La noche mete en su redil de sombras
rebaños de ruidos y gentíos,
pastores el cansancio y el silencio.
No acaba de caer del ojo del silencio
la zozobrante lágrima de un corazón a solas.
Prefiere ser amado a que te admiren.
Lo que se admira pasa, lo que se ama queda
porque los ojos son golondrinas fugaces
y el corazón, celosa arca de sus afectos.
La conciencia en su sorda soledad se desnuda
y se descalza libre para andar a sus anchas.
Un racimo de instantes con sus uvas de besos
remediar puede vidas que no tienen vendimia.
Muy pocos son capaces de asomarse
a un espejo de lágrimas ajenas.
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