• Jesús Cárdenas

    SUEÑOS DE COLOR VIOLETA

    La lectura es una forma de multiplicarnos

    por Jesús Cárdenas Sánchez


El hecho de tomarnos la lectura como un pasatiempo no está mal, es decir, en la medida que deja de ser un mecanismo de extravío, una evasión del mundo real, un escapismo, un modo de entretenernos.

El hecho de leer tomado con el objetivo de adquirir conocimientos tampoco está mal, pues aprendemos de lo escrito, aprendemos los comportamientos distintos que adquiere la capacidad del lenguaje; aprendemos de los valores humanos, solidarios, etc.

Ahora bien, lo ideal sería el conjunto de ambos porque en los dos hechos anteriores falta algo. En el primer caso, la lectura no nos afecta en nuestra vida puesto que transcurre en un espacio-tiempo separado; en el ocio o en el mundo de la imaginación. Pero ni el ocio ni el sueño ni lo imaginario se mezclan con la subjetividad que rige en la realidad, ya que la nuestra realidad, lo que nosotros entendemos por “real”, se define justamente como el mundo sensato y ordinario del trabajo y de la vida social. En el segundo caso la lectura tampoco nos afecto en nuestra subjetividad pues lo que aprendemos y sabemos, por tanto, lo que sabemos se mantiene exterior a nosotros. Si leemos para adquirir conocimientos, tras haber leído sabemos algo que antes no sabíamos, tenemos algo que antes no teníamos, pero nosotros somos los mismos que antes, nada nos ha cambiado. Y esto tiene que ver con el modo con que definimos conocimiento.

Entonces para que la experiencia de la lectura contenga una experiencia formativa, tendríamos que hacer desaparecer las fronteras entre lo imaginario y lo real, o entre el conocimiento y el sujeto consciente. Para llegar a este puerto hemos de entender que la imaginación no sólo es subjetividad sino también con el conocimiento. La imaginación, etimológicamente, tiene una relación re-productiva con la realidad dada (como en la concepción de la imagen como copia), y, en especial, una relación productiva. La imaginación, por tanto, está conectada a la capacidad productiva del lenguaje: a este respecto habremos de recordar que ficticio viene de facere, lo que ficcionamos es algo fabricado y, a su vez, algo activo. La imaginación, como el lenguaje, produce realidad, la incrementa y la transforma.

Sólo al difuminar las fronteras entre lo objetivo y lo subjetivo, lo real y lo imaginario, la esencia y la apariencia, etc., soltamos amarres a la capacidad productiva y creadora del lenguaje. Mantener a la lectura encerrada en el ámbito trivializado de lo imaginario es un modo de limitar y controlar nuestra capacidad de formación y transformación. Formular la lectura como formación hace estallar esas fronteras y supone un modo de afirmar la potencia formativa y transformativa (productiva) de la imaginación.

Para que esto ocurra, que la lectura se consuma en formación es necesario que haya una vinculación estrecha entre el texto y la subjetividad. Hablaríamos de que esa vinculación se entienda como una forma particular de experiencia. Los sucesos de actualidad, convertidos en noticias fragmentarias y fugaces, no nos afectan en nuestras vidas. Nuestro compromiso con el mundo es ajeno, indiferente. Consumimos libros y obras de arte, pero siempre como espectadores o tratando de conseguir un goce intrascendente e instantáneo, esto es, no las hacemos nuestras, propias. Sabemos muchas cosas, pero nosotros mismos no cambiamos con lo que sabemos, es decir, no existe lazos entre la experiencia y la formación, y no digamos ya, con la transformación de lo que somos. Tenemos el conocimiento del mundo, pero como algo exterior a nosotros, incluso como una mercancía. Estamos informados, pero nada nos con-mueve en lo íntimo. Algunos somos grandes consumidores de arte, pero el arte que consumismos nos atraviesa sin dejar huella, no nos deja una experiencia. Sólo entendiendo que cuando nos implicamos en una noticia, en un libro, en una obra de arte, etc., cuando nuestra capacidad de escucha o de leer se potencia es capaz de formarnos o trans-formarnos.

Por todo esto, la lectura supone una forma de multiplicar existencias, de multiplicarnos porque al sumergirnos en los libros interiorizamos esos mundos apasionantes, esas experiencias, esas emociones… En uno de los artículos del escritor jienense, Antonio Muñoz Molina (1956), en concreto el titulado “El vicio sin castigo” publicado en El País Semanal el 18 de diciembre de 2005, decía “uno se sumerge en un libro, desciende lentamente hacia el fondo de un medio más denso y menos iluminado que la realidad exterior”. Al fin y al cabo, nos estamos liberando de la realidad exterior para profundizar en otras realidades, en otras vidas. Como decía el poeta ovetense Antonio Gamoneda (1931): “leer es vivir dos veces”. Porque quien lee se siente que vive otras veces identificado con la vida de otros. Visto así, quienes leemos sentimos que la vida se nos queda corta. Es, sin duda, una forma de entender mejor el mundo y de conocernos nosotros mismos.

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