
Dedicada esta vez a la memoria del poeta de Hernani Gabriel Celaya (1911-1991), que representó junto a Blas de Otero la poesía social de los años cincuenta, el
VII Cuaderno de profesores poetas, como en
sus anteriores ediciones, recoge poemas de poetas de más de veinte provincias españolas.
Los profesores poetas que colaboran son diferentes en su escritura poética y ello enriquece el contenido que nos da fe de que la poesía, aunque “no es un arma cargada de futuro” como quería que fuese el
poeta vasco homenajeado, sí es un factor de unión y de estímulo para que la palabra no se quede tan sólo en los documentos básicos convencionales de la vida de cada día. La palabra es capaz de sacar del
fondo del pozo de nuestras conciencias un agua clara en la que nos miramos y reconocemos nuestra autenticidad.
Las filosofías del mundo contemporáneo luchan contra la globalización para que no nos convirtamos en un inmenso bulto de frases hechas y consignas de consumo. La televisión, el cine y otros espectáculos
que glorifican a sus personajes y alienan a las masas no podrán desterrar la palabra más limpia y veraz como es la palabra poética, la que sale desde dentro de la generosidad y el ocio desinteresado. Si
la palabra poética muriera, sería sintomático de que la sociedad se ha echado a morir en la manta de su mendicidad cultural.
Es menester que se convoquen concursos y se publiquen libros que, como el que ahora comentamos, sean banderas de la libertad del espíritu por encima de la inercia de las muchedumbres dóciles a la
estrategia de los demagogos de la diversión.
Más de cincuenta autoras/res participan en este argumento para presentar resistencia numantina a las amenazas del totalitarismo mimético, que no nos vacuna tampoco par soportar la crisis, sino que nos
exaspera. Sin embargo, quienes optan por alzar el vuelo de la imaginación por encima de esa carpa adormecedora, tienen un privilegio que desgraciadamente es minoritario: tener un espejo de palabras donde
se mira a gusto en su soledad y se reconoce como una hija o una hijo legítimo, y no bastardo, de su tiempo malherido. Un tiempo que no se deja sobornar por el discurso de lo acomodaticio, sino que
proclama, y en verso, su placer de volar por encima de todas las contingencias históricas.