Cuando nos entran ganas de escribir poesía nos confiamos
inconscientemente a un lenguaje de urgencia que canaliza
nuestras ideas. Casi siempre esos cauces son deudores de nuestro
pasado inmediato de lectores que hemos sido de poesía. Nuestros
maestros admirados, sean clásicos pretéritos o sean clásicos
contemporáneos, nos “ofrecen” sus vías de expresión. Cuando
acabamos el poema, e incluso lo tenemos rectificado, nos
congratulamos con nuestra musa y nos leemos a nosotros mismos,
como si la satisfacción fuese un hermoso trofeo merecido.
Pasa el tiempo y un día tropezamos con el poema en cuestión -o
los poemas- y ya, agotada la emoción primigenia, nos volvemos
sin querer críticos de lo que un día la efervescencia emocional
elevó a categoría de arte literario un argumento subjetivo
revestido de una indumentaria lingüística que ahora se nos
antoja pasada de moda y lo que es peor: el lenguaje nos parece
recibido de lecturas que un día alimentaron nuestro interés
hambriento de aprendizaje en impacientes escarceos literarios.
Vemos que cuántos poemas se escriben así y que, además, son
premiados en certámenes con jurado compuesto por poetas de
reconocido prestigio. Consideramos entonces que son poemas
impersonales; poemas que pueden llevar la firma de cualquier
poeta o poetisa más o menos aventajados.
¿Seguiremos escribiendo así hasta el infinito por irreprimible
grafomanía? ¿No seremos capaces de renunciar a seguir
escribiendo poemas en los que las combinaciones morfosintácticas
son siempre las mismas sin posibilidad de frescura, sin imágenes
creadas por el propio autor? ¿Continuaremos el ejercicio de los
clásicos con “la blanca nieve”, “la bella rosa”, “las fugitivas
horas”, “el profundo amor”, “la purpúrea aurora”, “el florecido
prado”, “la noche enlutada” y otras lexicalizaciones, o versos
que, si no se expresan así, se deslizan por el papel abajo
mediante conceptos faltos de colorido o, en el caso contrario,
renglones rebeldes que se arropan con disparatadas imágenes
visionarias como sucedáneos de metáforas auténticas entre
ínfulas de novedad expresiva?
Gracias a los poetas vanguardistas y a los formalistas rusos la
musa lírica se sacudió un día de los tópicos y esperó “otro
milagro de la primavera” para lucir ramas y flores nuevas.
Pongo un ejemplo de poesía renovada en su lenguaje y
conservadora aún en su forma métrica, lo cual demuestra que se
puede escribir una poesía clásica pero con un esfuerzo expresivo
que supera el pasado y no recurre al lenguaje de otros poetas
que hemos leído.
El autor que presentamos se ha tomado la molestia -la
gratificante molestia- de reescribir la poesía desde una opción
de originalidad echando mano al instrumental estilístico de
grado superior como es la metáfora, motor de las vanguardias y
precepto incuestionable de los ultraístas. No nos explicamos por
qué no figura en una antología de la poesía española junto a
poetas respetabilísimos que, sin embargo, no hicieron un
esfuerzo por renovar el lenguaje poético. Que el lector descubra
las metáforas y las sinestesias y se deleite con ellas.
.
CASA VACÍA
Toda la casa está llena de ausencia.
La telaraña del recuerdo
pende de todos los techos.
En la urna de las vitrinas
están presos los ruiseñores del silencio.
Hay preludios dormidos
que esperan la hora del regreso.
El polvo de la sombra
se pega a los vestidos de los muros.
En el reloj parado
se suicidaron los minutos.
Ernesto López-Parra (1895-1941)
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