• Juan R. Mena

    Contraluz

    ¿Se puede evitar el lastre del pasado en la poesía?

    por Juan R. Mena


Cuando nos entran ganas de escribir poesía nos confiamos inconscientemente a un lenguaje de urgencia que canaliza nuestras ideas. Casi siempre esos cauces son deudores de nuestro pasado inmediato de lectores que hemos sido de poesía. Nuestros maestros admirados, sean clásicos pretéritos o sean clásicos contemporáneos, nos “ofrecen” sus vías de expresión. Cuando acabamos el poema, e incluso lo tenemos rectificado, nos congratulamos con nuestra musa y nos leemos a nosotros mismos, como si la satisfacción fuese un hermoso trofeo merecido.

Pasa el tiempo y un día tropezamos con el poema en cuestión -o los poemas- y ya, agotada la emoción primigenia, nos volvemos sin querer críticos de lo que un día la efervescencia emocional elevó a categoría de arte literario un argumento subjetivo revestido de una indumentaria lingüística que ahora se nos antoja pasada de moda y lo que es peor: el lenguaje nos parece recibido de lecturas que un día alimentaron nuestro interés hambriento de aprendizaje en impacientes escarceos literarios.

Vemos que cuántos poemas se escriben así y que, además, son premiados en certámenes con jurado compuesto por poetas de reconocido prestigio. Consideramos entonces que son poemas impersonales; poemas que pueden llevar la firma de cualquier poeta o poetisa más o menos aventajados.

¿Seguiremos escribiendo así hasta el infinito por irreprimible grafomanía? ¿No seremos capaces de renunciar a seguir escribiendo poemas en los que las combinaciones morfosintácticas son siempre las mismas sin posibilidad de frescura, sin imágenes creadas por el propio autor? ¿Continuaremos el ejercicio de los clásicos con “la blanca nieve”, “la bella rosa”, “las fugitivas horas”, “el profundo amor”, “la purpúrea aurora”, “el florecido prado”, “la noche enlutada” y otras lexicalizaciones, o versos que, si no se expresan así, se deslizan por el papel abajo mediante conceptos faltos de colorido o, en el caso contrario, renglones rebeldes que se arropan con disparatadas imágenes visionarias como sucedáneos de metáforas auténticas entre ínfulas de novedad expresiva?

Gracias a los poetas vanguardistas y a los formalistas rusos la musa lírica se sacudió un día de los tópicos y esperó “otro milagro de la primavera” para lucir ramas y flores nuevas.

Pongo un ejemplo de poesía renovada en su lenguaje y conservadora aún en su forma métrica, lo cual demuestra que se puede escribir una poesía clásica pero con un esfuerzo expresivo que supera el pasado y no recurre al lenguaje de otros poetas que hemos leído.

El autor que presentamos se ha tomado la molestia -la gratificante molestia- de reescribir la poesía desde una opción de originalidad echando mano al instrumental estilístico de grado superior como es la metáfora, motor de las vanguardias y precepto incuestionable de los ultraístas. No nos explicamos por qué no figura en una antología de la poesía española junto a poetas respetabilísimos que, sin embargo, no hicieron un esfuerzo por renovar el lenguaje poético. Que el lector descubra las metáforas y las sinestesias y se deleite con ellas.
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CASA VACÍA

Toda la casa está llena de ausencia.
La telaraña del recuerdo
pende de todos los techos.

En la urna de las vitrinas
están presos los ruiseñores del silencio.

Hay preludios dormidos
que esperan la hora del regreso.

El polvo de la sombra
se pega a los vestidos de los muros.
En el reloj parado
se suicidaron los minutos.

Ernesto López-Parra (1895-1941)

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