Treinta y cuatro años de lucha tirados a la basura. Para los
trabajadores, claro, para los que no tienen otro caudal que sus
manos ni más hacienda que varias bocas que alimentar. Treinta y cuatro años
desde que aquel 6 de diciembre de 1978, con la aprobación en
Referéndum de nuestra Carta Magna, se certificara el estado de
derecho y España comenzara su entrada en la Era de la
Modernidad, del progreso, del estado del bienestar y de los
Derechos que debieran asistir a todos los humanos.
Treinta y cuatro años de esfuerzos y sacrificios en los tajos
-con la voz del sudor y la entrega- y en las calles -con la
pancartas del hambre y la necesidad- para ir consiguiendo unas
pequeñas mejoras en los sueldos y los servicios sociales,
siempre miserables y por detrás de los tiempos, paupérrimos y abandonados, no ya durante los cuarenta años de
dictadura del General Franco, sino desde antes de que el abuelo
de nuestro Rey comenzara a fumar, antes de que el insigne padre
de La Chata vendiera España tres veces, antes de que Carlos I
pusiera su pica en Flandes, antes de que en España se hablara en
moro, antes de Leovigildo y Recaredo y antes incluso de que los
fenicios, hace tres mil años, abarloaran sus naves a las costas
Atlánticas de la península y fundaran la Gadir donde nací.
En estos treinta y cuatro últimos años, aunque todavía muy por
debajo de los niveles de bienestar de los ciudadanos de la
mayoría de países europeos, en España se iba consiguiendo que
los sueldos fueran casi suficientes para poner en la mesa algo
más que las diarias espoleás o tagarninas de mitad de siglo; que
las largas caminatas hasta los tajos se hicieran en el cochecito
o la furgoneta en lugar de en la BH o la Orbea o, las más de las
veces, andando; que se cambiaran los pantalones de rayas o crudillo
-cien veces remendados- por los súper guay chándal
de ahora -que valen
para todos y todas- o el traje de los domingos, de lanilla o
tergal, por los modernísimos trajes del Corte Inglés; que algún
que otro dominguito se pudiera llevar a la parienta y a los
niños a comerse una paella o un conejo en algún restaurante de
carretera; que la niña, tras la primaria, se apunte al curso de
FP o incluso -si se consigue la beca- se matricule en
Empresariales en lugar de apuntarse a la contrata de limpieza o
esperar si la llama la Puri para lo de la peluquería; que se
pueda la gente jubilar y vivir todavía unos añitos, incluso aunque
a la pensión le llamen "la ridícula"; que se pueda estar
tranquilo si lo del dolorcito del lado sigue, en la confianza de
que en el hospital están a la última y lo ponen todo a tu
disposición; que si hay que morirse, sepa uno que será de
"muerte natural" y bien atendido, no como antes que se moría la
gente hasta por un simple resfriado...
Ya no. Treinta y cuatro años de lucha tirados a la basura de un
plumazo.
No. No puede admitirse que las acciones u omisiones de los
incompetentes que nos han gobernado y gobiernan, aceptando sin
mover un dedo el archiconocido timo de la estampita -timo de
manual y repetido mil veces en la historia reciente-, se tenga
que resolver, no de la forma lógica, que sería la de esclarecer
con toda exactitud lo ocurrido, señalar a todos y cada uno de
los responsables (especuladores y países) y que restituyan -de
grado o por la fuerza- todo el capital estafado, sino dejándolos
que vivan y gocen de los dineros que se han llevado alegremente,
para, sin más argumentos ni razones, defenestrar las vidas y
economías de los más débiles, del pueblo todo, de aquellos que
dedicaron toda una vida de esfuerzos, sacrificios y sudores a
conseguir que el país fuera incorporándose a una dinámica
económica razonable y a las lógicas y esperadas mejoras en el
estado del bienestar.
Lo del "timo de la estampita" -consentido, como entre
amigachos y colegas- dado a nuestros gobernantes
y gente de las finanzas, es lo que responde y originara la
crisis global y el comienzo de los recortes. Pero hay una segunda parte con otros argumentos
que, aunque difuminados con los de la primera, deriva de otras
responsabilidades que nuestros egregios gobernantes tampoco
supieron tener en cuenta. Y esta segunda parte es eso que llaman
"objetivo del déficit".
Cuando en EE. UU., allá en el verano de 2006 -con las
subprime-,
comenzaran los prolegómenos de la crisis global -que se
confirmaría con la crisis bancaria y de la Bolsa de 2007-, aquí
en España decía el Gobierno que "eso no era con nosotros", que
nuestros Bancos eran de los más solventes y nuestra economía
caminaba con toda firmeza. En 2008 todavía decían que España
estaba "en la
Champions League de la economía mundial".
Finalizando ese año, y aunque la inflación se dispara, los datos
de los Bancos son de alerta grave y los del paro de un aumento
notable, Zapatero y el ministro Solves hablan de "enormemente
exagerado" decir que España está en crisis y califican de
"antipatriotas" a quienes lo afirman. En 2009 el gobierno habla de
"desaceleración transitoria" y que ya comienzan a verse los
"brotes verdes". No sería hasta mediados de 2010 cuando
aceptarían la importancia de la crisis y se comenzaran con los
recortes sociales de todo tipo.
Naturalmente, en esos años, como no se aceptaba la crisis, tanto
el gobierno central como muchos de los autonómicos, continuaron
gastando dineros a manos llenas. Unos más que otros -aunque,
además del gobierno de la nación, destacan sobremanera Valencia,
Murcia, Cataluña, Baleares y Castilla La Mancha-, que
dilapidaron y tiraron alegremente el dinero que provenía del
trabajo y el esfuerzo de todos los ciudadanos. Las consecuencias
no son otras que los enormes déficits acumulados en todos estos
años. ¿Solución? La misma que ya comenzara a aplicar Zapatero y
que el Sr. Rajoy parece practicar con especial deleite: rebajar
sueldos, congelar pensiones, subir impuestos y recortar todas
las prestaciones sociales. Para colmar el vaso, algunas
autonomías -caso de Andalucía tras las elecciones de marzo-, han ampliado las rebajas con
nuevos recortes a los sueldos de los funcionarios y empleados
públicos, más subidas a los tramos autonómicos del IRPF y
recortes a otras varias prestaciones sociales.
Realmente, lo que está sucediendo es tan inaudito que no hay por donde cogerlo.
Una hecatombe histórica originado por aquellos bonos basura, las
subprime, emitidos por Bancos norteamericanos y
aceptados por la Reserva Federal (con unos límites que fueron
rebasados miles de veces sin que nadie levantara un dedo), y
que, ocultando el riesgo que suponían o prometiendo altísima
rentabilidad, fueron colocados a millones de inversores de todo
el mundo (en España por varios de nuestros Bancos y entidades
financieras, sin que ni el Banco de España ni la Comisión
Nacional del Mercado de Valores dijeran esta boca es mía). Ello
ocasionó el estallido de la burbuja inmobiliaria, una bestial
especulación llevada a cabo desde los años 90 por promotores,
Bancos, entidades financieras y especuladores de todo tipo, que
dejaría al descubierto la falta de ética de todos los
implicados, la escasa o nula solvencia de muchos Bancos y Cajas
y la absoluta ingenuidad, falta de previsión y total
incompetencia en sus cargos de gobernantes y asesores.
Un desastre económico apocalíptico, un
fraude político-financiero sin precedentes que tiene sumido en
la miseria y la desesperación a millones de familias. Y, aún
así, pese a que es obvio que se trata de un gran engaño y se
sabe de donde viene, no hay responsables, absolutamente nadie ha
asumido responsabilidades de ningún tipo. Ni nadie ha sido
acusado de promotor o colaborador de tamaño fraude. Por ello no hay más remedio que decir
que a la más que demostrada
incompetencia y falta de visión de los gobernantes y sus
nutridas pandillas de asesores, y
la ambición sin mesura de banqueros y gerifaltes de las finanzas,
se une la falta de vergüenza de todos ellos.
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