Rincón de la Poesía
Dean Simpson
Boston, EE.UU.
Soliloquio de un reflejo
Pensando en tu imagen para buscarle más dimensión
de lo que aparenta, vuelves a pensar en lo que te ha
llevado a donde estás ahora, señor cazalunas, con tus
pavoneos nocturnos, bailando con los adjetivos hasta
el alba, juntando la puesta del sol con el amanecer,
despotricando tu ristra de vocablos para crear estos
poemas inmediatos, demasiado inmediatos, y cuando te
conocí te dije, “no sonrías en esta tormenta, que un
proyectil te romperá un diente,” pero ni caso me
hiciste, y entraste, risueño, cara al viento, como
siempre, con un ojo en ese punto en el horizonte
donde nunca se pone el sol, detrás del punto ciego
donde deja manchas abigarradas en la retina,
o poeta de los que odian el verso, o poeta que canta
a la amante perdida, siempre solo pero rodeado
de seres callados que nunca pestañean, por las cosas
que están siempre en tu mente pero nunca en tus
sueños, vas encajando las piezas de tu resistencia
para entender el rompecabezas de tus desordenes,
y, aunque sabes que tus sueños siempre quedan sin
fruición, sigues engatusando a tu almohada para que
te dé una segunda oportunidad, y lo sé, porque cuando
te conocí llevábamos sendos cuchillos detrás de la
espalda, y pistolas de madreselva, y éramos iguales,
y cuando nos dimos cuenta de que no nos pudimos
atracar el uno al otro, intentamos reptar entre la
solidificación de nuestras paredes para buscarle
una grieta cualquiera para entrar en el alma del otro
y decir “aquí estoy”, pero tras tanto tiempo tampoco
pudimos hacer eso, porque de perfil estabas siempre
en la periferia, de espaldas nunca me buscabas, y
solo nos mirábamos de frente, y me imitabas, o yo
a ti, no lo sé, pero fue entonces cuando me di cuenta
de que lo que había entre nosotros no era sino un
espejo, peor que la sombra, que por lo menos
descansa en la oscuridad, y ahora no sé ni quién
escribe este poema, que en realidad es un soliloquio
o de uno que ve lo que es o es lo que ve, que al final
es lo mismo, creo, entre nosotros.