• Dean Simpson

    Letras en el horizonte

    La popularidad del género caballeresco

    por Dean Simpson (Boston)


¿A que se debía la inmensa popularidad de los libros de caballerías? Básicamente, al finalizar el sistema feudal la clase nobiliaria quedó aferrada a la conciencia cortesana y se arrimó a la literatura caballeresca antigua. El género alcanzó un éxito extraordinario en su época. Se escribieron unos sesenta textos conocidos después de 1500, además de unos veinte que fueron traducidos de otros idiomas o perdidos. La cantidad de ediciones (18-20) que se publicaron del Amadís, por ejemplo, es excepcional. De 1501 hasta 1650 surgieron unas doscientas sesenta y siete ediciones de libros de caballerías en general, y para una sociedad en que pocos sabían leer el triunfo era enorme. La inmensa difusión de textos se hizo posible debido a la aparición de la imprenta, haciéndolos accesibles a más lectores.

Los valores de la caballería (honor, valentía, libertad, heroísmo, amor y virilidad) gozan de cierta atemporalidad que remonta hasta los tiempos medievales, y es precisamente por eso que desde el siglo XII en Francia hasta el XVII en España se produjeron tantas versiones. Los valores que estos héroes encarnan atraen al lector de toda época, sea por diversión, nostalgia o ejemplaridad. El género interesaba a un público muy amplio, de hombres tanto como de mujeres, debido a la diversidad de sus temas.

A pesar de su enorme éxito había quienes refutaban su valor ético. Se condenó el género en el siglo XVI, por su supuesta lozanía, por su baja moralidad y por la falta de historicidad. En una época en la cual predominaba la preocupación por la salvación del alma, muchos consideraban que el contenido de estos libros mostraba una doctrina contraria. Todavía más “peligroso” era que estos textos retrataban muchas veces a una mujer que se oponía a la imagen “ejemplar” de la mujer, según la Iglesia y la sociedad, y temían que estos libros sirvieran de modelo para cambiar esta imagen. Los libros de esta clase eran quemados y destruidos, precisamente como se llevó a cabo en el escrutinio de Don Quijote I. En Valladolid, en 1555, los libros de caballerías fueron prohibidos. La razón para la prohibición en las Américas era teológica: eran malos ejemplos de moralidad para los indígenas.

A pesar de la condena, hubo una época en la que se devoraban los libros de este género. Carecían del elemento realista (sin tener en cuenta el Tirante); sin embargo, su enorme éxito en España se debía a algo fundamental que quizá pasaran por alto los lectores del Renacimiento: una creación de otro tipo, una realidad anhelada y nostálgica que se basaba en los valores del pueblo español: el honor, la lealtad, la supremacía del bien sobre el mal, el amor y la caballería. También, a pesar de las aparentes similitudes entre casi todos los texto, había diferencias. La atracción que tenían se debía a las sutiles variaciones entre los personajes y sus acciones, pero éstos cambios apenas se percibían en la superficie.

El menguante interés por el género empezó en el siglo XVI cuando apareció la cuantiosa cantidad de ediciones e historias basadas en la misma trama. Se cansaron los lectores ante el poco cambio que ofrecían estos libros. Gozaron de mucho éxito en el siglo XII y al principio del XVI; no obstante, para cuando se escribió Don Quijote, los personajes prototipos de Chrétien y Montalvo parecían fantasmas lejanos.

A pesar de los contrincantes del género, su popularidad era evidente. ¿A quién le gustaba entonces este género tan lacio y sin sustancia? La mayoría de los lectores pertenecía a la aristocracia, o a la clase educada que conocía la vida cortesana, pero también el círculo se extendía al mundo eclesiástico. Santa Teresa y san Ignacio leían, por ejemplo, los libros de caballerías ardorosamente en su infancia. También los leía López de Ayala, Carlos V y Francisco I. Además de ellos, como hemos mencionado, los conquistadores los llevaban al Nuevo Mundo. Bernal Díaz de Castillo leía el Amadís cuando luchaba con los aztecas, y para otros el género servía de ejemplo de coraje y cortesía. El influjo de la moda caballeresca llegó a tal punto que los textos dieron nombres a lugares conquistados; “California” viene de Las sergas y “Patagonia” de un pueblo salvaje en el Primaleón (parte del ciclo del Palmerín).

Hoy en día el género ya no seduce a un público tan extenso como en el siglo XVI. No obstante, las obras clásicas como el Amadís y el Tirant siguen ocupando un sector apartado del canon literario a donde acuden unos lectores esotéricos que se encuentran todavía embelesados por el género. Es necesario también apartarse de la condena de ciertos textos que se tiraron a las llamas de Don Quijote. En mi opinión, los tres libros salvados de la hoguera en Don Quijote, Amadís de Gaula, Palmerín de Inglaterra y Tirante el Blanco son dignos de la salvación cervantina, no obstante, no hay que seguir menospreciando los que se quemaron. Algunos críticos siguen guardando, sin embargo, el desdén que se estableció en Don Quijote. El Palmerín de Olivia, por ejemplo, que se echó al fuego sin vacilación, es digno de mención. Es preciso no descartar la presencia de este libro precisamente por su posible autoría femenina, y, dadas sus diferencias, quizá las que causaron su condena cervantina, son importantes para entender la cosmovisión del tipo de mujer que se representa en estos textos.

Fue Cervantes el que estableció la diferencia crítica: Don Quijote es un libro de caballerías moderno y paródico, pero su estructura es fiel al modelo del género caballeresco. Puede que sea anticaballeresco, pero su oposición se hace posible a través de sus semejanzas y diferencias. Por lo tanto, podemos darle las gracias a Cervantes por haber re-escrito a su manera el género, pero debemos también apartar su condena de los textos que se tiraron al fuego, puesto que en los últimos veinte años todos, no solo los principales sino muchos más, han gozado de mas atención critica e interés universal.

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