¡qué raro que me llame Federico!
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