Aeropuerto: lugar donde la gente se reúne para canjear el miedo
de perder el avión por el miedo a volar. Sí, deja abajo el miedo
uno y toma arriba el miedo dos. Desde el episodio de las Torres
Gemelas, el miedo dos viene sólo en envase familiar. Finalmente,
usted hace “de tripas corazón” y aborda el avión con “el Jesús
en la boca”. En vuelo, entre las piernas de la sobrecargo y la
comidita que le dan, se olvida de los miedos. Pero llega la hora
de bajar, el avión inicia el descenso y... Como “bien está lo
que bien termina”, feliz aterrizaje, suspiros de alivio y
aplausos para el piloto, los celulares salen a relucir y cola en
los teléfonos públicos: “mami, llegué muy bien, nada pasó, corto
porque tengo que ir corriendo al baño.”
Y toca el turno al miedo tres: que se pierdan las maletas. Pero
¿qué estás diciendo? ¿Y que se caiga el avión? Ese miedo ¿no
cuenta? Claro que no, todo el mundo sabe que los aviones son lo
más seguro. Que se caiga el avión… ¿estás mal del cerebro?
Volvamos a lo que te decía, el miedo a extraviar las maletas. Y
con él, chorros de adrenalina en la sangre. Y cuando usted tiene
en su poder las valijas... etcétera. Así que, en realidad, la
gente tiene un destino común. ¿París, Londres, New York?
¡Vamos...! Ése es el viaje aparente. Usted, y todos, volamos de
una provincia a otra del País de los Miedos. Viajar es
renovarse, claro: dejar atrás los cotidianos temores vividos en
la calle, en la oficina, en la carretera, temores ya gastados de
tanto uso, vengan unos distintos y más intensos... pero no
tanto: la odisea de un rehén no se la deseo. Así que, dentro de
ciertos límites ¡bienvenidos los sabrosos nuevos miedos, a
disfrutarlos sin pudor! Como si fueran deporte extremo sin mover
un dedo. ¿Subir la montaña por una pared vertical? ¿Arrojarse
desde la cima con un elemental paracaídas? ¡Vamos! ¡Desde el
asiento del avión yo vivo la misma aventura! Y a propósito, ese
moreno de bigotes que acaba de subir se parece mucho al que
secuestró... y la fábrica de adrenalina recomienza la producción
a todo vapor.
Hay que saber perder.
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