"Unida en la diversidad" es el expresivo lema de la aún inconsistente
Unión Europea. Pero, tal como están las cosas por estos lares,
vistos y oídos los cambiantes lamentos y ufanías de los
gerifaltes ibéricos y demás euroflacos -todos, excepto la fémina
de la primera fila-, bien que podía
cambiarse por "Unidos en la necesidad".
La necesidad imperiosa de, dejando a un lado disfraces y
caretas, mostrando el revés de los vacíos bolsillos y llevando
escrito en los ojos las huellas del dolor de corazón y el
propósito de la enmienda, aceptar la venial penitencia de
proceder a una integración fiscal, bancaria y
política entre todos los países componentes de la Eurozona.
Con tal motivo, y parece que, ¡por fin!, convencidos de que la
actual política de recortes no es solución para salir de la
crisis, persuadidos, ¡por fin!, de que hay que hacer crecer de
forma imperiosa y rápida las economías de los países afectados, se reunieron el
pasado día 22 en Roma los líderes de las cuatro primeras
economías de la zona, el primer ministro italiano Mario Monti,
la canciller alemana, Ángela Merkel, el presidente francés,
François Hollande y el español, Mariano Rajoy. Y hablaron de sus
cosas, de sus ilusiones, de sus penas y alegrías, de lo mal que
se estaban poniendo las cosas por culpa de los cuatro pardillos
que llevaron las riendas antes que ellos... Y de lo bonito e
inteligentes que eran los cuatro y lo claro que tenían el
objetivo de la integración. Y quedaron para verse el próximo fin
de semana para tomar unas copas y firmar los papeles...
Esta integración
-considerada ya justa y necesaria- conllevaría un más fácil acceso a las ayudas o prestaciones del
Banco Central Europeo, a las reservas de la UE, al Banco Europeo
de Inversiones, al Fondo Monetario Internacional y al -sobre la
marcha- acordado paquete de estímulo al
crecimiento por importe de 130.000 millones de euros.
Naturalmente, el fin último de la integración no es otro que la estabilidad del
euro, que es tanto como decir la estabilidad de Europa y su
avance como Estado. Y esta Nación de naciones, aunque por
innato chauvinismo a muchos les cueste trabajo digerirlo, puede
ser, con todas sus ventajas e inconvenientes, no sólo la ansiada
solución a la actual problemática sino la mejor
alternativa a todos nuestros ideales de futuro.
El proyecto de un Gobierno Central Europeo, a diferencia de la
hegemonía imperialista de Hitler o la subyugación de la antigua
y fracasada URSS, no pretende un soberanismo imperialista sino
una moderna confederación supranacional institucionalizada. Con
estas premisas se pretende reunir bajo unas leyes igualitarias,
con capacidad de disciplinar las políticas fiscales, económicas
y sociales, los diversos países que componen el multiestado
denominado Unión Europea.
La consecución del proyecto, que ya fuera propuesto por la
alemana Merkel y el francés Sarkozy y cuenta con la adhesión de
numerosos
dirigentes de otros países, tanto europeos como del plano
mundial, significaría la total estabilidad del euro, una más que
probable capacidad de crecimiento económico de los países
integrantes y la garantía de estar avalados y protegidos por una
superpotencia ante las posibles especulaciones financieras que,
sin la menor duda, seguirán intentándose desde muchos frentes en
épocas venideras.
También, sin duda, conllevaría la pérdida de soberanía en
algunas materias a buena parte de los estados miembros, con
obligada renuncias a políticas que, sobre todo en el plano
social, podrían significar -o podían entenderse por el país
ejecutante- como retrocesos o disminuciones en mejoras comunes.
Es en este aspecto donde más se debería vigilar, y estudiar
escrupulosamente, que no se deteriore ni menoscabe derechos
conseguidos por trabajadores, jubilados y pueblo en general,
pues, aunque determinadas formas recogidas en las disposiciones
de ámbito social podrían ser discutibles -y ajustarse, en su
caso-, de ninguna manera debería admitirse cuanto significara un
claro retroceso en materias fundamentales, como las laborales,
educacionales o sanitarias, o disminuyera derechos conseguidos
por los más débiles. Como tampoco a cuanto afectara las
costumbres o idiosincrasia de cada pueblo.
Desde un punto de vista objetivo, pienso que la integración en
un único sistema fiscal, financiero y político, amén de todas
las demás posibilidades que conllevaría la unificación y
consecución de una auténtica Unión Europea, siempre que los
principales órganos de dirección operaran con la lealtad,
honradez, ética y honestidad de un "buen padre de familia",
reportaría un claro beneficio, en todos los aspectos, para la
totalidad de los integrantes. La supervisión de las más principales líneas de gobierno por parte de
dirigentes, que hemos de suponer de superior capacidad y
experiencia, evitaría políticas erradas -equivocadas o inducidas
por intereses- en muchos de los gobiernos que, actualmente o en
el el futuro, manejan las riendas de algunos de los países con
menos capacidades.
El único gran problema -muy a tener en cuenta por sus amplias
posibilidades- sería que este gran proyecto, este sueño
extraordinario destinado a ser una hermosa criatura, naciera
llevando en sus genes las huellas del cáncer de los intereses
ocultos, que las malignas
células de las mafias de siempre se infiltraran por sus tejidos
para terminar convirtiéndola en un monstruo devorador de las
ilusiones y la dignidad de los hombres.
No podemos olvidar que el gran cáncer de la Humanidad, la
codicia y la ambición, están ahí desde el principio de los
tiempos, nutriéndose de las debilidades de los pueblos y al
acecho de la menor oportunidad para chuparle hasta la última
gota de su sangre.
Es posible que esto nunca ocurra, que los múltiples organismos
de dirección con que cuenta la UE sean capaces de supervisarse
los unos a los otros para impedir que la fatídica enfermedad
destruya toda la bondad de su gran cuerpo. Es posible... Pero
debe contar ya desde sus comienzos con esas personas de probada
lealtad, honradez, ética y honestidad que caracterizarían a un
"buen padre de familia". De no ser así, si pasado un tiempo
hubiéramos de lamentar las decisiones de unión que ahora
tomamos, las consecuencias podrían ser terribles. Tanto como
podría ser imaginable en la furia desatada de más de 500 millones de hombres y
mujeres pacíficos.
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