Durante el romanticismo el arte era imitación de la vida. El
artista turbado pintaba, por ejemplo, un mar agitado, y un
pasaje sin arrebatos transmitía la tranquilidad del pintor. La
emoción ante todo, de Théodore Géricault a Caspar David
Friedrich, es bellamente visible en el arte visual.
En la palabra escrita es evidente en las Rimas de Bécquer. Su
vaivén de emociones es un verdadero abanico sentimental. También
la naturaleza en los poemas de Rosalía de Castro transparenta la
saudade que ella sentía. Estos dos poetas rezagados eran más
introspectivos que sus predecesores, Espronceda, Duque de
Rivas, etc., aunque también a través de ellos se emanaba otro
tipo de romanticismo más nacional y nostálgico, pero no sin
menos emoción.
Luego llegó el simbolismo y se invirtieron los papeles. La vida
empezó a ser imitación del arte.
Mi ilustrado profesor de antaño Carlos Bousoño escribió mucho
sobre el valor del símbolo, mucha teoría que preferí ver
manifestarse en la poesía que estudiamos. Con la aparición de la
poesía simbolista francesa -Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud y
Verlaine- las palabras empezaron a pasar de la mera connotación
al símbolo. El profesor Bousoño lo describía como una serie de
asociaciones inconscientes que producen una emoción. Y con eso
se llega a otro nivel de significado que confunde a los que no
convence.
Óscar Wilde postuló la idea de anti-mimesis al decir que la vida
imita al arte, tanto como hacía al revés en la tradición
romántica. Hay quienes dicen que él no es el primero en observar
esto, pero el concepto es increíble de todas maneras.
En mi caso, por ejemplo, un extranjero desprovisto de la
experiencia machadiana, leí Campos de Castilla en la
universidad sin jamás haber estado en Soria, pero sentí una
conexión con la ciudad y la tierra. Sentí lo del triste sentir
sereno de la Generación del 98, y cómo la tierra, Castilla en
este caso, producía en mí una emoción tan fuerte y tantas veces
repetida que cuando por fin fui a Soria y conocí el Duero de
Antonio Machado, el olmo y el paisaje, éramos ya viejos amigos.
En mis clases de literatura ahora leemos poemas como "A orillas
del Duero" y "Campos de Soria", entre otros. Con las imágenes
que Machado pinta, a veces uso la pizarra para mostrar a mis
alumnos el
simbolismo que emana de los versos. Tomo una estrofa y les ayudo
a reproducir, a pintar en realidad, una escena de la historia de
España tal como la veía el poeta. Para ellos hay muchos
obstáculos delante para poder entender el simbolismo, tanto como
la emoción que se produce. Primero, en esta época saturada de
Facebook y Twitter, la palabra escrita les parece arcaica.
Segundo, la poesía en sí no suele atraerles mucho. Tercero, les
resulta difícil muchas veces entender el vocabulario, las
metáforas y las referencias socioculturales. Por ejemplo, el
primer verso del Poema XXXII de Machado, un poema corto pero de
muchos niveles de interpretación, dice, "Las ascuas de un
crepúsculo morado detrás del negro cipresal humean". En EEUU no
solemos poner cipreses en los cementerios, con lo que perdemos la
connotación. Pero sí captamos la puesta del sol y los colores.
Lo mismo ocurre con el "pino" de Dionisio Ridruejo, el "ciempiés"
de Dámaso Alonso y la "vaga astronomía de pistolas inconcretas"
en Lorca. Son referencias sociales, culturales e históricas que
no entiende el extranjero al primer golpe de vista. Muchas veces
son difíciles para el nativo. Pero no son imposibles de entender
y por lo tanto apreciar.
En mi caso, cuando pienso en un ejemplo autóctono de cómo la
vida es imitación del arte, pienso en David Henry Thoreau y sus
escritos sobre Walden Pond, un estanque en las afueras de
Boston. El escritor construyó una cabaña allí en el bosque hace
unos ciento cincuenta años. Como en el caso de Machado, Neruda,
Verlaine, y muchos otros poetas, la emoción sale de las palabras
para crear emociones que a veces no puedo explicar. Pero ese es
el valor del símbolo. Hace la vida más rica de lo que a veces
aparenta.
Claro, debo mucho a mis profesores por espabilarme a mí, por
ayudarme a entender y apreciar la poesía y el simbolismo que
conlleva. Ahora me toca a mí llevar la batuta y hacer lo mismo
para mis estudiantes.
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