En el desván
se ha guardado la siega
que alimentó a los habitantes
de las islas malditas antes del olvido.
La siega está triste,
con caramelos amargos
acechando los dientes
en oro y marfil
de los fantasmas.
Ábacos de sangre rota
han ido surcando las geometrías
del desahucio:
labios resecos
para recuperar la voz de la saliva,
manos corruptas
deshabitadas de algodón y noches,
ojos vacíos
agotados de caminar mareas.
Nada será como en los libros de magia:
esta vez los monigotes montunos
no cabalgarán entre las risas azules,
no saciarán la sed en los oasis…