LA VOZ DE UN MAESTRO DEL SAINETE
“-¡Qué recuerdos!
Cuando yo salía con ella,
el aire que hacía su cuerpo
me servía de abanico.”
González del Castillo

El que se llamó “género chico” fue en España un teatro vivo, tan
verdaderamente nacional o histórico como lo había sido durante
el siglo XVII el clásico-barroco, desde Lope de Vega a Calderón.
Mejor valdría tal vez decir desde Cervantes hasta González del
Castillo. Cuando el más famoso sainetero andaluz del siglo
XVIII, don Juan Ignacio González del Castillo nace en Cádiz, en
1763, ya don Ramón de la Cruz había estrenado buena parte de sus
sainetes y hecho reír a los madrileños.
La vida de González del Castillo fue muy breve, sólo duró
treinta y siete años, pues murió al nacer el nuevo siglo. Sus
padres fueron Luis González y Juana del Castillo, y según nos
cuentan sus biógrafos, eran hidalgos y pobres. El sainetero
gaditano fue autodidacta y apuntador de las compañías cómicas
que representaban en el Teatro Principal de Cádiz, lo que debió
servirle de mucho para familiarizarse con los entresijos del
teatro. Sus biógrafos también destacan que fue maestro de Juan
Nicolás Bölh de Faber. Hay noticia de que estuvo casado con Ana
Benítez y que murió de peste el 14 de septiembre de 1800, y fue
enterrado en el cementerio general del Señor San José,
extramuros de la ciudad, de limosna por la parroquia del Señor
San Antonio. Vivía, por entonces, en la calle del Herrón, 126,
de la ciudad de Cádiz.
Fue perseguido por suponérsele partidario de las ideas de la
Revolución; en realidad, su liberalismo se limitó a
declamatorias frases en el poema La Galiada y en la tragedia
Numa (1799), y a censurar en la comedia
La madre hipócrita
(1800) a los padres que meten monjas a su hijas sin tener
vocación, con lo cual no hacía sino seguir la moda del teatro
docente de su época.
Escribió González del Castillo cuarenta y cuatro sainetes, que
se publicaron después de su muerte en la Isla de León en 1812, y
luego en cuatro volúmenes por Adolfo de Castro en 1845. También
escribió varias comedias interesantes, como
La orgullosa
enamorada,
Una pasión imprudente ocasiona muchos daños y
La
madre hipócrita. Probó la zarzuela con
La venganza frustrada que
tiene cierto aire de pequeña ópera italiana.
González del Castillo debe a los sainetes su supervivencia
literaria. Sin ser concretamente un discípulo de don Ramón, su
influencia es visible en muchos casos, como en
La casa de la
vecindad y
El desafío de la Vicenta, y también en algunos
cuadros de vida callejera –no importa que sean ahora de
costumbres andaluzas- como
El café de Cádiz,
La feria del
Puerto, El día de toros en Cádiz, Felipa la Chiclanera, El
lugareño de Cádiz, El liberal, El triunfo de las mujeres, El
médico poeta, etc.
En los sainetes de González del Castillo no falta nunca la
música. Abundan los bailes y canciones. Se cantan coplillas,
como tiranas, tonadas, tonadillas, seguidillas y romances de
ciego.
Los sainetes de don Ramón de la Cruz y los del González del
Castillo, junto con los dibujos y pinturas de Goya nos han
dejado la imagen del majo y de la maja. El habla es del pueblo,
con sus toques de caló y germanía, y en el caso del sainetero
gaditano con evidentes muestras de andalucismo.
En los sainetes de González del Castillo hay una gran diversidad
de temas y entre ellos está uno predilecto que ya venía de
antiguo. En el sainete El triunfo de las mujeres imagina el
autor lo que sería el mundo regido por éstas, ejerciendo las
funciones de los hombres. Otro tema es el del
miles gloriosus,
de tan antiguo origen, o sea, el soldado fanfarrón. Historia,
sociología, literatura, de todo hay en esta rica vena sainetesca
de don Juan Ignacio González del Castillo, y mucha gracia y
diversión, y mucho donaire y gracejo, como corresponde a un
verdadero maestro del sainete.
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