A principios de diciembre del año pasado, más exactamente el siete de diciembre, se llevó a cabo, en la sede de la Academia Sueca, el tradicional acto en honor al Premio Nobel de Literatura 2011, otorgado
al sueco Tomas Tranströmer. El acto en sí fue totalmente diferente a los anteriores años, dada la condición física del literato galardonado con este laurel.
Tomas Tranströmer, sufrió un ataque de hemiplejía en el año 1990, lo cual le dejó secuelas. Adolece de una parálisis de la mitad derecha del cuerpo y casi no habla. Pero estas dificultades físicas, no
ocasionaron ningún problema al poeta que siempre va acompañado de su fiel amiga y esposa Mónica Tranströmer.
La Academia Sueca organizó una ceremonia especial con un par de artistas, un pianista y un coro que interpretó melódicamente algunos poemas de su obra literaria. Al principio de esta majestuosa gala, se
abrió la puerta desde donde habitualmente sale, cada año, el secretario permanente de la Academia Sueca, Peter Englund, para anunciar el nombre del ganador; del premio más prestigioso de las letras en el
mundo. Por esa misma puerta salió Tomas Tranströmer vestido de terno negro, camisa celeste y una corbata oscura con rayas claras. Peter Englund llevaba la silla de ruedas del poeta laureado, y la acomodó
al lado de su mujer, delante de los miembros de la Academia Sueca.
Luego se dirigió a una pequeña tarima y comenzó su discurso con las siguientes palabras: “Los límites físicos del mundo están dados, en cambio los de un idioma; se pueden ensanchar con la buena
poesía...”. Seguidamente, Krister Henriksson (actor de teatro), dio lectura a dos poemas de Tranströmer. Mientras el poeta escuchaba los versos salidos de su pluma, sonreía y a veces se comunicaba con su
mujer por medio de gestos y señas que solamente ellos saben entender.
La soledad es un tema recurrente, al cual acuden todos los poetas del mundo. Y cuando un poeta, un escritor o un artista escribe acerca de la soledad, lo que está haciendo es plasmar, en el papel, lo que
el sentimiento de la soledad produce en su universo interior. Unos dicen que la soledad es el imperio de la conciencia, el precio que deben pagar los genios por sus descubrimientos o es precisamente estar
rodeado de gente, y sin embargo sentir soledad. Otros aseguran que la soledad, es ese viaje que uno realiza en esta vida para encontrarse, finalmente, con dios. En fin, la soledad es un sentimiento
subjetivo que acompaña al hombre desde los principios de la humanidad. Por lo tanto, en el ideario de Tranströmer no podía faltar un poema dedicado a la soledad. Y lo hace en su poemario “Sonidos y
huellas” (1966). Es un poema largo y dice entre otras cosas: “... Yo era anónimo / como un muchacho en un patio del colegio rodeado de enemigos.../ en otras partes del mundo / están los que nacen, viven y
mueren / en una permanente muchedumbre.../ tengo que estar solo / diez minutos por la mañana / y diez minutos por la tarde...”. Este poema, en el cual Tranströmer da vueltas por el círculo de la vida tomando
pausas de soledad, fue leído primero en sueco y posteriormente en seis idiomas diferentes. El público, con los ojos puestos en los folletos que repartieron, seguía la lectura de los poemas emitidos por la
megafonía.
La música, otra manifestación poética, es un ingrediente importante en la vida del literato sueco. Por eso la música clásica estuvo presente, y una gran mayoría del público escuchaba esos acordes, con los
ojos cerrados, como si se tratase de sirenas cantando en una noche de luna. Y esas melodías nacían igual que los sentimientos del poeta sueco al plasmar sus versos, que ahora se pueden leer en diferentes
países del mundo.
En realidad, Tomas Tranströmer, ha tocado el piano desde muy joven, y sigue tocando con la mano izquierda después de su accidente. Ha dicho que pensaba ser músico, pero su talento poético se interpuso en el
camino. Y lo condujo por altos senderos cubiertos de rosas, pero también por senderos con algunas espinas, porque la vida es un vaivén entre esos dos caminos.
Su gran aprecio por la música lo expresa en su poemario “Deshielo a mediodía” (2004) y dice: “Toco Hayden después de un día negro / y siento un sencillo calor en las manos. Las teclas quieren / golpean
suaves martillos / el tono es verde, vivaz y calmo / el tono dice que hay libertad / y que alguien no paga impuestos al César...”.
Así esa tarde fría de diciembre, entre aplausos y aplausos, querían mucho las teclas del piano negro de cola. Salían al aire tonos graves y agudos para reventar, melodiosamente, en las hermosas arañas de
cristal, y en las paredes blancas del recinto que, año tras año, son testigos de muchos Premios Nobel.
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