Víktor Shklovski propugnaba una poesía donde no existiese automatismo en el verso, o sea, secuencias sintagmáticas que sonaran a pasado literario ya
caducado por su lenguaje redicho y falto de emoción tanto para el lector como para el autor. Es lo que él llamaba reconocimiento. El lector “reconocía” en un poema en cuestión una lectura ya procesada por
su interés y asumida sin otra respuesta que la indiferencia. A esto oponía la “visión”, es decir, la sensación de parecer que lo leía por vez primera; en este caso, el lenguaje estaba desautomatizado.
Esta demanda ponía a prueba la originalidad o, mejor dicho, la capacidad creativa del poeta, lindando con la genialidad. Un concepto parecido lo tenemos en la dicotomía del alemán Humboldt cuando hablaba
de ergon -lo ya creado- y energeia -la creatividad.
Evidentemente, la originalidad o bien la creatividad absoluta, tal vez no sea posible y entonces haya que hacer un pacto entre lo ya creado y la voluntad de crear como hablantes que somos con una
competencia lingüística, según la terminología de Noam Chomsky; aunque en este caso la competencia se instale en los niveles de la estilística. Sin embargo, para llegar a estos extremos de tentativas
novedosas es necesario que el poeta tenga una experiencia muy larga y profunda del manejo de sus herramientas verbales, de manera que supere el pasado para que lo que estampe en la cuartilla sea
exclusivamente suyo, aunque, de hecho, no invente nada en cuanto al sistema de la lengua, a las estrofas y las figuras.
Hemos de llegar a un pacto procurando que el verso esté lo más desautomatizado posible. Para ello se han de buscar nuevas metáforas y emplear la sinestesia. De la primera hicieron un alto elogio los
ultraístas y la segunda ya apareció con el simbolismo francés.
El poeta no puede renunciar al significado. De hacerlo, solamente atendería al significante, o sea, a una poesía experimentalista, icónica o no, que tendría su límite en la jitanjáfora.
Pero el significado ha de ser un medio y no un fin, que es la tónica de la mayoría de los poetas; un medio para que el lenguaje extraiga del sistema todos sus recursos de combinaciones y que la
lectura, aun con las mismas palabras, parezca nueva y, por ello, emocionante.
A modo de conclusión, como si rematara los bordes de una poética, diremos que debido a que la mirada del poeta lo humaniza todo, entra en juego la prosopopeya o personificación dándole vida a todos los
seres y objetos de su entorno. Sigue con la metáfora y el símil para evitar realidades desgastadas y descoloridas.
La sinestesia vendría a fundir los sentidos como en una amalgama de lo abstracto y lo concreto.
Un toque onírico pondría en el poema un relámpago de enigma o llamada a la intuición.
Un quiebro sintáctico respondería a un deseo de ruptura con el orden real y rígidamente cartesiano, un anhelo de huida a lo más genuino e insobornable de nuestro yo, como si viésemos la realidad desde lo
alto de un islote de imaginación hecho con estratos superpuestos de deseos, sueños, esperanzas…
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